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Portal Oscuro. Versión online. Fase EI15

EI15

Tras unos instantes de duda, lo ves claro. Crear una distracción es el mejor plan posible.

—Abott —le dices, con la intención de explicarle tu plan—, he visto un depósito de combustible en las cercanías del bunker. Podría estar vacío, pero lo dudo. Seguro que lo han aprovisionado. ¿Podríamos volarlo, y así, cuando los krauts salgan a ver qué ha sucedido, aprovechar para colarme dentro?

—¡Pan comido! —responde Abott—. Me basta con una de estas granadas —señala el petate, sustraído de los barracones—. Lucy y yo prepararemos un bonito espectáculo, tú estate atento.

—Perfecto —asientes—. Cuando todos salgan a ver qué sucede, aprovecharé para entrar en el búnker. Por supuesto, vosotros corred a esconderos.

Os dividís en dos grupos. Lucy y Abott rodean la zona de las palmeras para llegar al depósito de combustible sin ser vistos desde el búnker, al tiempo que tú y Ronin reptáis entre la maleza, con la intención de aproximaros los más posible a la entrada de la madriguera; posición en la que aguardareis hasta que comiencen los fuegos artificiales.

Parece un buen plan, es lo estás pensando justo en este momento de calma tensa, solo que, de repente, el plan se va a la mierda. Abott grita de dolor; parece la puta sirena de alarma antes de un bombardeo, aunque el hecho de que haya llamado la atención de todo ser vivo de esta isla, y casi seguro las de todo el océano pacífico, no es precisamente lo que más te preocupa. Tu amigo está en peligro, y por supuesto Lucy también.

Te pones en pie y echas a correr en la dirección en la que provienen los gritos, aunque te resulta imposible llegar junto a ellos. Vuelas por los aires, y no porque hayas pisado una mina antipersona, que seguro también las habrá a lo largo del perímetro, sino porque acabas de caer en una red trampa, y ahora tú y Ronin os balanceáis colgando de la rama de una palmera.

Desde las alturas observas a Lucy en la distancia tratando de ayudar a Abott, cuya pierna derecha está atrapada en un cepo, una de esas trampas para osos. «¡Joder!», piensas, «todo el perímetro está sembrado de trampas». No tienes tiempo para pensar mucho más, al son de un silbato que te taladra los oídos y con los gritos de Abott luchando por el protagonismo absoluto, comienzan a salir krauts de su madriguera como si fuesen jodidos críos justo en la hora del recreo.

No puedes hacer nada. Os han atrapado a todos, y ahora sois sus prisioneros.

Mientras unos soldados apresan a Lucy y Abott, conduciéndolos al interior del bunker, otros cortan la cuerda de la trampa, por lo que tú y Ronin os precipitáis sobre el suelo. El golpe es fuerte, no tanto como los insultos que salen de tu boca, o los ladridos de Ronin. Tanto los unos como los otros duran más bien poco. Os disparan dardos tranquilizantes, más bien somníferos, porque a partir de ese momento todo se vuelve negro para ti.

Tiempo más tarde, quién sabe si horas o incluso días, regresa tu consciencia. Estás en una habitación sin ventanas, pero esto no es lo peor, sino que estás dentro de una jaula. Agudizas la vista, así como respondes a los estímulos. Lucy grita por ti, sientes su voz y te alegras. Ella y Abott están en otra jaula, a tu vera. Sin embargo, de inmediato sucumbes a un estremecimiento que te deja sin respiración. En frente tuya, más jaulas y más prisioneros. Los reconoces por sus ropas, no por su aspecto. Son la tripulación del Black Swan, o al menos lo que queda de ellos. Ahora solo son bestias mutantes que rugen, braman encolerizadas.

No tienes tiempo para hipótesis, ni para hablar con Lucy. Alguien se aproxima. Se prenden las luces de un pasillo contiguo y, a los pocos, sucede lo mismo con el resto de lámparas de tu estancia, desvelando lo que se ocultaba bajo de ellas. Te sorprende la amplitud del espacio, así como toda la maquinaria extraña, las probetas, y un sinfín de objetos científicos que no tienes ni la más mínima idea de para qué sirven.

Guardas silencio. Un hombre, de figura alta y enjuta, con gafas y pelos relamidos, se pone una bata blanca que pende de un colgadero. Está nervioso, eufórico, yendo de un lado a otro de la habitación. Tras él, dos soldados nazis que portan un extraño objeto que, siguiendo sus indicaciones, colocan sobre una mesa. Antes de irse, saludan en nombre del Führer, dejando paso a un tercer personaje cuyo aurea resulta tan tétrica como endiablada. Es un oficial de las SS, alto, fuerte, y con un parche en su ojo derecho.

Temes lo peor, sin embargo no parecen haceros mucho caso. Es como si estuviesen tan ensimismados con lo suyo que tú y tus amigos resultáis del todo irrelevantes. Miras a Lucy y te das cuenta que está a punto de romper a gritar. Chistas, recriminándola, para que se aguante las ganas. Entonces es Ronin el que parece que quiere protestar con sus ladridos, y le pides por favor que se calle. Abott no necesita ninguna indicación, a pesar de los dolores que podría tener, sabe que debe permanecer en silencio. Entonces afinas tus oídos, y prestas atención a las palabras del tipo de la bata blanca y el oficial de las SS.

—Por un momento pensé, teniente Wittmann, que no regresaríamos con vida de nuestra expedición al mundo subterráneo. —Comenta el científico, todo un mad doctor de manual.

—Doctor Gerber —replica Wittmann, desvelándote su nombre— no ha sido fácil, pero al final lo hemos conseguido.

—Por fin tenemos la llave cósmica —clama el doctor—. El Führer estaría contento, lástima que no esté aquí para verlo.

—Con esta llave —Wittmann alza la voz en pleno éxtasis—, instauraremos el Cuarto Reich, y nuestro Führer resucitará de entre los muertos, cabalgando a lomos del apocalipsis.

—Sí —asiente el doctor—, las escrituras de Forteanus estaban en lo cierto, las criaturas del mundo subterráneo custodiaban la llave, y como él predijo, llegó a la tierra en un meteorito.

—Al menos ahora ya sabemos porque la isla es tan hostil, mi querido doctor.

—La llave —explica Gerber— tenía la encomienda de protegerse a sí misma, y esa sustancia verde fluorescente que todo lo impregna, salió de dentro del meteorito. Al esparcirse por la isla hizo de este lugar un infierno de abominaciones. Por un momento pensé que no lo conseguiríamos.

—Pero lo hemos logrado, ya tenemos la llave, ahora solo falta usarla.

—Otro reto, mayor si cabe —advierte Gerber—. Si los datos son correctos, si las antiguas escrituras no se equivocan, el portal oscuro, una de las seis caras del cubo de Togolek, se encuentra en la bodega de carga de la nave extraterrestre que han detectado nuestros radares.

—Esa nave está a unos 500 o 600 metros de profundidad —Wittmann se muestra preocupado—, sobre una cresta de la Fosa de las Marianas. Nunca uno de nuestros lobos grises pudo sumergirse tanto. El U-X7 está especialmente diseñado, esperemos que aguante, además...

—Dejaos de tanta cháchara —interrumpes, una vez consumida tu paciencia—. ¡Malditos krauts!, y sacadnos de aquí de una puta vez.

—¿Quiénes son estos ? —pregunta el doctor Gerber.

—Los encontramos merodeando en las proximidades del bunker —explica uno de sus ayudantes, que acaba de entrar en la sala—, cayeron en las trampas de seguridad.

—¡Vaya, son los prisioneros que se nos han escapado! La bazofia yanqui del Black Swan —replica Wittmann.

—¡Estupendo!, más cobayas para mi SECTAL —aúlla el doctor Gerber.

—¿Sectal? —replica Lucy—. ¿Qué mierda es eso?

—Suero Ectoplasmático Alienígena —explica Gerber—. Se lo extrajimos a un alien cadáver que encontramos en una cueva. Suponemos que era uno de los tripulantes de la nave espacial que alberga el cubo de Togolek. Tiene unos imprevisibles efectos mutágenos, similares a los que habréis podido encontrar en esta isla; supongo que en el fondo todo vendrá del mismo sitio, y ahora lo vamos a probar con vosotros.

El doctor carga una jeringuilla y se aproxima amenazante a la jaula de Lucy, sonriendo con malevolencia. Ronin es el primero en protestar, ladrando de forma estrepitosa.

—¡Maldito chucho! —clama el doctor—. Tú lo has querido, empezaremos por ti.

Acercarse a Ronin jeringuilla en mano no es una de las ideas más sensatas, el doctor Gerber, consciente de ello, da media vuelta y dirige sus pasos hacia un armario. Coge una pistola de dardos y carga uno con el suero Sectal. Desde una distancia prudente, y ante tu mirada estupefacta, dispara a Ronin.

El suero no tarda mucho tiempo en hacer efecto. De hecho, al cabo de unos pocos segundos, Ronin comienza a convulsionar. A continuación su cuerpo se sobredimensiona y queda cubierto al completo de pústulas que hinchan, hasta que, finalmente, explotan todas a la vez. Ronin deja de ser lo que una vez fue, y ahora, convertido en un monstruo informe, con tentáculos saliéndole de la espina dorsal, garras y dientes más propios de una bestia del jurásico, junto con una absoluta ansia de sangre y destrucción, arremete contra los barrotes que le mantienen prisionero, lo cuales destroza como si fuesen mondadientes.

El espectáculo es dantesco, pero sobre todo impredecible.

—¿Qué ha hecho doctor? —protesta el teniente Wittmann.

—Creo, creo... —balbucea—, que he confundido la dosis.

La bestia cánida, ya libre de su encierro, no parece conocer a nadie, arremetiendo contra todo lo que se encuentra a su paso. Desquiciada, va de un lado para otro, repartiendo zarpazos imprecisos, hasta que uno de estos abre tu jaula, más la de Abott. Te acercas a él, a Ronin, dirigiéndole cariñosas palabras con las que aplacarlo, algo que resulta inútil. De inmediato, el teniente Wittmann desenfunda su luger mientras que el doctor se dirige de nuevo al armario en busca de algún que otro dardo, veneno, cloroformo, o cualquier otra sustancia con la que neutralizar al cánido desbocado. Éste, inquieto, se lanza sobre el ayudante del doctor, que emprende la huida, solo que, al instante, sus tripas terminan decorando las paredes del bunker, justo después de ser trituradas por las fauces de la bestia. El resto de mutantes, los que alguna vez fueron la marinería del Black Swan, comienzan a exaltarse. Abott, rápidamente se desplaza, arrastrando como puede su pierna maltrecha, hacia una mesa de oficina donde se encuentra una pistola. La coge, y dispara a quien primero tiene a tiro, el doctor Gerber, abatiéndolo. Un disparo que, sin quererlo, desvía la atención del teniente Wittmann, más centrado en situar su punto de mira de forma certera sobre el cánido y, siendo Abott un blanco más fácil, en tan solo unas décimas de segundo le habrá respondido con una bala mortal. Décimas de segundo en las que tienes que actuar, tienes que decidirte. No hay más armas a las que echarles mano, o quizás sí, al menos hay un chuchillo de las juventudes hitlerianas a tu derecha, sobre una repisa. Con una agilidad felina te haces con él y, mientras Wittmann amartilla su pistola para disparar a Abott, no solo observas que este parece tener problemas para defenderse, pues su arma semeja encasquillada, sino que, también, adviertes por el rabillo del ojo como Ronin se abalanza sobre la jaula de Lucy, y no precisamente con la intención de darme unos lametones de cariño.

Lucy grita de terror, Ronin está apunto de reducirla a picadillo; Wittmann apunta a Abott y, en cuestión de unas miserables décimas de segundo, tanto Lucy como tu buen amigo Michael Abott, pasarán a mejor vida. En tus manos tienes la opción de salvar a uno de los dos, pero solo a uno. Tienes un cuchillo, y sabes cómo lanzarlo. Lo has hecho otras veces; en distancias tan cortas eres infalible. ¿Qué vas a hacer?

A continuación, tienes 2 opciones:

Opción 1: Confías en que, en el último instante, Ronin recupero un ápice de lo que fue, reconozca a Lucy, y no le haga daño. Por lo tanto, lanzas el cuchillo al teniente de las SS, para matarlo y salvarle la vida a Abott. Además, no puedes matar a tu propio perro, después de todas las veces que te ha salvado la vida. Pincha aquí

Opción 2: Lucy es lo primero para ti. No hay otra, todo lo demás carece de importancia. La bestia cánida nada tiene que ver con Ronin, él ya no está con vosotros. Lanzas el cuchillo a Ronin, apuntándole al cuello. Pincha aquí

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