Ya que voy a morir en prisión quiero que usted sepa...se que usted está deseando saber. El cómo creo que usted ya lo sabe. No voy a negar mi culpa, ella me atormentará hasta el fin de mis días. ¿cómo un profesor, un historiador y un buen antropólogo, un hombre que habla con fluidez 14 lenguas, termina en prisión por el resto de su vida? Es fácil, ya usted lo sabe, por ser tan estúpido y brutal como para matar a una mujer de semejante manera tan horrible. Apostaría lo que fuera a que es el por qué lo que más la intriga. Le prometo que trataré de satisfacer sus dudas tanto como me sea posible. Para que usted vea con un poco más de claridad el cómo, diré que mis credenciales y mi posición me hicieron fácil conseguir un granero y hacer que armaran un cadalso adentro, solo con propoósitos académicos . Mis credenciales y buena posición fueron muy útiles para conseguir la secretaria ideal, ella era una gran mujer pero apuesto que usted está ansiosa de conocer el por qué así que aquí vamos: Todo comenzó hace mucho tiempo en mi país, yo era tan solo un chico de 12 años. Yo era tímido y solitario y me gustaba mucho serlo, la gente entonces solía decir que yo era maduro para mi edad. Mi soledad no era un problema en realidad, descubrí que estar solo siempre iba a convenir a mis propósitos. Fui criado por mi anciano tío. El viejo caballero era un adicto a los libros, la cultura y la civilización significaban todo para él...creo que a eso debo el hablar 14 lenguas, quizá por lo mismo terminé aquí; fue algo como eso o simplemente yo venía programado para disfrutar algunos placeres secretos que la historia puede ofrecer. Mi anciano tío estaba felíz de saber que que yo estaba tan interesado en nuestra historia nacional y en nuestro héroes. Creo que él pensaba que estaba criando a un hombre de letras y a un patriota igual que él. El viejo caballero había estado siguiéndome y yo no íba a explicarle por qué la histoi drea mi país me atraía tanto, no hubiera podido explicarle porque yo no sabía entonces muchas cosas sobre mi propio cuerpo...no sabía cómo nombrar la sensación o por qué sucedía pero yo estaba seguro de que la disfrutaba. La plaza principal en la ciudad capital de mi país está dedicada a los tres hombres que nos dieron la libertad y fundaron nuestro país pero en esa época solo eran para mí otra plaza y de estatua. Hay otra plaza no muy lejos de la plaza principal, es un hermoso parque que en aquella época casi nadie solía visitar, un parque rodeado de flores y de árboles bien cuidados. El parque es pequeño y el ruido de las calles no llega hasta allí. Ella reina en el parque desde el centro...ya se que es solamente otra estatua pero para mí era ella...sigue siendo ella. Yo no sabía por qué yo iba a ese parque a contemplarla, cómo ya le dije yo no sabía qué me pasaba...yo solamente disfrutaba esa extraña sensación y eso era todo. Ella fue mi primer, y, tengo que confesarlo, mi único amor verdadero. Y ahí estaba ella, sigue estando allí, de pie, estoica con su espalda recostada contra un poste, sus manos atadas a la espalda, sus ojos cubiertos, vestida apropiadamente con traje de falda, el saco debajo de la chaqueta desabotonado y mostrando su blusa, su cabello ondulado mecido por el viento...ella es la mayor heroína de mi país y se que usted conoce su nombre. Y allí estaba yo, contemplándola, a veces durante horas, sintiendo esa gratificante y extraña sensación debajo del cinturón, imaginando lo que le pasó a ella y la forma como pasó, exactamente en ese mismo parque unos 70 años antes. Tan seguro como estaba el viejo caballero de estar educando a un hombre de historia y a un patriota, él me dijo que debería visitar los muchos museos de la ciudad alguna vez. No me haría ningún daño y además, la entrada a los museos los domingos era gratis. Comencé a visitar museos en parte para alejar la atención de mi anciano tío de mis verdaderos intereses en la historia y en parte porque...usted sabe, los museos tienden a ser lugares silenciosos y solitarios. En ese tiempo, todos los museos de la ciudad me parecían aburridores y poco interesantes...todos menos uno. La vieja casona y el museo siguen allí en estos días, en una de las esquinas de la plaza principal. Le recomiendo especialmente que visite el museo cuando tenga oportunidad de ir a mi país. El museo toma su nombre de la casa, La Casa de Los Siete Balcones. Aunque los balcones fueron cerrados más o menos treinta años antes de que yo naciera, siguen siendo la atracción principal del museo...en realidad los balcones crearon la atracción principal del museo. Muy pronto los domingos dejaron de ser suficientes para mí...descubrí que la heroína del parque era mi único amor, ella me hizo experimentar esa sensación tan agradable la primera vez...y la segunda y la tercera pero ella no era la única capaz de provocar aquella sensación. La Casa de Los Siete Balcones había sido una especie de corredor de la muerte para mujeres en el pasado y con el tiempo fue convertida en un museo sobre el crimen y la justicia. Las réplicas a tamaño natural de las mujeres que fueron enviadas allí en el pasado siguen en exposición. Las réplicas a tamaño natural no representaban para mí el único atractivo. El museo tiene una muy rica colección de material sobre las mujeres enviadas allí, mucho de esa colección está en exhibición también. Pueden encontrarse desde papeles hasta cintas de audio y la ropa y los zapatos que las condenadas usaron hasta su último día. Las fotografías de ellas en su último día antes, durante y después de que la justicia fuera servida son la pieza más apreciada del museo. Las réplicas son exhibidas en urnas de cristal de cuerpo completo. Pronto los guardias y los guías del museo se dieron cuenta de mi presencia. El viejo caballero solía darme el dinero para las entradas al museo y yo solía ir allá después de haberla visitado a ella en el parque todos los días después de la escuela. El museo era un lugar solitario y silencioso pero de todas maneras, yo tenía que hacer maravillas para evitar que me descubrieran. Debo ser franco y admitir que llegué a sentir la urgencia de meter mi mano en mi pantalón más de un par de veces y que tuve que pelear duro contra el impulso porque no iba a arruinar mi oportunidad de regresar al museo todos los días. Yo solía ir a casa después del museo. Me encerraba en mi habitación y...no creo que sea difícil imaginar a qué dedicaba mi tiempo. En ese entonces yo tenía un libro sobre la historia del museo que tenía algunas fotografías y dibujos de sus tiempos como corredor de la muerte, aquellas imágenes en el libro distaban mucho de ser las más valiosas. Por aquel entonces el anciano caballero estaba convencido: yo crecería para convertirme en abogado , técnico criminalista o en un alto oficial de la policía. Mi interés en la historia, el crimen y la ley era evidente pero las verdaderas razones detrás de mi interés permanecían como un secreto bien guardado en La Casa de Los Siete Balcones. . La batalla contra mis impulsos arreció con el tiempo. Yo a duras penas podía mantener las manos fuera de mi pantalón. Una de las guías del museo, una mujer en sus cuarenta, pudo notar algo extraño en mí...ella sabía de qué se trataba pero smplemente actuamos como si no pasara nada. Ella era amable y prudente así que nunca fue necesario hablar del tema. Los recuerdos, esos pequeños regalos que comúnmente tienen los museos para sus visitantes, son la principal atracción que tiene La Casa de Los Siete Balcones para los extraños gustos de un joven como yo. Cada pieza en el museo tiene una réplica de unos treinta centímetros; cada cepo, poste, silla o cruz en la colección puede ser encontrado como un souvenir...algunas veces, el precio de la civilización es la brutalidad, se lo dice el más eminente profesor de la facultad de Antropología e Historia Humana doctora...bueno, supongo que así era hace una eternidad; ahora, puede usted ver, no soy nada más que un miserable reo de por vida. La cereza del pastel fueron para mí las pequeñas réplicas de las mujeres que alguna vez habitaron La Casa de Los Siete Balcones. Se puede encontrar todo lo que ellas usaron hasta el día en que danzaron por última vez como una pieza de colección, desde sus carros hasta sus carteras favoritas. Todo se vende por separado claro. La guía del museo, esa buena mujer, alguna vez me permitió tocar una de las réplicas a tamaño natural, entonces forjamos un pacto de silencio y honor. Ella abrió la urna de cristal y me permitió tocar la mano de la estatua. Yo había creído que estaban hechas de cera pero después de tocar podría decir que era piel humana, suave y cálida. No pude resistir, algo extraño se sumó a la agradable sensación debajo de mi cinturón aquella vez. Comencé a sentir algo por las mujeres que danzaron su última pieza en La Casa de Los Siete Balcones. Se que mi confesión es extraña pero me enamoré de mujeres que habían sido colgadas en aquella misma casa unos treinta años antes. La réplica que la guía me permitió tocar se había convertido en mi pieza favorita de todo el museo. Yo solía contemplarla durante un tiempo que bien podría haberle parecido una eternidad a los guardias, los guías y a los pocos visitantes ocasionales. La reina del parque seguía en mi mente pero ella era distante, tan grande y fría...tan diferente de la que tocaba en aquel momento. Su nombre era Isabel Case. Era una dama, una baronesa, no solo era respetada sino amada por la gente. Ella fue una de las primeras visitantes de La Casa de Los Siete Balcones en su época de edificio oficial. El delito de Isabel fue haber defendido el derecho de la mujer a ser elegida a altos cargos en el gobierno; en realidad fue condenada por organizar grupos que el gobierno consideraba en contra de los intereses y los valores de la república. Isabel se presentó ante el juez tan pronto como fue notificada del proceso en su contra y se mudó de la casa de su esposo a La Casa de Los Siete Balcones después de que el juez hubo leído la sentencia. Ella era una mujer decente y no iba a ser el motivo de su propia vergüenza. Isabel era consciente de su encumbrada posición y sabía que su excelente comportamiento tenía que ser un ejemplo a seguir sin importar si la situación en que se encontraba era de su agrado o no. Isabel Case puso el bien mayor de los intereses de la república sobre su propia vida, por ello es recordada como una mártir y heroína de la patria y no como una criminal ejecutada. Tres días pasó la baronesa Isabel Case en La Casa de Los Siete Balcones, tres días y medio para ser exacto. El balcón había sido preparado la mañana del cuarto día y la esperaba a medio día. Un delicioso almuerzo fue presentado ante Isabel pero ella amablemente lo ofreció a una de los guardias que la escoltaba aquel día. Ella, sabedora de su inmediato futuro, había dejado su desayuno en la mesa. La compostura y la modestia debían ser observadas, Isabel había vivido toda su vida como una dama y estaba decidida a dejar este mundo de la misma forma. Ella escogió un traje de falda azul oscuro, un saco del mismo color del traje, una blusa blanca, una bufanda de seda a juego con el traje y unos zapatos del mismo color para su última cita. El jefe de la oficina de asuntos judiciales no pudo más que aprobar con un gesto cuando la vio. Uno de los guardias suspiró con desaliento porque estaba evidentemente enamorado de Isabel, no resultaba difícil amarla solo unos minutos después de conocerla y el guardia había pasado tres días cuidando su puerta. --lo lamento señora baronesa pero es momento de irnos...temo que la carta de indulto no fue enviada—dijo el jefe de de la oficina de asuntos judiciales al entrar en la habitación de Isabel. Tres guardias la acompañaban. --Bien...--dijo Isabel levantándose y abotonando su saco—fue un placer conocerlos señores-- Ella caminó en calma por el pasillo hacia el balcón. El jefe de la oficina de asuntos judiciales delante de ella, dos guardias a cada lado y el tercero cerraba la marcha tras ella. --tengo sed—dijo Isabel de camino al balcón. La comitiva se detuvo y el guardia detrás de ella se apresuró a buscar una botella de agua para su amor. --Tome usted...--dijo el guardia. Abrió la botella y se la ofreció a su amor. Isabel agradeció a todos, pidió su permiso, bebió media botella y la devolvió al guardia. La comitiva comenzó a moverse, el balcón esperaba tan solo unos metros más adelante. -- Por favor señores, no dejen que mi esfuerzo y mi compromiso sean olvidados—dijo Isabel y se detuvo a un paso del balcón para ponerse la pañoleta de seda azul oscura sobre su cabello y alrededor de su cuello—por favor digan a mis hijas que no se olviden de perseguir sus sueños. Díganle a mis hijas que una mujer que no defiende sus ideas da a a entender que, o no valen las ideas o no vale la mujer-- terminó Isabel mientras que el jefe de la oficina de asuntos judiciales aseguraba sus muñecas detrás de su espalda con ataduras de grado médico, sus codos flexionados y su antebrazo izquierdo sobre el derecho; lo que hizo que su pecho sobresaliera. Isabel dio un paso hacia el balcón y el jefe de la oficina de asuntos judiciales puso un velo blanco casi transparente sobre la cabeza y la cara de Isabel mientras que los guardias aseguraban sus piernas y el ruedo de su falda con cinturones de lona. Una multitud se había reunido en la calle para ver a Isabel en el balcón. Isabel miró a la multitud a través de las ventanas de cuerpo entero que cubrían el balcón. El jefe de la oficina de asuntos judiciales pasó la cabeza de Isabel por el dogal recubierto de cuero y ajustó el aro debajo de su mandíbula izquierda. Isabel miró de nuevo a la multitud y se estremeció un poco. La trampa se abrió y el aro de cobre convirtió el último, y único, grito de Isabel en un jadeo corto y estrangulado. Las pantorrillas de Isabel quedaron a la misma altura de de las cabezas de los testigos. El ruido sordo que pudo escucharse indicaba que el cuello de la baronesa se había roto. La cara de Isabel comenzó a enrojecer, la punta de su lengua se escapó por la comisura de sus labios y su vejiga se distendió. Un hombre se apresuró a colocar una escalera bajo el balcón. Él liberó las rodillas y tobillos de Isabel , metió su mano un poco más arriba y humedeció su pañuelo con los residuos de orina todavía caliente en los muslos de Isabel. Ella estaba inconsciente y sus pies rozaron suavemente los hombros del hombre mientras que él descendía por la escalera. El cuerpo de Isabel fue sacudido por un último espasmo, la vida finalmente la había abandonado. El cuerpo de Isabel fue dejado en suspensión por media hora y después fue descolgado y llevado adentro de La Casa de Los Siete Balcones para preparar el funeral. Yo tenía que tener algunos de aquellos souvenirs. El primero de ellos fue la réplica de Isabel. Aquella brillante caja negra con destellos dorados hacía destacar todavía más la hermosa figura que contenía. Llegué a casa esa noche y como de costumbre corrí a mi habitación. Tenía yo suficientes razones para encerrarme allí. Saqué la figura de la caja y descubrí que ella, estoy seguro de que usted estaría de acuerdo en que esas figuras están lejos de ser una simple cosa si usted hubiera visto una, estaba hecha del mismo material que la réplica a tamaño natural que la guía del museo me había permitido tocar ese mismo día. La desnudé hasta la ropa interior y la vestí de nuevo. La pequeña réplica llevaba puesta la misma ropa que Isabel Case había escogido para su última cita. Decidí que tenía que tener todo lo que la baronesa había usado, hasta su carro, para mi pequeña Isabel. Muchos fotografos se reunieron en la calle el día que Isabel Case cayó por la trampa pero ninguno de ellos pudo tomar las fotos que venían en la caja con la réplica, aquellas son las mejores. Hay fotos de Isabel Case en su habitación la mañana antes de su última cita y algunas de su cuerpo en una camilla minutos después de haber sido descolgado. En la caja venía un corte de dos centímetros de la soga empleada por Isabel Case para satisfacer a la justicia. No se supone que aquellos souvenirs fueran vendidos a los más jóvenes pero la guía del museo y yo teníamos no solo un pacto de honor sino una buena amistad y eramos, por así decirlo, cómplices. Además, yo era sobrino y nieto de dos patriotas y hombres de honor; no me haría ningún daño tener algunas réplicas bajo la estricta vigilancia de mi anciano tío. Apostaría a que usted está pensando que la gente de mi país es un hato de salvajes. Desatar las piernas de una mujer ahorcada y meter la mano entre sus muslos parece contradecir el significado de la palabra civilización pero aquellos eran otros tiempos y entonces la gente solía creer que los fluidos del cuerpo de una mujer ahorcada podrían curar casi cualquier enfermedad, supongo que la gente creía que entre más frescos los fluidos mejor sería su efecto. Nunca llegué a comprender este fenómeno sin importar cuánto me dediqué a estudiarlo. Uno de los motivos del incidente que me trajo aquí fue estudiar los hechos detrás del mito. Como antropólogo estoy acostumbrado a pensar que siempre hay algo de verdad detrás de cada mito. Creo que no voy a ser capaz de terminar mi investigación. Tome, esta llave guarda mi colección de réplicas. Me haría muy feliz si usted pudiera traerme dos de ellas: mi Isabel y mi Cecilia...sí, ese es el nombre de la heroína que yo solía visitar en el parque cuando apenas era un muchacho. Estoy seguro de que usted podrá reconocerlas cuando las vea. Por favor doctora, conserve el resto de mi colección. Hagamos un trato, cada vez que usted venga a visitarme traiga una de las réplicas y yo le contaré su historia. Hasta luego y deseo que lo que queda de su día sea muy placentero.