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× Halloween Tales 2013. Taller Literario Pulp dirigido a escritores, correctores y críticos. Bases de la convocatoria: Convocatoria Halloween Tales 2013
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Relato HT2013. Titulo: El atajo de Jack O'Lantern

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10 years 6 months ago #1878 by phlegm
Aquí va la versión, esperemos que definitiva. Espero que os guste.

El atajo de Jack, el de la Linterna.

Es increíble hasta qué punto uno se cree lo que le dicen los demás. Nos iría mucho mejor si nos paráramos un segundo a reflexionar lo que los otros nos cuentan, y no creérnoslo a pies juntillas, como siempre solemos hacer. Si no, que me lo digan a mí.
Me resulta divertido recordarme a mí mismo, subido a una escalera, cubriendo la ventana de la tienda de comestibles de O’Brien con detergente. Era la manera que tenía la pandilla de divertirse en Halloween. Aunque solíamos decir que era una broma, yo sabía que estaba haciendo mal, pero O’Brien es un gilipollas de Limerick, y mi abuelo decía que a los de Limerick, ni agua. Otra cosa no sería, pero mi abuelo era un irlandés de los pies a la cabeza, trabajador como él solo, y no aguantaba a estos soplagaitas de medio pelo que te venden una pinta de leche y sólo te sirven diecinueve onzas. Hacíamos mal, pero se lo merecía, el muy cabrón. A mi madre le cuesta mil dolores el levantarse pronto para ir a trabajar a los telares de algodón como para que un seboso paleto le robe el sueldo.
No éramos los únicos que la liábamos en Halloween, ni esa nuestra primera vez. Otros cortaban radios de ruedas de bicis, o incluso se dice que alguno pintarrajeó una tumba del cementerio. Nosotros no llegamos a tanto, no éramos unos irrespetuosos, sólo queríamos divertirnos un poco.
Naturalmente, hemos tenido algún encontronazo con el sheriff Elwood. Él me conoce a mí y al resto de la pandilla, y se pone rojo de furia cuando nos ve con el tirachinas en ristre, o atando latas al parachoques de una camioneta. Debería intentar ser un tío un poco más moderno, estamos en los años treinta, por los clavos del buen Jesús. Creo que sabe que somos buenos chicos, pero cuando llega Halloween, el tío se pone de lo más estricto. En realidad, la noche de Halloween es el momento perfecto para hacer esas travesuras sin que nadie se enfade mucho. Ahora que se está poniendo de moda que la gente se disfrace y que vaya pidiendo algo dulce de puerta en puerta, eso es divertido si tienes siete años.

En este mundo, sólo le tengo miedo a una cosa. Nada es capaz de conseguir que me baje la sangre a los pies igual que mi abuela Éire. Si bien mi madre nació en suelo norteamericano, mi abuela era irlandesa, de Cork. Las de Cork son muy cabezotas, supongo que esa fue una de las razones por las que mi abuelo se llevaba tan mal con ella. Se peleaban un montón, pero se querían, o eso decían ellos. Como yo no lo entendía, me ponían el ejemplo de mi hermano Pat, con el que me llevo a matar, y al que habría dado en adopción si de mí hubiera dependido. No habían escogido un buen ejemplo para explicarse.
Según mi abuela, a mi abuelo le encantaban las historias, y no paraba de decir que cuando tuviera nietos, les sentaría sobre sus rodillas y les contaría todas y cada una de las historias tradicionales de Irlanda. No sólo las de Cú Chulain haciendo el bestia, esas también, sino las historias buenas, las de trasgos y fantasmas. Antes de eso, se lo llevó una neumonía. Lo que pasa es que a mi abuela se le iba la cabeza muy de vez en cuando. Nosotros nos meábamos encima cada vez que nos contaba la historia de la aulladora enlutada que anunció la muerte del reverendo Bunworth, o la de Balor, el rey demonio de los fomoré, que podía matarte si te miraba con un ojo que tenía en la espalda. Pero la que más nos gustaba, con diferencia, era la historia de Jack O’Lantern.
No creo que haga falta que te cuente la historia de Jack O’Lantern. ¿O sí? Es normal, no todo el mundo la conoce, pero entonces no sé a que viene tanta fiesta con lo de Halloween si no sabes quién es Jack. Venga, te haré un resumen.
A los irlandeses les gusta beber, eso todo el mundo lo sabe. Cuentan por ahí la historia de Johnny Tarr, que estaba un día soplando en la taberna y cayó redondo al suelo después de beberse quince pintas de cerveza. Naturalmente, cuando llegó el médico del pueblo, dictaminó que había muerto de sed. ¿Pues sabes una cosa? Johnny nunca se habría ido de cañas con Jack. Le habría dado miedo. Ahora te haces una idea.

El caso es que, mientras que el primero era el borrachín gracioso por el que todo el mundo siente simpatía, Jack era un tieso. No caía bien, siempre adeudaba sus copas y andaba malhumorado por las calles de su pueblo, sin importar que estuviera borracho, o peor aún, sobrio. Pero se le podía reconocer que era un engatusador y que le podía vender arena a un beduino, y él mismo decía que podía engañar al mismo Lucifer, sí hacía falta. Mira tú qué gracia, que el Diablo se fue a enterar de todo esto, y medio ofendido, medio picado por la curiosidad, se disfrazó y salió a dar una vuelta para conocer a Jack. Se lo encontró en un camino, y juntos se fueron a un pub, para tomarse unas cervezas.
Llegó el momento de pagar, y Jack, que no podía ser infiel a su fama, le dijo al Diablo que no llevaba ni un chelín, y que si podía pagar él la ronda. Cuando el Diablo le dijo que, evidentemente, él tampoco llevaba dinero, Jack se las ingenió para convencerle de convertirse en una moneda con la que pagar las cervezas; después, el Diablo volvería a su forma original, la consumición quedaría sin pagar y los parroquianos se llevarían un susto de mil demonios. Así todos contentos.
Lo que el Diablo no anticipó es que Jack le metería en un bolsillo junto con un crucifijo de plata. Encerrado, el Diablo chilló, se quejó y maldijo hasta que Jack le prometió la libertad a cambio de que le dejase en paz y no se llevara su alma en diez años. El Diablo, sin muchas opciones, tuvo que aceptar.
A partir de ahí, la leyenda se va de madre. Según mi abuela, cuando Jack se murió, le tocó subir al Cielo. San Pedro, como era de esperar, le dijo que no había sitio en el Paraíso para irlandeses borrachos como él. Cuando bajó al Infierno, le dijeron que no podía entrar. El Diablo estaba furioso porque se hubieran reído de él, y dado que no podía quedarse con su alma, no permitió que entrase. Jack, sin tener donde ir, cogió un rescoldo de las brasas del Infierno que utilizó como antorcha y se dedicó a vagar como habitante del inframundo, recorriendo el limbo entre mundos durante toda la eternidad.
Mi abuela decía que, en la noche de Difuntos, había que poner una vela en la ventana para iluminar el camino de los muertos al inframundo, pues esa noche, alrededor de las doce, las fronteras entre la tierra de los vivos y el inframundo se estrechaban. En ocasiones, los muertos se perdían y vagaban por nuestras calles. Encendiendo esa pequeña luz, se les podía indicar el camino para volver a su mundo, a su descanso, pero había que evitar asomarse fuera del umbral de la casa, y sobre todo, mantener cerradas las ventanas que miraran al oeste. Mi hermano y yo nos escondíamos bajo las sábanas después de la cena mientras nuestra abuela encendía la vela en la ventana. Estábamos muertos de miedo. Sin embargo, ella siempre nos decía que no teníamos que tenerle miedo a la historia de Jack. Todo eso había ocurrido hacía muchos años. Todo había quedado atrás, en la vieja Irlanda, más allá del océano. Las Bean Sidhe, el monstruo de Loch Ness, todo atrapado en la tierra de nuestros antepasados, por lo que no había peligro de encontrarse con esos espíritus en Massachussets.


Caída la noche, cuando mis padres se fueron a dormir, me levanté de la cama, puse encima del colchón ropa que abultase y la cubrí con la sábana. Me acerqué a la puerta. Desde allí, cualquiera que mirase hacia la cama creería que yo seguía ahí. Cogí mi ropa, mis zapatos de todos los días y un par de pañuelos grandes. Me vestí, y salí en silencio por la puerta, llevando los zapatos en la mano para calzarme una vez hubiera salido. Se oía roncar a mis padres en su dormitorio.
En el exterior, todo estaba tranquilo. El treinta y uno de Octubre había dado paso al uno de Noviembre, y cercana la medianoche, los niños y buena parte de los adultos se habían ido a dormir. La señora Steeger seguía hablando en voz baja con sus amigas solteronas. Yo procuré que no me viera escabullirme; si me pescaba, a la mañana siguiente sería pasto de los gusanos cuando mi madre me echase el guante.
Me até un pañuelo alrededor de cada zapato, así mi madre no vería manchas de barro ni césped en mi calzado. Todo estaba bien planeado. Salí por la carretera del molino hasta reunirme con todos junto a la estación ferroviaria, a esas horas ya no pasaba ningún tren. Allí estaba toda la banda esperándome. Muschetti había sido el primero en llegar. Banks había traído una botella de aguardiente ilegal del que su abuelo fabricaba con un alambique casero y todos se hacían los duros bebiendo. Me hice el dormido para ignorar a los que se metían conmigo por llegar tarde y poder pasar de beber, sabía de sobra lo mal que sabía.
Muschetti era un rapaz de cuidado. Jugaba a lo grande en cuanto a robos se refería. Para cuando te dabas cuenta de que te habían robado la cartera, ya te faltaban los calzoncillos y el reloj. Era la mar de habilidoso, y un poco matón, sobre todo con los pequeños. El sheriff Elwood lo había encerrado un par de veces en la celda de la comisaría, pero eso no había evitado que para nosotros, Muschetti fuera casi un héroe. Hacía lo que le daba la gana, sin mostrar el más mínimo respeto por nadie que no lo respetara primero.
Apareció con una cajita de madera vieja entre manos, del tamaño de una petaca. Nos la enseñó, contenía una cros cheilteach, una cruz celta cuyo centro estaba ocupado por una moneda de plata. Nosotros nos quedamos patidifusos cuando vimos el conjunto, y empezamos a atosigar a Muschetti, sin parar de preguntarle. Según nos dijo, había ido con Eddie Nell y Arthur el Latas a dar una vuelta por ahí, y viendo que habían aparcado un camión de transporte en la gasolinera para repostar, habían echado el guante a la primera caja que habían encontrado. Sin mirar lo que había habían repartido el botín, y a Muschetti le había tocado una caja con un par de cubiertos de plata y una moneda de oro. Dentro de la caja había una hoja de papel, una ficha de museo. Yo, que era de los que estaba aprendiendo a leer, cogí la ficha, y leí en voz alta:

Número de catálogo
P01670
Descripción
Cros cheilteach en hierro sin aleación, mal estado de conservación, marcas de óxido, grabados florales a lo largo de su trazado, con moneda en su centro en lugar de anillo representando al sol y la vida eterna, hallada en cervecería, siglo XVII. El rostro del monarca Carlos II en la moneda se encuentra deformado, posible defecto de acuñado.
Medidas
Cruz. 134mm (travesaño vertical); 70mm (travesaño horizontal) x 9 mm (grosor)
Moneda. Diámetro: 23.7mm; Grosor: 2.3mm; Peso: 5.38g
Procedencia
Hallada en un establecimiento de Tipperary (Tiobraid Árann), Irlanda.

Menudo botín. Estuvimos todos fantaseando con lo que haríamos con ese dinero, preguntando sin cesar a Muschetti, y diciéndole que el sheriff Elwood le iba a poner a la sombra mucho tiempo.
- Vámonos de aquí – dijo Banks –. Mi tío tiene insomnio y a veces sale a pasear de noche. Si nos ven, la hemos liado.
Todos asentimos, pero nos quedamos quietos en el sitio, mirándonos los unos a los otros. No sabíamos dónde ir, puesto que no podíamos quedarnos en el pueblo ni en sus inmediaciones. Fue Walton quien propuso ir a la residencia de chicas. Aunque lo más seguro es que se hubieran ido a dormir, Walton estaba flirteando con una de ellas llamada Martha. Para el resto, siempre cabía la posibilidad de acercarse a sus dormitorios, y echar un vistazo por la ventana, por si teníamos suerte y veíamos a alguna cambiándose de ropa. Si eso fallaba, siempre podíamos arañar los cristales e imitar sonidos de animal desde el exterior, a ver si se llevaban un buen susto.
- Es tarde – dijo Walton -. Si queremos llegar pronto, lo más rápido es que crucemos Solsbury a campo través durante un cuarto de milla y sigamos por el sendero. Deja directo en la puerta de la residencia. ¡Vamos, Harney, deja de quejarte, no seas gallina!
Nos pusimos en camino. Solsbury era un denso bosque de robles al cual acudían parejitas de vez en cuando para hacer manitas con algo de intimidad. De día era un lugar ideal para jugar, yo tenía la costumbre de escalar los robles más bajos y caminar haciendo equilibrios sobre sus ramas. Sin embargo, no me gustaba mucho la idea de Walton. No era mucha distancia hasta encontrar el sendero, pero era de noche, no teníamos luz y caminar a campo través era incómodo; no obstante, no puse objeciones.
Íbamos tan contentos contándonos nuestras historias, exagerando o mintiendo sobre nuestros encuentros con las chicas, que por lo general, todos sabíamos que eran nulos. Como siempre, Muschetti tuvo que dar la nota.
- ¿Nunca habéis oído lo que le pasó a aquellos tres chicos? Los que vinieron al bosque una noche ellos solos. Venían recorriendo el sendero cuando vieron una luz en medio de la oscuridad. Preguntaron ‘quién va’, pero nadie les respondía, así que decidieron apartarse del camino y acercarse a ver.
- Cállate, Muschetti, no seas imbécil – dijo Moulton, el más miedica del grupo.
- Era una figura alta, vestida con una túnica negra y una capucha grande, llevando una luz en su mano. Cuando se acercaron, le preguntaron quién era. – Muschetti iba bajando el tono de voz cada vez más -. ¿Sabéis qué respondió? ¡¡¡JACK O’LANTERN!!!
Todos saltamos del susto, Moulton cayó al suelo. El grito reverberó por todo el bosque, y el eco se perdió en la espesura. Nos recompusimos y comenzamos a reír, primero en voz baja, y poco a poco con más confianza hasta llegar a las carcajadas. Todavía nos estábamos desternillando cuando llegamos al sendero, que tomamos hacia la izquierda en dirección a la residencia.
En voz baja, le pedí a Muschetti que me dejara echarle un vistazo a la cruz. Se negó, y yo volví a pedírselo, casi suplicando. Gruñó un poco y sacó la pequeña caja de su bolsillo, pasándomela sin llamar la atención del resto y susurrando que ‘si la perdía, era hombre muerto’. Reduje el paso y me quedé atrás, observando con atención, me extrañaba mucho el detalle de la moneda. Me fijé bien, parecía como si hubieran quitado el anillo original, y hubieran agrandado el hueco para hacer encajar la moneda justo en la parte de atrás, como un añadido. Sin embargo, no habían soldado ambos elementos. Pasé los dedos por la moneda, que tenía un tacto muy frío. Al mirar el rostro de Carlos segundo, me invadió una sensación de desazón.
Volví a mirar la cruz en su conjunto y me acordé de mi abuelo, que siempre estaba contándome historias antes de morir. Le gustaban mucho las de San Patricio, que introdujo la cros para evangelizar la Irlanda pagana. Pero no eran esas las únicas historias que contaba. Recordé aquella vez en que mi abuelo discutía con el viejo Peabody y con un ayudante del sheriff pelirrojo llamado Marcus, pues cada uno de ellos creía que su versión de la historia de Jack O’Lantern era la correcta. Mientras que Marcus decía que había un segundo capítulo en la historia, bastante ingenuo, en el que Jack convencía al Diablo de ir a comer fruta al campo de un vecino, y se volvía a escabullir de sus garras subiendo a un árbol que tenía marcada una cruz en su tronco, Peabody afirmó que el final era más inquietante, pues decía que Jack había mantenido al Diablo confinado en una moneda hasta el día de su muerte, y que ésta moneda se había perdido, quizás esperando por toda la eternidad cobrarse el alma debida, sin saber que esta se encontraba perdida por siempre en el inframundo. Sabía que era una chiquillada, más para un mozo de doce años como yo, pero aún así me intrigaba la idea de que podría estar llevando al mismo Diablo entre manos.
Alcé la mirada, y eché un vistazo en derredor. Estaba sólo. Ninguno de los de la pandilla estaba ahí, todos habían desaparecido. Me asusté y miré en todas direcciones, pero no pude verles, ni mucho menos escucharles. Se habían ido sin mí. Estaba muy asustado, pero esperé en silencio un rato y me serené. Recuerdo que a pesar de que me hallaba en una zona protegida de la luz lunar por las espesas copas de los robles, la densa oscuridad había sido sustituida por una luminiscencia superficial, tenue. Ya sabía dónde estaba, me había perdido por la zona del pantano. En realidad, sólo tenía que encontrar de nuevo el camino hacia la residencia y podría volver a casa; tenía que devolverle la caja a Muschetti, o sería hombre muerto. Me puse en camino.
Vi que se abría una vereda en dirección hacia aquella claridad a ras de suelo. En realidad, una pequeña capa de niebla se espesaba y reflejaba la candela de unos faroles distantes. A medida que iba cojeando por este nuevo sendero, por el que no había ido nunca, vi que luz no era irradiada por faroles, sino por unas pequeñas masas flotantes, de tamaños que iban desde una pelota de beisbol a un plato. Su candor era azulado, y notaba una extraña vibración en mis oídos cuando pasaba a su lado. Se me pasó por la cabeza la idea de tocarlos, pero el miedo que tenía me ayudó a resistir la tentación. Estas bolas de luz desprendían una pequeña llama alargada, y se desplazaban con un suave movimiento pendular.
Caminé entre estas luminarias durante mucho rato. Recordé los viejos cuentos, y caí en la cuenta de que las masas luminosas eran los terribles fuegos fatuos, que iluminan el camino de los muertos hacia el más allá. Cuando nosotros poníamos velas enfrente de nuestras casas por Halloween, lo hacíamos para ayudar a los muertos a encontrar su camino a casa. Los fuegos, sin embargo, intentaban que los vivos fueran arrastrados al inframundo, decenas de personas habían desaparecido para siempre en lugares donde se veían fuegos fatuos. Los llamábamos sluagh, muertos sin hogar ni reposo, caminantes del inframundo.
Se oía un rasgar metálico, del que no sabía decir de dónde venía. Podía ser una voz, o quizás un animal, o uno de mis amigos arañando un trozo de latón. O quizás algo peor. No sabía de dónde venía, pero sí sabía que estaba más cerca. Los fuegos fatuos me llamaban. Sabían mi nombre. Me atraían hacia sí, invitándome sin palabras a recorrer el camino. Di un par de pasos en su dirección y cada paso hacía la tentación más irresistible. No podía dejar de escuchar su canción, y mi paso se internó en la vereda. Con cada paso, me fui hundiendo más y más, consciente de que me sumergía en una ciénaga de la que no podría salir. Estaba aterrado, pero no podía dejar de escuchar la canción de los muertos, y seguí hacia delante hasta descansar bajo la quieta superficie del pantano.


Cuando el pater Connolly me contaba las historias del buen Jesús y su reino de Gloria, yo me imaginaba que, cuando muriera, iría flotando por los cielos, llevado por una legión de ángeles hasta la puerta de San Pedro, recibido por querubines soplando trompetas y tocando címbalos. Así que entenderás mi decepción cuando abrí los ojos y me encontré en la linde de mi pueblo. Que el Señor me perdone, pero pensé ‘¿Toda la eternidad aquí? ¿Qué habré hecho para que me castiguen de este modo?’
Desde la distancia, envuelto por el relativo silencio del bosque, la visión del pueblo era espectral. Sólo se oía el canto de los grillos, la iluminación era tenue, y no se oía ni un ruido. Eché un vistazo en vano buscando a la pandilla, queriendo creer que debían haberme estado buscando cuando vieron que no volvía, pero sabiendo que todavía estarían con las chicas. Ellos de fiesta con chicas guapas y solteras de internado, y mi fantasma vagando por el pueblo. Menudo plan para Halloween, hay noches en las que uno no debería levantarse de la cama. Cuando hubo pasado un buen rato y dejé de compadecerme a mí mismo, encaminé mis pasos hacia el pueblo, pensando que quizás podría ir a casa, a darle un susto al capullo de mi hermano.
Recorrí un par de callejones antes de llegar a la avenida principal. En el pueblo no había nadie. Las puertas de las casas estaban abiertas, las ventanas iluminadas por la luz de los faroles, alguna cena tardía quemándose en su sartén humeante, pero no había nadie. Ni niños disfrazados, ni viejos sentados en el porche con una bolsa de dulces, ni el sheriff Elwood, ni mis padres. El pueblo estaba vacío, su suelo cubierto por una ligera capa de niebla. Sé que esto suena raro dicho en palabras de un fantasma, pero esa noche ocurría algo raro.
Fui en dirección a mi casa. Al cruzar por la calle mayor, un escalofrío me recorrió la espalda. Me sentía observado. Giré la cabeza y vi decenas de sombras al final del camino que llevaba hacia la iglesia. Cada una de esas sombras portaba consigo una antorcha; se mantenían quietas y en absoluto silencio. Una de las sombras estaba más avanzada que el resto. Los sluagh.
Vamos a hablar claro, en aquel momento estaba cagado de miedo. Si mi recién adquirida condición espectral no me lo hubiera impedido, me habría meado hasta inundar el pueblo. Pero como ya no podía hacer esas cosas, tan sólo gemí.
Ellos estaban quietos. Yo también. Pasados cinco minutos, todos seguíamos quietos. Era bastante estúpido, así que, cuando me aburrí de tener miedo, y doy fe de que eso puede ocurrir, me acerqué yo.
Al avanzar, reparé en que las luces de las casas estaban apagadas, pero las velas se veían con claridad. Era como pintar color sobre una litografía. Y por una vez, pensé que quizás estábamos equivocados, y que en lugar de enseñarles a los muertos el camino que les devolvía a su limbo, en realidad, estábamos iluminando un sendero en el inframundo que les permitía acercarse a nuestros hogares. Les estábamos invitando a nuestras casas, les mostrábamos un atajo para volver a un mundo que ya no les pertenecía. Que no nos pertenecía ya.
Desde cierta distancia, los sluagh seguían cubiertos por las sombras, pero indudablemente me miraban. El primero de ellos vestía lo que parecía ser una larga capa o quizás una gabardina, y un sombrero de ala ancha. La antorcha, que era un rescoldo ardiente que sostenía en su mano, no iluminaba sin embargo a su portador. Él se mantuvo quieto y en silencio. Yo esperaba, quizás, una bienvenida, pues parecía que ahora era ‘de los suyos’.
De entre los sluagh surgió una sombra, que se acercó a mí. Di un paso atrás sin querer, pero luego me mantuve firme. Era una sombra alta, de un hombre delgado, vestido con una camisa sucia y unos pantalones rotos. Se acercó el rescoldo ardiente a la cara. Era mi abuelo. Tenía la misma sonrisa pícara que el día que nos dejó.
- Anima esa cara, hombre, que ya peor no nos puede ir – me dijo. Quise bromear con él, pero solo pude sonreír, llorar a moco tendido y abrazarle. – Venga, hombre, que no es para tanto. Tendrías que haber estado en la Gran Hambruna del 48. O el día que Paddy se quedó sin cerveza la noche de la boda de tu madre. Eso sí que fue un desastre.
- Me alegro de verte, abuelo. Pensé que no te volvería a ver.
- Seguro que no. Pero ya ves, nieto, a veces las cosas salen de manera distinta a lo esperado. – Su sonrisa se atenuó al echarme un vistazo. - ¿Qué es eso que traes? Aquí no podemos traernos nada del otro lado.
Llevaba la caja de madera conmigo. Se la enseñé. Él no pareció darle mucha importancia, pero el sluagh del sombrero se removió en su sitio y se acercó, extendiendo la mano hacia mí.
- Le has traído – dijo él, con una voz oscura como un pozo de brea. – ¿Puedes liberarle?
Miré la moneda, encajada en el crucifijo. El diablo, atrapado en una encrucijada. Jack no había podido liberarle como había prometido. Se había muerto sin poder cumplir su promesa. Por eso estaba aquí. Por eso estábamos todos aquí. Cogí el crucifijo entre mis manos.
- Sólo si nos deja volver a casa – dije. Miré a mi abuelo y le sonreí. Menuda cara iba a poner nuestra abuela. O lo mismo no. Con los irlandeses, uno nunca sabe.

HT2013:Escritor
The following user(s) said Thank You: Sergio L. Doncel

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10 years 6 months ago #1881 by Sergio L. Doncel
Acabo de leer la nueva versión de tu relato y me ha dejado entusiasmado. Si ya había mucho talento en la versión anterior, en la presente te has superado. Lo cual demuestra que este taller está funcionando bien, cumpliendo su propósito.

Ahora el final es indudablemente mejor, más reposado, coherente y claro; y ese humor que tantas veces aparece unido al terror se mantiene hasta la última (y genial) frase. Aún estoy sonriendo maliciosamente. ¡Tu protagonista-narrador se ha ganado mi simpatía y reconocimiento!Enhorabuena.

Argumentalmente no tocaría nada ya, es excelente. La alta calidad de las descripciones y caracterizaciones tampoco ofrece duda.

Por último, comentar que hay algunos detalles formales que retocar (algún guión, unas comillas...) de los que ya se ocupará con exhaustividad Contintaroja.

Un saludo.-

HT2013:Crítico/HT2014:Crítico

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10 years 6 months ago #1889 by elDuendeP
A mí también me ha entusiasmado!
La ambientación del relato ha sido de primera y has sabido jugar con diferentes leyendas y las has integrado en la historia de puta madre. Te felicito!

HT2013:Escritor

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10 years 6 months ago #1909 by salino
Genial. Si antes me gustó, ahora es perfecto. Creo que al incluir la cruz en la moneda cierras todos los cabos sueltos. También me encantó el final, donde el niño ha aprendido de la leyenda su astucia. Redondo como una moneda, así es tu relato.
Gran trabajo, no se me hizo nada pesado leerlo una vez más. :)

HT2014:Escritor

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10 years 6 months ago #1940 by José Luis Castaño
Muy buena historia y muy bien escrita también. Esta entrega de Halloween Tales va a quedar espectacular.

HT2013:Escritor

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10 years 6 months ago #1956 by Daniel L
Ha quedado muy bueno y me han gustado mucho los diálogos. Felicitaciones.

HT2014:Escritor

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