Relato HT2013 Titulo: Mensajeros de Samhain

Hola!
Aquí os dejo mi relato. El título provisional es Cosas que pasan cuando la brecha es demasiado ancha.
A lo mejor entre todos podemos encontrarle otro título o lo dejamos como está.
Adjunto un enlace al documento en Dropbox por si alguien prefiere descargarlo en lugar de leerlo por aquí: dl.dropboxusercontent.com/u/1013503/Cosa...emasiado%20ancha.doc

Y el relato. Espero vuestros comentarios:



El agua le cae caliente sobre la cabeza y se lleva por el desagüe el olor a otro. Durante un rato le gusta, pero se cansa rápido de apestar a seres humanos que no son él mismo. Es curioso porque no le pasa lo mismo con el olor de los animales. Cuando sale de la ducha se siente reanimado, con energías. Se seca y se viste, dejando el peinarse para lo último, su pequeño ritual. Se despide de Mary y de Louise con sendos besos y mete sus cabezas en la nevera, que empieza a estar llena. Hace ya unos días que debería de haber hecho limpieza, pero en el fondo no deja de ser un sentimental.
Nigel camina en dirección al supermercado e inspira el aire fresco del otoño, su estación favorita. La decadencia de la naturaleza le recuerda a la agonía de sus amigos especiales —se niega a llamarlos "víctimas" como harían en las películas —. El invierno se parece demasiado al inconveniente de tener que deshacerse de los huesos y de las partes que no le gustan para comer o jugar con ellas. Los árboles sin hojas son como esqueletos humanos, aburridos, carentes de vida. Pero él está dispuesto a hacer algo creativo con los huesos que amontona en casa: esa noche es Halloween y está decidido a sorprender a los niños del barrio, aunque eso le suponga gastarse un dinero que no tiene ya que se dedica a su arte a tiempo completo y no le salen compradores para sus piezas.
Elige unas cuantas chocolatinas rellenas. Lo ideal sería utilizar bombones con corazón de licor, pero duda que los padres dejen a sus hijos ni si quiera acercarse a ellos. Por lo tanto, deposita en el carro algunas de las más cremosas, de fresa, naranja y menta. No sabe qué tipo de conservantes y potenciadores de sabor asquerosos les ponen, pero enmascaran perfectamente el sabor del cianuro. También coge unos cuantos caramelos cualquiera, para disimular, y un bote de mayonesa, que se le ha acabado.
Decide pasarse por la sección de vinos para coger un par de botellas de algún gewürztraminer que no sea muy caro y al doblar la esquina con el carro, la ve. Vicky lo observa desde el final del pasillo y él se sobresalta al verla de una pieza. ¿Cómo puede ser que esté entera si él mismo la redujo a pequeños trocitos después de follársela? De hecho, si mal no recuerda, su cabeza sigue en la nevera. Pero sale de su ensimismamiento cuando una señora mayor, entrada en carnes, la atraviesa cargada con varias botellas y Vicky desaparece. Es entonces cuando lo recuerda: Vicky era cajera en ese mismo supermercado. Si ese sitio está infestado de fantasmas, tendrá que buscarse otro lugar en el que comprar. Es la primera vez que ve uno, y le ha dejado muy mal cuerpo.
Cargado con los caramelos y el vino decide pasarse por la ferretería antes de volver a casa. Ya se pueden ver los primeros niños disfrazados bajando por Queensbury Road, cada año empiezan antes. Hay algunos puristas a los que les molesta esta moda de celebrar Halloween a la americana y que consideran que de celebrarse de alguna manera, ésta debería de suponer un retorno a la antigua celebración de Samhain, pero a Nigel le parece una tontería. Piensa que los disfraces y las películas de terror son mucho más divertidos que los rituales de los campesinos. Además, en pleno centro de Londres no acabaría de tener demasiado sentido el ponerse a quemar rastrojos y cantarle a la naturaleza.
La ferretería está atestada de gente. Apenas hay sitio para andar entre los pasillos y el hilo de pescar suele estar en la parte trasera, lo que va a suponer un verdadero coñazo. Por un momento considera el darse la vuelta y largarse por donde ha venido, pero entonces piensa en los niños. Hay que pensar en los niños. Él piensa en ellos a menudo, tan inocentes, tan puros. Le encanta matarlos, saber que sus pequeñas vidas se esfuman de sus cuerpos, pero es incapaz si quiera de tocarlos. Todos sus amigos especiales han sido siempre personas adultas. Si acaso ha pecado alguna vez con algún adolescente, pero porque le había parecido mayor. Y por la novedad.
Así pues, pensando en los niños se adentra en la multitud en dirección a la estantería donde recuerda que está el hilo de pescar. A mitad del pasillo intenta esquivar a un tipo gordo que le cierra el paso y ante la mala educación de éste opta por empujarle levemente con el hombro. Pero no le toca. En lugar de eso nota un frío intenso cuando atraviesa el brazo del tipo. Nigel se gira sobresaltado y se encuentra mirando a los ojos a Henry, un amigo especial del que estuvo comiendo varios meses. Junto a él se encuentra Mildred, una ancianita a la que invitó a tomar el té antes de despellejarla. Un escalofrío le recorre la espalda y al girarse se topa con Martha y Bettie. Mira más allá y ve que la tienda está llena de fantasmas de gente a la que ha asesinado y tienen todos cara de pocos amigos. No sabe qué es lo que quieren de él, pero decide que no se va a quedar a preguntárselo. Agarrando fuerte la bolsa del supermercado —no quiere perder las chocolatinas —corre hacia la salida.
Una ola de frío le cala hasta la médula, congelándole por dentro, cada vez que atraviesa a un fantasma. Con cada uno de ellos siente también la indignación y el dolor que les supuso el ver que su vida acababa bruscamente antes de tiempo. De Henry nota la lástima que siente al no poder acabar la dieta que tanto le había costado seguir y con la que había perdido más de veinte kilos. Mildred está muy enfadada con él por haber truncado su sueño de llegar a los cien años y conocer a sus tataranietos. También atraviesa a Marnie, que ya no verá a su hijo crecer y a Tony, que nunca acabará la versión de la abadía de Westminster hecha con mondadientes. Entre el frío y el estupor Nigel piensa que los motivos para vivir de cada persona son bastante curiosos. Ya solo le quedan unos pasos hasta la salida, pero en su camino se interpone el dependiente de la ferretería. No sabe si podrá aguantar otra de esas oleadas de frío, pero decide atravesarlo igualmente. Cuando está a un centímetro de su cara cae en la cuenta de que él no ha matado a este tipo.

***

Nigel se despierta en una camilla, rodeado de unas cortinas de tela blanca, amarillenta. Siente un fuerte dolor en la frente y al palpársela descubre un enorme chichón coronado con lo que deben ser puntos de sutura. Siente el olor de la sangre en la nariz y el simple hecho de parpadear le resulta doloroso.
—Te has emocionado un poco —. Le sobresalta una voz a su derecha —Has pensado que porque pudieras atravesar a los muertos, los vivos ya no tienen materia.
La que le habla es una chica joven, vestida de enfermera. Recuerda haberla matado hace mucho, pero es incapaz de recordar su nombre. Nigel está completamente paralizado por el miedo y la chica aprovecha para seguir hablando.
—La brecha que separa tu mundo del nuestro ha sido especialmente ancha este Samhain y todas tus víctimas hemos salido en tropel. Has matado a mucha gente, ¿eh?
—¿Qué quieres decir? ¿Que habéis vuelto todos?
—Sí, y cada uno de nosotros tenemos un mensaje para ti.
¿Así que han vuelto todos a la vez para vengarse de él? Él, que convirtió sus cuerpos en obras de arte, en objetos de placer, en alimento para una vida tan importante como la suya. Deberían sentirse agradecidos y ahora resulta que cada uno está indignado con él porque los mató, porque acabó con sus existencias insignificantes y se lo pagan atormentándole.
—Verás, lo que te quería decir...
—¡No quiero oírlo!
Antes de que la enfermera pueda seguir hablándole Nigel salta de la camilla y se lanza contra una abertura entre las cortinas. Al salir al pasillo entre los boxes del servicio de urgencias se da cuenta de que va descalzo y lleva puesta una bata de hospital que le deja el culo al aire. Por unos segundos piensa en cubrirse pero igual de rápido decide que ya se preocupará más tarde del decoro. Busca la puerta y va hacia ella corriendo, empujando a otra enfermera que resulta estar viva.
Sale a un vestíbulo que hace las veces de sala de espera y descubre que está lleno de caras conocidas. Demasiado conocidas. Los presentes se giran hacia él y empiezan a levantarse de sus sillas. Las puertas del hospital están más allá de la multitud fantasmal que se le viene encima y para llegar a ellas debería atravesar a unos cuantos de sus ex-amigos especiales. Considerándolo una mala idea, se da la vuelta y corre hacia un ascensor que ve abierto. Salta dentro y pulsa el botón del último piso.
Mientras sube, intenta tranquilizarse y pensar con claridad, pero está demasiado asustado como para hacer cualquiera de las dos cosas. De pronto el ascensor se detiene en el tercer piso. Algún gilipollas ha debido de llamarlo. Se prepara para arrearle un buen puñetazo en la nariz al que ha pulsado el botón pero al abrirse las puertas se encuentra con la enfermera.
—¡Hola! —, exclama mientras entra en el ascensor, —¿subes?
Al ver las puertas cerrarse y quedar atrapado con su perseguidora fantasmal, Nigel profiere un grito de los que anuncian afonía y se acurruca en una esquina, tapándose la cabeza con las manos.
—Me gustaría que dejaras de gritar y atendieras a lo que te tengo que decir, por favor. Es muy importante.
Pero él no está por la labor y sigue gritando hasta que al fin se abren las puertas y sale gateando del ascensor todo lo rápido que puede. Se pone en pie y corre por un largo pasillo de habitaciones mientras el espectro le persigue.
—¿Pero me quieres escuchar?
Nigel llega al final del pasillo ya sin aliento y atontado por el dolor que siente en la cabeza. No hay salida. Al darse la vuelta ve a su perseguidora acercándose a él y detrás de ella otras dos enfermeras de carne y hueso que parecen no reparar en su compañera etérea. Le preguntan a gritos si se encuentra bien, pero no les hace caso. Entra por la primera puerta que tiene a su derecha y se encuentra en una habitación en la que descansa un anciano que se sobresalta con su aparatosa entrada. El anciano boquea y se lleva la mano al pecho, abriendo unos ojos como platos y poniéndose de pronto muy rojo. Nigel cierra la puerta y trata de tranquilizarlo palpándole los pies con cuidado, en un gesto tan inútil que incluso él se da cuenta mientras lo hace. La enfermera atraviesa la puerta en el mismo momento en que el anciano se relaja completamente y la máquina que tiene a su lado empieza a emitir un pitido continuo.
—¿Ves lo que has hecho?
Cuando Nigel vuelve a mirar al anciano puede ver a su alma separándose del cuerpo, confundida.
—Ve hacia la luz —, le dice la enfermera —y no te demores que si no te quedarás en el mundo de los vivos hasta el año que viene.
El espíritu del anciano le hace caso, se eleva y atraviesa el techo como si no estuviera ahí.
—Y ahora, ¿puedes hacer el favor de tranquilizarte y escucharme?
—¡Nooo! —grita Nigel, sintiéndose atrapado. La única salida que tiene es la ventana y decide saltar por ella. Atravesar el cristal se le antoja algo doloroso, pero nada en comparación con el golpe que se da contra el suelo, ocho pisos más abajo. Por suerte, en el mismo momento en que se golpea, muere.
De repente se siente flotar y se eleva a las alturas. Abajo está su cuerpo espachurrado contra el suelo, con el culo al aire. Piensa que es muy poco apropiado para una persona de su importancia el morir de esa manera tan poco decorosa, pero ya le da igual. Cuando llega a la altura del octavo piso, la enfermera le coge de la manga, deteniendo su ascenso. Ya no siente miedo.
—¿Es que ni muerto me vas a dejar tranquilo?
—Yo te tenía que decir algo muy importante, pero supongo que ahora ya dará igual. Todo ese dinero se va a perder o lo va a descubrir quien no debe.
—¿Cómo?¿Qué dinero? —responde Nigel, extrañado.
—Nada, que te quería decir dónde había estado guardando mis ahorros. No quiero que mi familia los encuentre y se los quede.
—¿No puedes perseguir a otro?
—No. Otros vivos nos pueden ver a veces, pero solo nos podemos comunicar con quien nos ha matado. La cuestión es que te quería dar las gracias por secuestrarme y matarme. No es que me guste mucho lo que me hiciste luego, pero el caso es que yo misma me iba a cortar las venas en cuanto llegase a casa. Pensé que el dinero te podría haber venido bien.
—Pues sí, me hubiese venido bastante bien.