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× Halloween Tales 2014. Taller Literario Pulp dirigido a escritores, correctores y críticos. Dentro de esta categoría solo pueden abrir tema nuevo los escritores que participan en el taller. Un hilo / tema (título de la obra) por cada autor. Debes loguearte para que salgan los botones de crear nuevo tema. Todo usuario registrado podrá participar en los hilos / temas abiertos.

HT2014 Equilibrio (Título provisional)

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9 years 7 months ago #2454 by José Luis Castaño
Tienes razón Salino, las historias con niños e indios suelen ser espeluznantes, jejeje :woohoo: :evil:

HT2013:Escritor

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9 years 7 months ago #2493 by José Luis Castaño
Bueno chicos, aquí les dejo el primer borrador de la historia. :evil:
Venganza de ultratumba

El detective Chávez se restregó los ojos y aspiró una bocanada del aire cargado de polvo que se filtraba a través de la ventana. Maldijo el condenado calor que le perlaba la frente y el cuello a pesar de que eran cerca de las nueve de la noche. El aire acondicionado de la estación había dejado de funcionar hacía al menos un par de semanas, y los inútiles de mantenimiento insistían en que el repuesto necesario para hacerle funcionar llegaría tarde o temprano de Albuquerque.
Era en aquellos momentos en que la necesidad de un cigarrillo se hacía más apremiante, pero Chávez se resistía a la tentación al contemplar la foto del sonriente sujeto de mediana edad a un lado del monitor. Era el recordatorio que necesitaba para no volver a tocar un pitillo en lo que le quedaba de vida. Aquel hombre era su hermano y un enfisema especialmente agresivo se lo había llevado de este mundo hacía cerca de un año.
Sorbió el café frío que descansaba sobre la mesa y sacudió la cabeza con un gesto desagradable. Entonces sus ojos se posaron de nuevo sobre la carpeta que yacía en el extremo del escritorio. Se vio abrumado por una mezcla de frustración y rabia al contemplar las macabras fotografías que guardaba en su interior. Eran cuatro imágenes de 13x18 en blanco y negro que escenificaban cuerpos destrozados en posiciones grotescas e inhumanas. Al viejo policía se le revolvieron las entrañas y el sabor del café agrío se le mezcló con la bilis en la boca del estómago. Entonces se sobresaltó al escuchar el timbre agudo del teléfono que retumbaba en el escritorio del fondo del corredor.
Abrió los ojos como platos al advertir que con aquel movimiento brusco había tumbado las fotos al piso junto con los restos del café. Se irguió con torpeza, pasándose las manos sobre la entrepierna humedecida por aquel líquido oscuro. Suspiró con resignación al ver cómo el café había estropeado una de las fotografías. Se rascó la calva y recogió la imagen para tratar de secarle y evitar un daño mayor. Tomó un trozo de servilleta usada y restregó con fuerza la instantánea. La imagen se apreciaba un poco borrosa pero al menos no se había perdido del todo. De pronto algo le llamó la atención. Se irguió y encendió la lámpara de mesa que se encontraba en el despacho del capitán. Una sensación extraña le lamió la nuca al contemplar la silueta que se superponía al cuerpo destrozado. Se trataba de un rostro, una cara ovalada con grandes ojos oscuros y rasgados. Lo que más le sorprendió fue advertir algo familiar en aquel semblante que despertaba una luz en el fondo de su cerebro. Frunció el ceño y agarró otra de las fotografías, notó como sus dedos temblaban de excitación mientras manchaba la servilleta en el poso negro que permanecía en fondo de la taza y lo pasaba sobre la fotografía. A pesar de que esperaba encontrar algo allí, no dejó de sorprenderse al descubrir que el mismo rostro ovalado aparecía en la nueva imagen. Una sensación aterradora le recorrió la espina dorsal al tratar de discernir el significado de todo aquello. Por un momento, regresó a su infancia en Texas y a las noches alrededor de la chimenea escuchando las espantosas historias que relataba su abuelo acerca de las criaturas oscuras que rondaban las noches de aquel erial calcinado y estéril. Sin embargo el detective Chávez se recompuso con rapidez, permitiendo que la mente lógica que regía su trabajo tomara de nuevo el control de sus pensamientos. Aquel extraño fenómeno debería tener una explicación plausible y sabía muy bien dónde tendría que ir para averiguarlo.
Hacía un calor asfixiante cuando Chávez encendió el aire del auto y revisó otra vez las imágenes. El encargado del forense no supo explicar lo sucedido con las instantáneas y lo adjudicó a algún problema de exposición. Sin embargo había algo en aquella silueta superpuesta que continuaba exprimiéndole el cerebro. Por alguna razón se le hacía familiar. Entonces decidió regresar a la comisaria y revisar de nuevo la información acerca del caso, con la esperanza de encontrar al menos una pista para resolver aquel misterio. Aunque la cosa estaba tranquila por el momento, el ayuntamiento no tardaría en ejercer presión sobre la policía en espera de resultados. No era bueno para una pequeña ciudad como Laramie tener cuatro espeluznantes asesinatos en menos de un mes.
Dos horas más tarde y con toda la información desplegada enfrente del escritorio, Chávez se restregaba los ojos antes de sorber los restos de la quinta taza de café. De los cuerpos, al menos dos habían sido identificados a pesar de su terrible estado. Para el detective no eran más que rostros desconocidos, pero uno de ellos encendió una chispa de reconocimiento en su cerebro. Hacía un par de años aquel sujeto había estado relacionado con la desaparición de un joven de la reservación, pero al final fue descartado por falta de pruebas. A pesar de que todo parecía una simple coincidencia, el aguzado instinto policial de Chávez señalaba lo contrario. Impulsado por aquella corazonada, enfiló hacia los archivos de casos no resueltos, y después de un rato rebuscando entre cajas viejas y polvorientas esparcidas por doquier, el detective esbozó un gesto triunfal al toparse casi por accidente con la información que necesitaba. La carpeta estaba sellada con una cinta blanca que rezaba: 20/10/2010. Se trataba de la última vez que alguien había ojeado el archivo.
Antes de abrir la carpeta, Chávez suspiro con lentitud, consciente de que tal vez había hallado una pista sólida para resolver aquellos crímenes. Lo primero que encontró fue una hoja amarillenta con la caligrafía del oficial que había realizado el reporte, indicando la fecha y el lugar del acontecimiento. Desechó aquello, además de la declaración de algunos miembros de la familia del desaparecido. No obstante su corazón dio un vuelco al advertir una serie de fotografías familiares amontonadas bajo todo el papeleo. En la primera imagen se apreciaba una familia sonriente en medio de un picnic. Chávez continuó pasando fotos sin ningún interés hasta que sus ojos se abrieron como platos al descubrir la instantánea de primer plano de un chico atezado de unos doce años. Sus ojos grandes y ovalados le produjeron un escalofrío. Se trataba del mismo rapaz que aparecía en las imágenes de los cuerpos destrozados.
Por un momento el detective no supo qué pensar. Se trataba de un descubrimiento tan impactante que no podía asimilarlo con claridad, no al menos con la fría lógica del trabajo detectivesco. Comparó las imágenes y comprendió que no había duda. A pesar de la oscuridad de la silueta superpuesta se trataba del muchacho desaparecido. Dejó las fotos sobre el escritorio y se limpió las manos sudorosas con el pañuelo sucio que portaba en la chaqueta. Entonces pensó que había algo monstruoso y oscuro en aquel asunto que aún no podía comprender.
Al principio, la policía tribal se mostró reticente a prestar ayuda a la oficina del comisario, debido a las viejas rivalidades de jurisdicción. Sin embargo cuando el jefe Blackthorn descubrió que se trataba del caso del muchacho perdido, decidió acompañar a Chávez hasta la morada de sus familiares.
Avanzaban a través de un sendero polvoriento en medio de un sol de justicia mientras el detective estudiaba con detenimiento los ranchos destartalados y los rostros adustos que le devolvían la mirada. Finalmente, abandonaron el sendero y se toparon con una casa prefabricada de una planta con un techo de zinc bastante deteriorado. Chávez sintió una punzada en la boca del estómago al contemplar a la anciana enjuta que se mecía en una vieja silla de madera. Había algo en aquella mujer que le inquietaba.
Blackthorn detuvo la camioneta y le estudió por unos segundos.
—La vieja Mae es el único familiar superviviente del rapaz. Una tía segunda o algo así. —Por el tono del navajo, Chávez sospechó que le invitaba a tener un poco de tacto con aquella mujer.
—Lo entiendo —contestó el detective.
Abandonaron el vehículo y el intenso sol cayó sobre ellos sin misericordia. El nativo se adelantó e intercambió algunas palabras con ella antes de indicarle al forastero que se adelantara.
Chávez se sentó a un lado de la mujer que no dejaba de auscultarle con unos profundos ojos negros. Al hablar del muchacho no pareció sorprenderse, al contrario, las comisuras de sus labios se estiraron en un gesto inquietante, parecido a una sonrisa. El detective entonces le habló acerca de los crímenes acontecidos en Laramie y detectó un fulgor ardiente en la intensa mirada de la indígena. Algo en su interior entendió que de algún modo incomprensible, aquella vieja decrepita que hedía a polvo tenía algo que ver con todo aquello. Al mismo tiempo, Blackthorn arrugó el ceño al observar las imágenes de los asesinatos que Chávez le había facilitado. El detective notó que su tez olivácea y tostada se transformaba en una máscara de alabastro.
Entonces la anciana aferró con sus dedos sarmentosos la mano de Chávez y recitó una espeluznante plegaría en su lengua milenaria que le puso los pelos de punta. El policía se libró de un tirón de la firme presa de la vieja y ésta rompió en carcajadas histéricas, exhibiendo una dentadura negra y desgastada.
—Es hora de irnos —le apremió Blackthorn sin ocultar su consternación. A Chávez le pareció que se alejaba de aquel lugar como si fuesen las mismas puertas del infierno. Detrás de ellos, la mujer se erguía y les señalaba sin dejar de gritar en su extraño dialecto.
Condujeron en un tenso silencio por un buen trecho, mientras el jefe policial de la reservación estudiaba con nerviosismo el retrovisor y contemplaba a su acompañante con el rabillo de ojo, como si fuera un completo extraño que acabara de materializarse en la camioneta. Detuvo el vehículo en una curva y se limpió el sudor que le perlaba las sienes.
—Detective Chávez —dijo con un hilo de voz, mirándole fijamente—. Sé muy bien que lo que lo voy a decir va a sonar un poco extraño, pero le ruego que deje el caso y se ocupe de otras cuestiones.
El aludido dio un respingo, sorprendido por las palabras del taciturno nativo.
—¿Pero de qué demonios está hablando usted, Blackthorn? —replicó sorprendido.
Las facciones rocosas del indígena se fruncieron con firmeza.
—Créame si le digo que los culpables de la desaparición del muchacho han pagado por su crimen. —Hizo una pausa y miró a su atónito acompañante—. Existen algunas cosas entre el cielo y la tierra que un simple mortal jamás podría explicar.
Chávez sintió un escalofrío lamiéndole la espina dorsal a pesar del sofoco reinante. Además, había algo en el tono del indígena que le helaba la sangre en las venas a pesar de que sus palabras no tenían ningún sentido.
—¡No puedo abandonar el caso así como así! —protestó confundido y molesto por dejarse arrastrar por la charlatanería de aquellas gentes supersticiosas—. Sería el hazmerreír de la comisaría.
Blackthorn apretó los labios con fuerza y sus ojos de águila resplandecieron de manera sombría.
—Pero al menos conservaría la cordura —enfatizó el nativo con abatimiento.
Chávez parpadeó, sin saber qué contestar. Suspiró y el hormigueo en las tripas le recordó la necesidad de un condenado cigarrillo.
—Estoy en la oscuridad aquí, jefe —inquirió después de unos segundos de silenciosa tensión—. Desde que abandonamos ese maldito tugurio siento que este lugar guarda un secreto que solo los navajo comprenden.
Blackthorn se alzó de hombros y fijó la vista en un punto distante en medio del desolado sendero.
—Existe una leyenda, una historia oscura que los ancestros solían contar en las noches alrededor de las hogueras para aterrorizar a los críos.
Chávez sintió un nudo en la garganta. Desde que había visto las fotografías sentía que había algo fuera de lugar en aquel sórdido asunto y el taciturno indígena parecía confirmarlo.
—Se dice que cualquier navajo que haya sido víctima de una injusticia o crimen que no haya sido resuelto por sus iguales, podrá acudir a los espíritus para exigir reparación.
Chávez se envaró sin saber si reír o tomar en serio a aquel sujeto. ¿Cómo diablos podía este tipo hablar de aquello en pleno siglo XXI?
—Siento decirlo, jefe —le interrumpió—, pero no creo que pueda justificar este caso con un cuento de hadas como ese.
Esta vez fue Blackthorn quién le estudió en silencio por un buen rato. Luego se alzó de hombros.
—Usted mismo ha visto los daños infligidos a las víctimas. —Señaló con el mentón el sobre que contenía las instantáneas—. Las luxaciones y las fracturas parecen haber sido hechas por un oso o un gorila, es imposible que un hombre normal pueda causar un daño parecido. —Chávez le miraba con atención—.Además, la imagen superpuesta del muchacho es algo fuera de lo común.
El detective estaba empezando a cansarse de tanta charlatanería y agitó la cabeza perlada de transpiración.
—Digamos entonces que tiene razón —reflexionó—, supongamos que un ente sobrenatural ha cobrado justicia y ha dado muerte a los asesinos del rapaz.
El indio le miró y frunció los labios.
—Entonces diría que es obra de un Tasayay —apostilló con sequedad.
Los ojos de Chávez se abrieron como platos.
—¿Qué diablos es un tasa… tasayay? —preguntó.
—Un ancestro guerrero invocado en el más allá para vengar a unos de sus descendientes.
Algo de esa afirmación estremeció al viejo policía.
—Tonterías y superchería navajo —protestó, pasándose el pañuelo por la calva sudorosa.
—Esperemos que por el bien de todos esté en lo cierto, amigo mío— contestó Blackthorn, encendiendo de nuevo la camioneta para enfilar hacia el pueblo.

Aquella noche sofocante Chávez terminó rindiéndose al insomnio que le acosaba. Se sentó enfrente del ordenador y buscó en la red todo lo que pudo encontrar acerca de las antiguas leyendas indígenas de los apaches y navajos que poblaban la zona. Cuando encontró la información concerniente a los Tasayay sintió que se le erizaba el vello del cuello. En ese momento fue consciente del extraño escozor en su mano derecha, la misma en la cual la anciana india le había clavado las garras. A simple vista se apreciaba como un simple rasguño, pero al policía le ardía como si tuviese un carbón encendido en medio de los huesos y tendones.
Agitó la cabeza y se centró en la espeluznante leyenda de los guerreros revividos. Al parecer tan solo un chaman tenía el poder para invocarlos, pero el precio era oneroso para el responsable de aquella infame hechicería. La criatura cobraba venganza en nombre de su sucesor, pero una vez conseguida, el brujo debería elegir a alguien más para guiar de nuevo al guerrero al inframundo al cual pertenecía, de lo contrario, el ente buscaría al hechicero y lo arrastraría con él hacia los infiernos.
Chávez no supo qué pensar acerca de aquello. A pesar de su pensamiento lógico, las coincidencias y los hallazgos apuntaban hacia lo sobrenatural. La horrenda manera de morir de las víctimas, la espeluznante anciana de dientes podridos y las imágenes superpuestas del chico desaparecido. Todo eso se asemejaba a una película barata de aquellas que pasaban después de la medianoche.
Se irguió, dispuesto a dormir un poco antes del amanecer cuando un dedo gélido le recorrió la nuca y le dejó paralizado. En medio de la penumbra del corredor un rostro de ojos grandes y ovalados le contemplaba con detenimiento. Era la viva imagen del rapaz desaparecido.
De manera instintiva el detective echó mano de la pistola que guardaba en el escritorio, pero cuando alzó la cabeza de nuevo el pasillo no era más que un juego de claroscuros. Chávez se dejó caer desmadejado en la silla, imaginando que el dolor en el pecho y la respiración entrecortada le iban a ocasionar un infarto.
Apenas pegó el ojo y cuando llegó a la comisaria todos le dedicaban miradas de silencioso reproche, tal vez imaginando que su aspecto desaliñado se debía a una noche de juerga. No obstante, Chávez apenas les prestó atención, su cerebro era un hervidero de confusión. Después de arrancarle un rato de descanso al insomnio, había soñado con danzas nativas y guerreros alados batiéndose en sangrientos duelos que parecían durar eones. Allí también le atormentó el semblante mudo del rapaz y las carcajadas de la vieja bruja que no dejaba de señalarle con sus dedos sarmentosos y sucios.
Pero en medio de aquel pandemonio mental, había encontrado una imagen que se repetía a menudo y que en ocasiones conseguía borrar los gritos, la danza y la risa demencial de la vieja. Se trataba de una hondonada polvorienta en la cual se apreciaban una formación rocosa que el capricho del viento había moldeado a su gusto, dándole la apariencia de un inmenso tótem que iba decreciendo a medida que ascendía hacia la cúspide. De alguna manera, Chávez sospechaba que aquel sitio era real y estaba relacionado con el caso.
El resto de la mañana tuvo que soportar la primera regañina del comisario acerca de la presión que empezaba a ejercer el alcalde por la falta de resultados en lo concerniente al caso. Chávez se limitó a asentir mientras imaginaba cómo podría explicarle a su superior que tal vez aquellos miserables habían sido fulminados por un ente venido del más allá que había sido invocado por un brujo. Prefirió guardar silencio y soportar la reprimenda y el creciente dolor en la diestra que amenazaba con hacerle perder la cordura.
Al caer la tarde abandonó el precinto y condujo hasta la farmacia más cercana, dónde se aprovisionó de una buena cantidad de analgésicos para cortar la agonía palpitante que ya le alcanzaba el codo. Se sentó en silencio, dejándose arrastrar por el leve rumor del aire acondicionado. Después de un buen rato de darle vueltas al asunto, comprendió que aquel enrevesado caso tenía como factor común a la condenada anciana de la reservación. A pesar de las mil objeciones que le pasaban por la mente, no le quedaba otra cosa por hacer que conducir hasta aquel sitio olvidado y enfrentar a la vieja bruja sin importar las consecuencias.
Un accidente en la interestatal le obligó a realizar un extenso rodeo por una vía comarcal en mal estado. Para cuando alcanzó los linderos de la reservación una mancha purpurea anunciaba la llegada del ocaso. Por un momento pensó en dar media en vuelta y regresar a Laramie, pero comprendió que no podría pasar otra noche de desasosiego con aquel asunto bordeando los límites de su cordura. Debería enfrentar a la anciana de una vez por todas, aunque sospechaba que aquello no le agradaría mucho al jefe Blackthorn.
Al alcanzar la casucha destartalada sintió una extraña aprensión en el fondo del estómago. El sitio parecía deshabitado y la penumbra había llegado con un viento frío poco común en aquel erial estéril. Decidió parquear lejos de la casa, para evitar ser visto. De manera instintiva revisó la calibre 45 que portaba en la sobaquera y tomó medio frasco de analgésicos que pasó con una bebida energética. Estudió los alrededores y se estremeció al ver cómo la mancha informe de la oscuridad se apropiaba de las colinas pedregosas como una mano invisible. Esperó a que fuera noche cerrada pero ninguna luz resplandeció en aquel cuchitril. Al fondo, el clamor de un coyote en la distancia le recordó la solitaria desolación que le rodeaba.
Chávez se acercó a la casucha con cautela y oteó a través de una de las ventanas cubiertas con malla barata. Encendió la linterna y contempló el camastro y la mesilla repleta de abalorios que había cerca de un fogón de gas. Había algo macabro en aquellas cuentecillas de hueso y piedras brillantes. Estaba meditando acerca de eso cuando una sensación de alarma le impulsó a volver la cabeza.
A pocos pasos de allí, cerca de la cima del collado, la silueta de un muchacho se perfilaba contra el resplandor argento de la luna. Chávez se estremeció y miró al rapaz, que a pesar de la distancia, le perforaba con sus ojos oscuros. De repente el chico se dio media vuelta y corrió hacia la desolación del desierto.
Sin meditarlo siquiera, el policía corrió en pos del jovenzuelo, convencido de que podría darle caza. El muchacho parecía jugar con él. En un momento estaba a punto de alcanzarle y en otro se hallaba parado a una distancia significativa, esperándole para esfumarse de nuevo como por arte de magia apenas se le acercaba. Chávez jadeaba con esfuerzo, pero una fuerza más allá de su voluntad le impulsaba a seguir al chaval. No sentía miedo, tan solo una emoción exaltada como si todo aquello se tratara de un reto o una carrera de obstáculos.
Entonces, después de un buen rato de vagar en medio de aquel barbecho, Chávez comprendió con horror que se hallaba perdido. Sin rastro del muchacho, al detective no le quedó otra opción que dar media vuelta y tratar de hallar el camino de vuelta. Sorprendido por su propia estupidez, avanzó guiándose por el débil espejismo nocturno que dotaba al desierto de un aura sobrenatural, en la cual todo parecía reptar a su alrededor como criaturas grotescas. De pronto, el aullido cercano de un coyote le heló la sangre y le obligó a acelerar el paso. Corrió con torpeza hasta que se topó con un saliente traicionero en el borde de un risco y rodó por la leve pendiente al menos unos cien metros hasta una hondonada.
Maldiciendo con la boca repleta de arena, los pantalones hechos jirones y las rodillas en carne viva, se irguió con esfuerzo para descubrir que el dolor en la mano se había convertido en una agonía insoportable. No obstante, todas sus preocupaciones pasaron a un segundo plano al contemplar la curiosa estructura de piedra que se alzaba en un extremo de la hondonada. El florecimiento rocoso tenía la forma de un tótem que iba decreciendo a medida que alcanzaba la cúspide. Chávez se dejó caer sobre el firme con la garganta reseca. Se trataba del mismo lugar que había visto en sus confusos sueños. Qué significaría todo aquello era algo que todavía tenía que descubrir.
Pero tal vez no tendría que esperar demasiado para resolverlo ya que el rapaz le miraba sin expresión desde la base del pináculo. El detective parpadeó y le pareció que los ojos del muchacho le traspasaban y contemplaban algo más allá de su comprensión. Avanzó con recelo esperando que en cualquier momento la aparición se esfumase y empezara de nuevo el juego del gato y el ratón. Pero el chico no se movió hasta que el viejo policía alcanzó la base de la estructura pétrea. Chávez se estremeció y creyó haber rezado una oración aunque no estaba seguro de ello. La forma etérea del rapaz parecía suspendida sobre unas piedras amontonadas, como si se tratase de una vieja imagen en blanco y negro del cine mudo.
Entonces el instinto policial le impelió a rebuscar entre aquella masa de escombros. Retiró con dificultad las piedras más grandes, debido al intenso dolor en la diestra, y luego echó a un lado las de menor tamaño. Sus dedos palparon una especie de fibra gruesa y algo duro y reseco que le arrebató la respiración. Redobló los esfuerzos hasta que pudo arrastrar los trapos y su contenido al exterior. Se limpió el sudor que le resbalaba por el rostro y encendió la linterna para revisar el contenido. El haz de luz develó las cuencas vacías y la sonrisa macabra de un rostro momificado. El hedor a polvo y putrefacción le produjo arcadas y se volvió de manera instintiva tras enfrentarse a tal horror. Proyectó la luz al interior de la abertura y descubrió un alijo de cocaína y dos fusiles de asalto envueltos en bolsas plásticas. Ahora se hacía una idea de lo ocurrido con el chico. Tal vez se encontraba en sitio equivocado y los traficantes decidieron terminar con él antes de que abriera la boca acerca del escondrijo de la droga. Recordó que los cuerpos identificados tenían un prontuario por distribución de alucinógenos y lesiones personales.
Chávez se irguió y algo le llamó la atención al fondo de la explanada. Una criatura enjuta caminaba hacia el florecimiento rocoso, el cabello ondeando de manera espeluznante bajo el viento que se filtraba a través de los filos pedregosos como un cantico infernal. Una carcajada malévola emanó de la boca de la vieja al ver cómo el detective desenfundaba la 45.
—No debiste haber venido, hombre blanco—masculló con voz rasposa—. De todos modos estás condenado.
Chávez sintió cómo un sudor frío le resbalaba por el surco lumbar al reconocer a la vieja Mae. Le apuntó con el arma y notó que sus dedos no dejaban de temblar.
—Sé que invocaste al Tasayay para castigar a los asesinos del muchacho. —Señaló con el mentón la pila de huesos cubiertos por la manta—.Las cosas pueden quedarse así, por lo que a mí concierne.
La anciana se alzó de hombros y sus ojos ardieron con inquietante intensidad.
—Se ha hecho justicia —contestó Mae con un gesto lobuno en sus rasgos resecos—, y has sido escogido para guiar al guerrero de vuelta a su fuente.
Chávez quedó paralizado y lentamente su mente asimiló aquellas terribles palabras.
La anciana volvió a reír de manera demencial, señalándole con el dedo sarmentoso igual que en sus pesadillas.
—Estás marcado —graznó—y viene por ti.
El detective se miró la mano hinchada e inútil y comprendió lo que aquello significaba.
Entonces algo espantoso revolvió la arena a sus pies y una masa de huesos y tendones resecos comenzó a surgir del firme en medio de un crujido atroz.
Chávez retrocedió horrorizado al ver el titan de pesadilla que reptaba hacia él con sus dedos huesudos y afilados. El rostro era un máscara informe de cuencas y dientes podridos cubierto de tendones y músculos agostados. Sin embargo al aferrar su pierna sintió como si un toro le arrastrase sin compasión. El crujido del tobillo ascendió como un latigazo en el fondo de su cerebro y sus ojos apenas podían dar crédito a lo que estaba sucediendo. Pronto dejó de luchar como un ratón bajo las garras de un gato, era imposible ofrecerle resistencia a aquella monstruosidad de ultratumba. Escuchó varias detonaciones y fue consciente de que había vaciado el cargador sobre aquel rostro inhumano sin ningún resultado.
Al fondo, la anciana seguía riendo y disfrutando de su inminente extinción. Sin embargo algo brillante le cegó por unos latidos y la carcajada de la bruja se detuvo de golpe. Parpadeó angustiado y percibió la imagen del muchacho enfrentado a la bestia huesuda. Por alguna razón desconocida el espíritu de rapaz luchaba por su vida. Imaginó que el haber encontrado su cuerpo tenía que ver con aquello.
La mole de huesos y carne podrida soltó la pierna destrozada del policía y observó a la perpleja anciana que le contemplaba en silencio. El brillo febril se había esfumado de aquel semblante marchito y un profundo terror asomaba en la mirada. La espeluznante criatura se movió con agilidad felina en medio de un crujido de tendones ajados y atrapó a la bruja como una araña a su presa. Un grito de espanto y locura emanó de los labios de Mae antes de que su espina dorsal estallara en un crujido húmedo cuando la criatura le dobló el tronco como si se tratase de un muñeco de trapo. Lo último que vio Chávez de ella fueron los movimientos involuntarios de sus piernas atrapadas en medio de la maraña de huesos y músculos podridos del Tasayay. Un remolino de arena surgió a los pies de la bestia y no tardó en desaparecer con el humano que le guiaría de nuevo hasta los infiernos de los que había sido invocado para cobrar venganza.
Chávez suspiró con la boca reseca y comprendió que debía hacer un esfuerzo para salir de allí con el tobillo fracturado. Maldijo por lo bajo y deseó con todas sus fuerzas tener un condenado cigarrillo para meditar acerca de todo lo que tendría que explicar acerca de aquel alijo de droga y un cadáver momificado.
FIN

HT2013:Escritor

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9 years 7 months ago #2495 by Asja
Pasado al reader para poder leerlo mejor. Cuando lo lea, comento. ;)
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9 years 7 months ago #2502 by Asja
Leído.

En general, el relato está bien, tiene un punto original y una buena ambientación. Si acaso, quizá el inicio sea algo lento y merecería la pena recrearse un pelín más en el final. Tal vez convendría no recrearse tanto en pequeñas acciones de los personajes, detalles cotidianos; unos pocos, dan cuerpo a la acción, pero cuando empiezan a abundar "ojos restregados, entrecejos fruncidos" se pierde esa expresividad y se ralentiza el ritmo de la acción.

Por lo demás, dejo algunas anotaciones que fui haciendo en un word mientras leía.

Sorbió el café frío…. Hizo un gesto desagradable.

Viendo el contexto, a mí me suena que más bien el gesto sería de desagrado.
En la escena en que se le cae el café y manchan las fotos ese “ abrió los ojos como platos” hace pensar en que en ese momento algo lo sorprende, un gran descubrimiento, tal vez. Sin embargo, lo que sigue es una escena bastante “mundana” en la que seca las fotografías. Quizá sería mejor buscar una expresión con menos impacto. En otro orden, siempre es mejor evitar expresiones que puedan sonar a frase hecha en la narración (sobre todo con narradores en tercera persona).

Hay un momento en que enciende el aire acondicionado el coche y luego habla del forense (no sería más bien un técnico de la científica) y las explicaciones que este da a la imagen superpuesta. Sé que no es así, pero tal y como está el párrafo, bien parece que hable con el técnico en el coche. No se pierde nada, por señalar que Chavez se ha pasado a ver al forense o científico.

Hay alguna expresión que me da la sensación de que se repite algo, por ejemplo “ se restregó los ojos”, “ ojos como platos” aunque igual es paranoia mía. También destaca la repetición de “rapaz”, por el escaso uso que suele tener la palabra hoy en día.

• Para hablar del territorio Indio, habría que mencionar “reserva” no “reservación”

Remitiéndonos a la Rae.
Reservación: la limita a habitaciones de hotel y la “acción y efecto de reservar”
lema.rae.es/drae/?val=reservaci%C3%B3n

En cambio, si miramos “reserva”, como décima acepción de la palabra, tenemos:
10. f. En ciertos países, territorio sujeto a un régimen especial en el que vive confinada una comunidad indígena.


Después de descubrir la identidad del chico. En el párrafo de “al principio” la policía tribal… No queda claro si sucede en el momento actual o si Chavez sigue recordando: de hecho, a mí me sonaba más bien a recuerdo, pero el resto del párrafo me hizo dudar.


Cuando Chavez investiga los papeles, habla de que pasa de leer entrevistas con los familiares del chico, luego cuando va a la reserva solo parece quedar Mae como familiar, aunque el caso sea de 2010 (vamos que no ha pasado tanto tiempo) ¿No se extraña el agente de ello? Yo lo haría, y lo hago como lectora. XD Igual el Blackthorn puede comentar algo sobre el tema, cuando le da esa explicación a Chavez (aunque sea algo tipo “ los comió un oso”)


No dejaba de “auscultarle” . Igual podría ser correcto con la segunda acepción del término, pero, para mi gusto, destaca demasiado y puede llevar a una mala interpretación. “escrutarlo” suena más natural y chocará menos al lector.
auscultar.
(Del lat. auscultāre).
1. tr. Med. Aplicar el oído a la pared torácica o abdominal, con instrumentos adecuados o sin ellos, a fin de explorar los sonidos o ruidos normales o patológicos producidos en los órganos que las cavidades del pecho o vientre contienen.
2. tr. Sondear el pensamiento de otras personas, el estado de un negocio, la disposición ajena ante un asunto, etc.

¿Precinto?

Según la Rae.
precinto.
(Del lat. praecinctus, acción de ceñir).
1. m. Ligadura o señal sellada con que se cierran cajones, baúles, fardos, paquetes, legajos, puertas, cajas fuertes, etc., con el fin de que no se abran sino cuando y por quien corresponda legalmente.
2. m. Acción y efecto de precintar.

Sería ¿comisaría? ¿oficina o cuartel? De no querer usar el término anterior.
Medio frasco de analgésicos + bebida energética. Podemos aceptarlo tirando de suspensión de incredulidad, pero lo primero que me viene a la cabeza es cómo no revienta el tío en se momento.

Otras consideraciones.

Cuidado con las frases hechas (ojos como platos, sol de justicia, arrugó el ceño)

Ejemplos de frases que se pueden aligerar.

Insomnio que le acosaba. Puede quedar como “insomnio” a secas.
Que el viento había moldeado su gusto, dándole apariencia. Ese “ a su gusto” es prescindible.


Si nombramos a una arma por su calibre, sin nombrar este último término, punto antes del número “.45)
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9 years 6 months ago #2504 by José Luis Castaño
Genial Asja, me ha parecido un análisis muy completo. Definitivamente esto de compartir los escritos es maravilloso.

HT2013:Escritor

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9 years 6 months ago #2507 by yerboya
Vaya disección la de Ana ;)

El relato muy bien, tengo que pensar en él, a ver si se me ocurre alguna idea para mejorarlo, pero bien. :laugh:

HT2014: Crítico
The following user(s) said Thank You: José Luis Castaño

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