Cuando uno se ve inmerso en una tertulia junto a los amigos, tomando unas cervezas y hablando de películas y libros de pulp, suelen surgir los mismos nombres de siempre, y más si la charla circula sobre el tema de las invasiones alienígenas. Los ladrones de cuerpos de Jack Finnell, ¿Quién Anda Ahí? de John W. Cambell, Invasores de Marte, El amo ha muerto de Harry Bates..., y por supuesto sus versiones cinematográficas (La Invasión de los Ultracuerpos, La Cosa o Ultimátum a la Tierra, por ejemplo) son los primeros títulos a relucir. Sin embargo existen muchas otras novelas cuyo éxito se ha visto ensombrecido por el paso del tiempo y por el aplastante éxito de sus competidores. Así pues, hoy hablaremos de una de estas obras que no voy a decir que sean secundarias, pero que por un motivo u otro la historia las mantiene en un peldaño por debajo de otros títulos de renombre, me refiero a Los Cuclillos de Midwich, una novela sobre la cual, hasta la fecha, se han rodado tres películas. Puede que la novela no os suene de nada, pero seguro que si mencionamos el terrorífico título de... «¡El Pueblo de los Malditos!», entonces la cosa cambia; ¿verdad?
Las ciclópeas y enigmáticas nebulosas se esparcen por los confines del abismo infinito, y a lo lejos, el gran Arcturus refulge con fuerza renovada. Las rebautizadas constelaciones de Gadhär y Masshûl dan luz al vasto vacío que se abre ante la astronave Kadak-XI, la primera misión tripulada a Luna Saturni. La inclinación es de 0,348 54 grados, y hemos de aproximarnos teniendo en cuenta su órbita, cuyo periodo es de 15,94542.
A través de la mirilla del Springfield 1903 que temblaba entre mis manos el mundo parecía encogerse en un solo punto. El viento acariciaba ligeramente las hojas lisas y amarillentas del campo de amapolas, meciendo suavemente las flores de un lado a otro. Unas gotas de sudor frío resbalaron por mi frente arrugada mientras mis dedos comenzaban a presionar con sutileza el gatillo del viejo fusil de cerrojo. Cerré el ojo izquierdo para visionar mejor al blanco lejano, un oficial del ejército alemán montado en un Krupp Protze que circulaba lentamente junto al resto del convoy. Pronto la comitiva enemiga alcanzaría el otro lado de una suave colina y la oportunidad se perdería para siempre.
A quien no le guste alejarse demasiado tiempo de la lógica que gobierna parte de su cabeza, puede que este extraño caso ocurrido hace más de un siglo, y del que solo ahora se tiene prueba de lo sucedido, no le llame a la atención en un principio; quizás, por tratarse de algo que se conoce como «found footage» o metraje encontrado. Hablamos de una forma de registrar imágenes y contar historias sumamente ingeniosa, sobre todo por su forma de simular la realidad, pero que, con el tiempo, terminó por aburrir al público perdiendo su credibilidad para siempre; tal como la perdió el viajero y fotógrafo de origen británico, John Lehman Barker, frente a un pequeño jurado de EE.UU en 1903, tras asegurar que el pueblo de la localidad de Providence, en el que se encontraba de paso, cargaba con una terrible maldición.
Si el fulgor de mil soles
Fueran a reventar a la vez en el cielo
Sería como el esplendor de los poderosos
Estoy convertido en la Muerte
Destructor de los Mundos.
Bhagavad-Gita sobre Shiva
Tinker corría por los túneles como si le persiguiera el mismísimo diablo. Apenas si había tenido tiempo de vestirse después de que aquel Vigilante Nocturno le despertase. Algo iba mal en la Gran Sala Central. La vida de toda la comunidad dependía de que todo allí funcionara a la perfección, y él era el encargado de que así ocurriera día y noche.
Fuentes miró hacia el cielo, a través de los cristales oscuros de sus gafas de sol. Nunca las gastaba antes de la primavera, pero aquél era un día de excepciones. Se las había puesto antes de salir de casa, de forma precipitada, al darse cuenta de que tenía los ojos húmedos. Fuentes no lloraba desde hacía años, muchos, ni siquiera cuando días atrás la policía le llamó para comunicarle el accidente. Ahora, delante de la familia, los amigos, los clientes y los empleados de confianza no quería que le vieran de una forma distinta a la que tenían por costumbre: un duro hombre de negocios que no se dejaba arredrar por nada ni nadie.