Daniel Leuzzi, un nuevo miembro de nuestra comunidad pulp, nos presenta el relato que sigue: El ser entre los arbustos
El ser entre los arbustos
Fue a mediados de Septiembre cuando fuimos testigos de ese horrible y cruento suceso que queremos dejar atrás pero no podemos, o mejor dicho, hacer de cuenta que no existió, que fue una alucinación, para que por lo menos no nos hiciese sentir tan aterrados todos los días de nuestras vidas.
Quisimos continuar adelante pero se nos hizo difícil, mucho más cuando mis amigos y yo sabemos que lo que vimos fue real y que todavía puede ocurrir algo más…
Todo comenzó cuando Francis, con sus consabidas ganas de ir hacia la aventura, tuvo la gran idea:
- ¡Vayamos de caza este fin de semana! Es el momento ideal, los patos escapan del frío del norte y llegarán en bandada a nuestra costa. Va a ser muy fácil acertarles, ni siquiera tendremos que apuntarles. Vendremos con la camioneta llena de plumíferos y podremos llenar nuestras panzas con unos guisos increíbles.
Warren me miró de manera inquisitiva pero no supe decirle, así que Francis ni lento ni perezoso, organizó el viaje en pocos minutos y nos arrastró detrás de suyo, sin saber que conoceríamos el horror más extremo.
Pero no quiero adelantarme, estoy tratando de escribir lentamente, tratando de contarles eso que descubrimos, eso que jamás un ser humano hubiera imaginado, pero los recuerdos se me agolpan en la memoria y tratan de escaparse como si se tratasen de fieras salvajes que salen de su jaula…
Pero debo seguir para informarles, advertirles que Armitage no es un lugar bueno para ir, algo muy malo ocurre allí, algo se esconde entre sus sombras y lo sabíamos porque sin querer lo descubrimos.
Habíamos llegado al mediodía a la costa sin ningún tipo de contratiempo. Bebimos algunas cervezas y comimos un poco de carne asada. Todo parecía ir de acuerdo a los planes de Francis.
En este punto yo estaba muy aburrido, la caza no me gustaba, pero el sentido de pertenencia a este grupo de amigos que se mantenía desde la infancia podía mucho más. Por eso a veces me encontraba haciendo cosas que no quería. A Warren le sucedía lo mismo, y a él que la timidez no lo dejaba mover, lo sufría un poco más. Siempre terminábamos haciendo lo que quería Francis. Pero eso no era tan malo como pareciese, al fin y al cabo nos habíamos acostumbrado a su liderazgo y gracias a eso siempre teníamos algo para descubrir.
- ¡Ahí vienen! ¡Preparen las armas!
El grito de Francis me sacó de mis pensamientos y me hizo poner de pie.
Warren estaba de pié al lado de nuestro amigo. Ambos estaban absortos observando el horizonte. No era para menos. Ahí en el firmamento, una enorme bandada de patos volaba hacia donde estábamos.
- ¡Les dije que iba a ser fácil! Cuando lleguen a la altura de esos árboles disparamos- señaló entusiasmado señalando la arboleda que nos serviría de guía.
La alegría y sensación de triunfo se reflejaban en su cara. Nunca había entendido ese espíritu inquieto y cazador de nuestro amigo. No era que lo estaba juzgando, sólo que yo era muy diferente. Yo era apenas un bicho estudioso que se dedicaba a llevar las cuentas en la tienda de mis padres. Y Warren un viejo compañero de escuela que nos ayudaba a cargar las bolsas de harina. Francis era diferente.
Siempre había tenido un gran empuje. De niño ya sobresalía, era el más fuerte y el más ágil en los deportes. Y de grande se había convertido en el mejor domador de caballos de toda la región.
- ¡Apunta de una vez Clark! ¡Y deja de pensar estupideces!
Apunté a regañadientes. Los patos como si fueran la estela de un cometa negro se acercaron de acuerdo a los planes de Francis, una risa apagada brotó de sus labios, disfrutando de antemano la panzada que habríamos de darnos, pero de pronto algo sucedió, en ese mismo momento los patos detuvieron la marcha a poca distancia de los árboles y comenzaron a volar en círculos. Temerosos al principio, para después de unos instantes comenzar a ganar velocidad, para luego volar hacia el oeste, justo en la otra dirección en la que estábamos nosotros. Minutos después y cuando casi no nos daba la vista, volvieron a volar en la dirección primitiva. De alguna manera nos evitaron a nosotros y al bosque. Algo en él los había hecho cambiar el recorrido.
- Pero…¿Por qué diablos se van?- murmuró Francis.
- Parece que algo las alejó- señalé.
- ¡No puede ser! ¡No hay nada en el bosque que pueda asustarlas! ¡Apenas hay zorros, alces y nutrias!
- ¿Qué hay de los osos?- preguntó Warren.
- ¡No hay osos! ¡El último oso lo mato el viejo Klaus hace veinte años!
- ¿Entonces? ¿Qué vamos a hacer?
- Ir hasta ese maldito bosque y ver qué es lo que asustó a los patos.
- Escucha, no creo que sea necesario. Me parece que lo mejor es volver, tal vez en un par de días tengamos más suerte-sugerí.
- ¡No! ¡No! ¡Y no! Iremos ahora mismo.
De esa manera, y sin escucharnos, Francis nos arrastró hacia el bosque sin saber que era lo que habríamos de entrar en ese lugar.
Ingresamos en la arboleda con cierta inseguridad. Lo primero que nos llamó la atención fue el silencio, era total. Ni siquiera el viento parecía acompañarnos. Estábamos solos frente a lo incierto. Por cierta circunstancia desconocida, ni siquiera las aves estaban allí.
Caminamos sin dirección alguna. Todo parecía normal, pero algo nos decía que no era así. Nos miramos con mi amigo, los dos estábamos nerviosos, y éramos capaces de notar que la atmosfera que nos rodea tenía algo anormal. Solamente Francis parecía no notarlo.
Después de cierto tiempo de recorrer el bosque, y cuando creíamos que no había más que hojas y arbustos, encontramos las primeras gotas de sangre. Estaba fresca, no hacía mucho tiempo que se habían derramado.
Sin mirarnos las seguimos.
La verdad es que no era lo más apropiado de hacer pero estábamos ahí, y teníamos que continuar. La curiosidad y la sensación de extrañez que nos rodeaba podían más que el temor que nos provocaba todo el hecho en sí.
El rastro fue haciendo más evidente, la sangre más copiosa, hasta que junto a un árbol vimos un alce, o mejor lo dicho lo que quedaba de él.
Sólo quedaban la cabeza, las patas y unas partes de la piel completamente destrozadas. Un líquido viscoso amarillento se había mezclado con los restos del animal y la sangre que pintaba toda la escena.
Un olor nauseabundo nos golpeó en las narices, haciendo que Warren cayera de rodillas y vomitara todo el desayuno.
Era una pesadilla completa. Ni siquiera Francis atinaba a hacer algo. No sabíamos que era lo que le había sucedido al alce. Jamás habíamos visto algo así. Todas las vísceras le habían sido arrancadas y posiblemente comidas. Estaba vacío…
Y de pronto, sin esperarlo, un grupo de arbustos se movió a poca distancia en el frente, y de entre ellos, una silueta incongruente, un amasijo de brazos, piernas y ojos que no correspondían en nada a algún ser conocido apareció, y para horrorizarnos por completo, ese ser terrorífico lanzó un grito imposible de describir, que heló nuestros corazones pero no nuestras piernas. Lo único que pudimos hacer fue correr. Ni siquiera atinamos a usar nuestras armas.
Cuando llegamos al pueblo nos juramos que nunca más volveríamos a hablar del tema. Francis, que siempre fue más valiente que nosotros estuvo de acuerdo inmediatamente. Y creo que él, más que ninguno fue el más afectado, después de ese día cambió completamente.
El simple hecho de pensar en esa criatura hace que nuestros corazones se estrujen y que el sudor nos bañe las frentes. Hemos podido convencer a todos de que no vayan a los bosques de Armitage. Les hemos dicho que algo ha contaminado sus aguas y que las aves y los animales se han ido de allí.
Ahora rezamos y deseamos con todas nuestras fuerzas que ese ser no abandone el bosque y llegue hasta nuestro poblado, porque de esa manera estaremos perdidos. No hay nada que pueda salvarnos de él.
Seguramente nunca podremos saber de qué abismo o infierno ha salido esa criatura, pero algo nos dijo que no había nada que pudiéramos hacer frente al ser entre los arbustos. Sólo nos resta esperar…
Autor: Daniel Leuzzi
De propina, y en sintonia con el relato presentado, esta portada de la novela titulada The Monster Men, escrita en 1913 por Edgar Rice Burroughs,