Portal Oscuro

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Portal Oscuro. Versión online. Fase EI6

EI6

¿Crear una distracción? Ni que fuese tan sencillo. No hay duda de que es una buena idea, ahora toca pensar, a ver qué se te ocurre. Si logras alejar los soldados de los barracones tendrás vía libre para rescatar a tus compañeros, ahora bien ¿cómo llamar su atención, en una isla donde por algún extraño motivo todo es salvajemente anormal? Si hace unos instantes pusiste cara de bobo al ver como un enorme caracol escupía relámpagos capaces de destrozar a un hombre, ¿cómo vas a poder superar algo así?

¡Ya está! De súbito, un rayo de lucidez. Acabas de recordar el submarino que hace unos instantes viste fondeado en la bahía. Seguramente así fue cómo llegaron los nazis a la isla en la que ahora te encuentras, y si pudieses hacerlo saltar por los aires… ¡boom! Sí, que explosión más hermosa, eso sí que captaría la atención de los nazis; y no solo eso, sino que además los dejaría con el culo al aire.

—¡Vamos Ronin, tenemos trabajo!

Ronin pega un ladrido, esta vez muy suave. No es tonto, y sabe que antes la había cagado al dejarse llevar por la emoción. Te diriges a hurtadillas hacia la bahía, con una sonrisa malévola. Sin embargo, a medida que te acercas, te das cuenta de una cosa… ¿Cómo vas a hacer que explote un submarino si no eres un especialista en explosivos? Entonces piensas en el contramaestre, él sí que sabe de esas cosas, de hecho es todo un experto; el problema es que no está contigo, sino que es a uno de los que pretendes salvar. Maldices, y refunfuñas por lo bajo.

Ya estás en la bahía, no hay nadie a tu alrededor. No ves ni un mísero guardia. Ahora, te das cuenta de otra cosa: El Black Swan está demasiado cerca del submarino; y sí, una explosión espectacular sería increíble, pero cargarte las que, posiblemente, sean las dos únicas embarcaciones que os pueden sacar de la isla a ti, y a los tuyos, puede que no sea buena idea. Necesitas pensar en otra cosa…

Sigues pensando en el contramaestre, tu buen amigo. Seguro que él podría tripular el submarino, alejarlo de la costa, y hacerlo estallar, pero no…, Michael Abott no está contigo; entonces… ¡Michael! Gritas su nombre, como si quisieses gritar ¡Eureka! Lo cierto es que acabas de tener otra gran idea.

Recuerdas el gramófono portátil último modelo que el bueno de Michael Abott tiene en su camarote, a bordo del Black Swan, así como la colección de discos con la que siempre está presumiendo. ¡Sí, irás al Black Swan y te harás con ese gramófono! Será la distracción perfecta.

A lo tonto, y casi sin darte cuenta, ya ha amanecido. La luz del día es muy peligrosa, y esto te hace estar inquieto. Eres un blanco fácil. Te montas en una barca y, al tiempo que rezas todo lo que sabes, remas todo lo que puedes. Subes a la cubierta del Black Swan, y vas directo al camarote del contramaestre. Allí está el gramófono, y su lado, una enorme caja de discos. Rebuscas, y de repente, como si se tratase de una revelación, uno de ellos queda atrapado entre tus dedos: «La cabalgata de la Valquiria», de Wagner. De nuevo, no puedes evitar la sonrisa fácil, socarrona. Cargas con el gramófono, con el disco y, antes de abandonar el buque, piensas en recoger algo que te sea útil, sin embargo, no hay tiempo que perder y el aparato pesa lo suyo. Abandonas la idea y regresas a la orilla.

Hasta internarte en la jungla debes atravesar un claro. Nadie te ve. Te colocas en un punto lejano a los barracones, desde el que sea imposible establecer una línea directa de visión, y pones el disco, a todo volumen. La Valkiria de Wagner resuena de forma clamorosa y, mientras tú te aproximas a los barracones sin que los soldados te vean, estos se dirigen a la fuente del sonido, embobados, alucinados.

Llegas a los barracones y echas la puerta abajo.

—¡Lucy! —gritas de emoción, mientras te abalanzas sobre ella para darle un beso, pero no lo consigues. Ronin es más rápido, y ella se deshace en cariños con el perro. Refunfuñas, mientras te conformas con el aprecio y reconocimiento de tus compañeros. Pero no están todos. Allí solo están el capitán, el contramaestre, y Lucy.

Preguntas por los demás, por la tripulación, y el capitán te informa que se los llevaron a un bunker, a un laboratorio de un tal doctor para no sé qué de unos experimentos. Un asunto muy feo.

Sin perder un segundo, buscáis armas con las que defenderos. Sobre una mesa, amontonadas, unas cuartas armas de mano. Abott se hace con un subfusil, el capitán con otro, así como con una pistola Luger. Tú ya vas servido, y tu prometida no muestra interés en las armas de fuego.

—¡Debemos rescatarlos! Dice Lucy.

—¡Sí, iremos a por ellos! —agrega el capitán.

—No perdamos más tiempo —sentencias.

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