Un viaje de ida y vuelta por la esencia del dieselpunk, que irrumpe con fuerza y de nuevo gracias a George Miller. Nota: Esta crítica se autodestruirá después de leerla. ¡Sed testigos! y, por el poder de V8, os espero en el Valhala
Puesto que la red está plagada de críticas positivas hacia Mad Max Fury Road, y que aquí un servidor es todo un amante del espíritu de la contradicción, es muy probable que la crítica que sigue sea la menos benévola de cuantas podréis leer en internet; y, aunque no lo parezca, motivos hay para ello. Es decir, le vamos a dar caña, y de la buena. De hecho, esta película nos presenta el villano menos carismático de la historia del cine conocida, y resulta muy difícil, por no decir imposible, que la dicotomía entre el bien el mal nos brinde un enfrentamiento épico cuando una de las dos partes falla estrepitosamente; aunque lo cierto es que, parte y contraparte, quedan por igual, siervas y degradadas por el poderío artístico de una única escena de acción que dura dos horas; dos horas de carrera apabullante por los desiertos de Dubai, que concluye donde empieza, y con un personaje Mad Max inédito, sin motivaciones ni amor propio.
Así es la nueva de Mad Max, cuyo director George Miller se rinde tributo así mismo; un tributo furioso. Han pasado más de treinta años desde que Miller nos sorprendió a todos con aquel film australiano de bajo presupuesto «Mad Max. Salvajes de autopista (1979)», y con un jovencísimo Mel Gibson en los inicios de su fulgurante carrera cinematográfica. Una película con un nivel de violencia extremo, donde el personaje sí tenía una motivación fundamental: «la venganza»; y que nada tiene que ver con la presente, muchísimo más light y demasiado políticamente correcta. Sin duda Miller, a finales de los setenta, creó escuela con una vuelta de tuerca más que acertada, y una traslación del concepto «dieselpunk» a tierras post apocalípticas: Dieselpunk, the pulp heritage. Ahora George Miller regresa sobre sus pasos con esta especie de reboot, aunque sin su actor fetiche; subordinando el personaje principal a los efectos especiales, el arte escénico, y una Imperator Furiosa de verborrea tullida. De Mad Max solo queda el título; y de la esencia dieselpunk, tan solo la estética, y la velocidad.
Mad Max «Furia en la carretera» lo borda para dejarnos boquiabiertos, pero si dejas a un lado el carrusel de excentricidades que se prolongan durante las dos horas de metraje, lo cierto es que ni huele a gasolina, ni el argumento —más plano y lineal que las carreteras de castilla—, está a la altura de títulos "similares", como Fast and Furious —no soy fan de la saga, pero tras leer ciertas comparaciones en tono despreciativo, pues lo cierto es que, la quinta entrega por ejemplo, tiene una complejidad argumental muy superior—, a la que podría recordarnos, si la disfrazamos de carnaval, tachuelas y espolones. Con esta entrega de Mad Max nos vemos desbordados por una trepidante secuencia de imágenes de impecable factura, eso es cierto, pero poco más. Ni siquiera es una película violenta tal y como puede parecer, para eso, como decimos, ahí tenéis la primera entrega, o incluso la segunda. Aquí no hay más que un videoclip que recuerda el estilo de Frank Miller —no son hermanos, aunque lo parezca por el apellido—, mucho menos sanguinolento, pero con el mismo principio, donde el poder de la imagen es absoluto y eje vertebrador de todo el espectáculo.
Mad Max, la original: «Mad Max. Salvajes de autopista (1979)», nos presentó a un Mel Gibson desgarrador, protagonizando una venganza en la que sí, el olor a gasolina aún permanecía en la salas de cine durante unas cuantas sesiones más, sin estridencias, sin efectos especiales por ordenador. ¡Hasta las palomitas olían a gasolina! Eso es dieselpunk; y lo es de verdad. Luego llegó la segunda parte, con más medios, más presupuesto, y más de todo. Esta segunda parte nos ofrecía una distopia post apocalíptica como pocas; con malos muy malos, y escenas que se graban en la mente para siempre. Lejos de cumplir el dicho, segundas partes nunca fueron buenas, Mad Max 2: El Guerrero de la carretera, se reafirmó y afianzó las bases del género. Después vendría la tercera parte: Mad Max 3. Más allá de la cúpula del trueno; que sería más de lo mismo, entretenimiento, pero sin sorpresas. A partir de ahí, la fórmula sería copiada por todo tipo de sucédanos, películas pulp de serie b, hasta nuestros días, donde la expectación por ver que podría ofrecernos de nuevo George Miller disparó los niveles de hype a cotas desproporcionadas.
Mad Max Furia en la Carretera tiene muchos punto flojos, y es lo que tiene entregarse en cuerpo y alma al plano visual obviando todo lo demás. Aquí ni siquiera la gasolina es el leitmotiv de la película, sino unas bellezas “reproductoras” que el caudillo tiene en gran estima y hará lo que sea necesario para recuperarlas. La contextualización y la presentación de los avatares tribales de esta sociedad distópica, que habita en una roca en medio del desierto, es perfecta. Aunque, como decimos, ya no es la gasolina el elemento principal, el eje vertebrador; ahora hay otras cosas en juego igual o mucho más valiosas, lo que hace que el concepto dieselpunk se diluya. A la gasolina le sumamos el agua, las transfusiones de sangre, la leche materna, el Valhala, o incluso un trozo de terruño, al más puro estilo WaterWold.
A veces recuerda a un batiburrillo de imágenes sacadas de otras películas, como Dune, por ejemplo, por citar alguna reminiscencia, así a bote pronto. Pero ahí se acaba todo. El argumento consiste en persecución desde el punto A al punto B, y del Punto B, al Punto A, cerrando el círculo en una carrera de autos locos. Un billete de ida y vuelta para un carrusel de imágenes impactantes donde la trama argumental no existe o es ridícula y que, en el mejor de los casos, tan solo sirve de excusa para filmar una persecución de dos horas, la misma persecución que vimos en el tramo final de Mad Max 2, solo que elevada a le enésima potencia.
No hay duda de que Mel Gibson ya estaba demasiado viejo para el papel, así que había que buscar otro actor. Pero esto no es como Batman, que da igual a quien pongas debajo de una máscara, sino que se trata de un personaje con una cara, unos gestos, y una imagen inconfundible. Es como si tratas de hacer un reboot de Indiana Jones con otro actor, lo más probable es que la cagues y te lluevan palos el resto de tu vida. Ahí Miller fue inteligente, muy inteligente, y en una jugada maestra decidió hacer un reboot pero subordinando el personaje. Mad Max ya no es el protagonista, sino una marioneta al servicio de Charlize Theron, quien sí, hace un buen papel. Tom Hardy hace las veces de Mad Max, durante una buena parte de la película enmascarado —supongo que para que nos vayamos acostumbrando al impacto de no ver a Mel Gibson, buen truco, si señor—, pero resulta decepcionante, y su capacidad para emocionar, transmitir sensaciones o empatía, nula.
Mención aparte el villano, que ni recuerdo cómo se llama, ni me importa. Nada que ver con Humungous, o cualquier otro villano al uso. El malvado de Mad Max Fury Road, la contraparte al duo formado por Mad Max e Imperator Furiosa es, sencillamente, patético. No transmite absolutamente nada. En el cine, la literatura, y donde sea, existen unas reglas básicas, y una de ellas es dedicarle el tiempo necesario a presentarnos el villano como alguien cruel, alguien a quien debamos odiar. Para sentir, vibrar, es necesario polarizar los personajes, y así empatizar con ellos. Los cánones del cine pulp indican que se le debe dedicar unos cuantos minutos a mostrarnos las atrocidades del villano, pero aquí eso no ocurre. Aparece sin más, con una pinta chuga, una careta que parece reciclada de «Predators», y el resto, te lo imaginas, si quieres. ¿Cómo le vamos a odiar, si no nos da motivos? Por muy bueno que sea un partido de fútlbol entre los dos mejores equipo de la liga australiana, si no los conozco, no empatizo con ellos, me da igual quien gane, ¿no? Y su muerte, ésta sí que pasará a la historia por ser la muerte de un villano menos épica que habré visto en toda mi vida. De repente ¡zas!, aquí estoy; oh, vaya, ya estoy muerto. ¡Qué demonios!
Mad Max Furia en la Carretera (2015)
Lo mejor: El plano visual, la puesta en escena, el ritmo, las escenas de acción —solo hay una, pero dura toda la película—, nombres pegadizos, muy pegadizos, cacharros y elementos de todo tipo; los pequeños detalles en general, y el regreso del dieselpunk, del cine pulp que tanto nos gusta.
Lo peor: No huele a gasolina, una trama de parvulario, un villano ridículo, y la épica, que ni está, ni se le espera; iba tan rápido, que debió perder el autobús. Es lo malo que tiene la velocidad, que te pierdes muchas cosas por el camino, y no te das cuenta. Y Mad Max, un juguete en manos de Imperator Furiosa. Y encima demasiado light, demasiado para todos los públicos, demasiado correcta, diría.
Veredicto: Una excelente película de acción, y un reboot de la saga memorable, pero que quizás dista mucho de ser una distopía dieselpunk con otras cosas que ofrecer que no sea una persecución de dos horas sin respiro. Puestos a comparar, me quedo con Mad Max 2, el guerrero de la carretera, cuya última escena es el resumen de Mad Max Road Fury, solo que más espectacular.