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Un regalo exótico. Por Pedro García

Os presentamos un nuevo autor pulp entre nosotros: Pedro García, quien nos trae un relato de estilo clásico sobre océanos revueltos y llenos de misterio, muy cercanos a las historias de W.H. Hodgson

Un regalo exótico. Por Pedro García

La nao Concepção volvía desde Isla de Vera Cruz a Portugal. Una travesía que duraría meses hasta que volvieran a ver tierra en Cabo Verde. Su bodega, cargada de regalos para el rey Manuel como tabaco, oro y hasta nativos de las Indias Occidentales, no tenía nada que envidiarle a los presentes ofrecidos por Colón a los monarcas de Castilla y Aragón.

A cambio de los grandes beneficios y sus trabajos cartográficos obtenidos para su rey, el  capitán y explorador Salazar da Souza esperaba recibir una gran recompensa. Había seguido la ruta que dos años antes surcara Pedro Álvares Cabral y ampliado los mapas de lo que parecía una gran isla o todo un continente.

Cuando ya no pudo cargar nada más, Salazar decidió que había llegado la hora de regresar a su patria y comenzó el viaje de vuelta. El clima había sido benevolente mientras costearon por las tierras recién descubiertas, hasta que se adentraron en la inmensidad del Mar del Norte.

Nada apuntaba a una tormenta aquella noche de septiembre, pero allí se encontraban, mecidos por el fuerte temporal, como si la furia de Dios se hubiera obstinado con la Concepção. La tripulación trataba de mantener el control del barco mientras la lluvia y las olas los tiraban sobre la cubierta una y otra vez. Entre ellos, el joven João Vidal, un grumete salido de una pequeña aldea del Algarve, intentaba amarrar las preciadas cargas bajo la luz balanceante de una lámpara. Los fardos se arrastraban de un lado al otro de la bodega, haciendo que su precioso contenido corriera el riesgo de estropearse.

Mientras el muchacho se esforzaba por cumplir su cometido, observó curioso a los ocho nativos tupinambás de piel oscura y ojos rasgados sentados a poca distancia suya. No se parecían en nada a los moros o a los esclavos negros que estaba acostumbrado a ver. Éstos decoraban sus cuerpos con pintura roja y se cubrían con plumas de colores chillones. Le extrañó verlos tranquilos, cantando una suave melodía repetitiva acompañada por el rápido tamborileo de un pequeño instrumento de percusión circular.

Los indígenas no habían aceptado por su propia voluntad acompañarlos, sino que fueron capturados por los hombres de Salazar y encadenados para dejar de ser humanos y convertirse en parte de los regalos del monarca. El grupo lo formaban cuatro hijas de jefes nativos, tres nobles y un chamán, una especie de mago que llevaba la voz cantante del repetitivo ritual con los ojos en blanco.

Los indios comenzaron poco a poco a subir el volumen y el ritmo del tambor, a la par que la tormenta alcanzaba su cénit y varios relámpagos iluminaban la estancia. La canción pasó de ser un leve murmullo a un furioso grito agudo. De repente, la música paró, y João sintió como también poco a poco lo hizo el temporal, estabilizándose la nave y su cargamento. Por un momento pudo respirar tranquilo, hasta que ocurrió algo estremecedor. Además del quejumbroso crujido de la madera del casco, algo lo arañó y golpeó tres veces.

El joven temió que estuvieran pasando por una barrera de rocas o un banco de arena donde encallara la nave y subió hasta la cubierta. El cielo se había despejado y solo se veía el sol avanzando hacia el horizonte anaranjado. La tripulación estaba arreglando los desperfectos en el aparejo, mientras que el capitán y el piloto estaban consultando los mapas en el castillo de popa, haciendo cálculos con un compás.

—¿Nos hemos desviado demasiado de nuestra trayectoria, seguiremos en el mismo paralelo?

—No puedo decirlo con seguridad, es probable que hayamos sido arrastrados millas hacia cualquier dirección. Estaba demasiado ocupado con el pinzote evitando que las olas nos volcaran como para hacer cálculos.

—¡Capitán, capitán! —interrumpió João— ¡Estamos en un banco de arena o sobre rocas!

—Grumete, no te atrevas a interrumpirnos con tonterías—le contestó Salazar con la cara enrojecida—. Es imposible algo así, acabamos de sondar y se nos ha acabado la soga, la profundidad es más que suficiente.

—Pero he escuchado como algo rozaba por debajo del casco y…

—He dicho que no, vacía el agua de la bodega antes de que se empape la carga. Y no quiero escucharte más, a no ser que desees que te de unos latigazos frente al resto de la tripulación.

El muchacho desistió y empezó a accionar la bomba para sacar el agua que la tormenta había arrastrado al interior del buque. No obstante, la amenaza de su superior no lo convenció de estar equivocado. De vez en cuando lo miraba de reojo como junto al piloto se quedaban perplejos ante los cálculos que hacían. Con disimulo, se acercó hasta el tonel de agua que tenían cerca para escucharles mientras bebía.

—Esto es imposible —escuchó decir al piloto con voz temblorosa—, que San Telmo nos asista.

En su mano tenía la brújula, cuya pequeña aguja había dejado de apuntar al norte para empezar a girar frenéticamente. El capitán se la quitó y la tiró por la borda. “Esto es obra del diablo, no dejaré que tome mi nave. La llamé así para que la Virgen nos guiara y protegiera, y por toda la estirpe de los de Souza que así será” —sentenció.

La noche trajo una cúpula celestial privada de luna y estrellas, además de un viento calmoso que provocaba que las velas colgaran lánguidas de las vergas. La Concepção estaba parada en silencio sobre unas aguas perturbadoramente tranquilas. La única fuente de luz que iluminaba su cubierta era la de los candiles de aceite.

João sabía qué significaba aquello. Al día siguiente, si no empezaba a soplar el viento, el capitán ordenaría sacar los remos en cuanto supiera el rumbo que tenían que seguir. Ya lo había experimentado cuando hicieron el viaje de ida, y no lo recordaba con demasiada alegría. Lo mejor que podía hacer era descansar antes de una durísima jornada. Bajó al interior del barco y se acurrucó sobre las telas de repuesto para las velas.

No había terminado de conciliar el sueño cuando escuchó un grito de alerta, seguido de varios más y la voz de Salazar dando órdenes. Y seguido de varios disparos y más gritos. Piratas, fue lo primero que pensó, pero era casi imposible, aquellas aguas estaban recién descubiertas. Se arrastró con cuidado hasta que subió por la escotilla y pudo echar un vistazo al exterior.

Un demonio, peor que los que había visto cientos de veces en la iglesia del pueblo. Enorme, serpentino, cubierto de lo que parecían plumas blancas, cuyo rugido acobardaría hasta el más bravo, se alzaba junto al buque. La tripulación, armada con ballestas y arcabuces lo atacaba sin demasiado efecto. Incluso usaron un falconete, cuyo ineficaz disparo los sumergió en una densa nube de humo blanco.

Pronto los gritos de guerra se transformaron en terror cuando la bestia atacó, llevándose a uno de ellos en sus fauces y tragándoselo como una serpiente lo hace con un ratón. A continuación, su cola emergió del agua y barrió la cubierta, derribando a muchos tripulantes o lanzándolos al mar. El barco comenzó a zozobrar de nuevo y las jarcias se enredaron entre sí y con las velas, lanzando poleas sobre las cabezas de los marineros.

El joven aterrado se escondió de nuevo en la bodega, rezando para que aquel monstruo se cansara pronto de ellos y desapareciera. Se refugió entre el tesoro real, en la parte más profunda de la estancia, pero cuando llegó se encontró algo inesperado. Una figura humana, hecha por completo de sombras estaba junto a los tupinambás, ahora liberados de sus grilletes. El fantasma lo vio, intercambió unas palabras con los nativos y se acercó a él.

João no sabía qué era aquel fantasma oscuro. El miedo lo paralizó y solo pudo observar cómo se movía sin pisar el suelo, flotando. Una vez junto a él, entonó una especie de cántico que los indígenas repitieron como si fuera un salmo, alzó su mano y sopló sobre su cara. Una especie de oscuridad lo rodeó y se sintió pesado, demasiado pesado. No pudo soportarlo más, y se sometió al sueño que lo acosaba.

Solo despertó cuando sintió un impacto y el lento lamento de la madera rozando contra la arena. Todavía estaba somnoliento y apenas consciente, así que no reaccionó, sino que se limitó a observar. Tampoco pareció importarle mucho sentir que estaba atado a una especie de camilla, ni que los indios lo llevaran en ella hacia fuera.

Cuando salieron al exterior, la cálida luz del sol lo espabiló, y supo cual era su situación real. La Concepção estaba varada en una playa de arenas color marfil y aguas turquesas, levemente inclinada sobre su costado derecho. A su alrededor, decenas de canoas celebraban la vuelta de sus compañeros. Lo transportaron hasta la orilla, donde el resto de la tribu aguardaba. Desde allí pudo ver entre sudores fríos cómo una sombra negra aparecía por las aguas hasta llegar al barco, lo rodeaba con su cuerpo y lo arrastraba mar adentro, haciéndolo desaparecer para siempre.

Pero ¿y él? ¿Qué sería de João Vidal, único superviviente de la expedición portuguesa? Para aquellos nativos de ojos rasgados, piel morena y semidesnudos  que se agolpaban para observarlo era una rareza, un extranjero de extraños rasgos venido en una inusual embarcación. Se convertiría en un regalo exótico de los dioses, un presente que recibirían según sus costumbres, con un ritual antropófago.

Autor: Pedro García

Sobre el Autor

Pedro García Rodríguez

Soy un autor centrado en la ciencia ficción, con un universo propio pero también me gusta explorar otros géneros literarios en forma de relatos cortos

Artículos: Últimos comentarios

Vicente Ruiz Calpe posted a comment in Noche Infernal
Muchas gracias por compartir el relato, espero que os guste. Feliz Halloween a todos! 🎃
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Agradezco tus palabras Alfredo, pero viendo que enlazas un curso de pago, lo edito, ya que no se per...
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Hola a a todos/as. Llevo tiempo intentando escribir pero necesito una guía o cursos y he aparecido e...
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Emilio Iglesias posted a comment in Maestros del Pulp 3
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