¿Qué sería de las novelas post apocalípticas sin las aportaciones del genio Herman Kahn?
Aunque ha escrito más de quince libros y miles de artículos, poca gente se acuerda de Herman Kahn, y seguramente muchos otros ni siquiera sabrán de quién se trata. Su nombre no es de los más reconocidos a nivel popular, sin embargo, conceptos y términos tan en boga hoy en día, sobre todo entre muchos escritores de ciencia ficción tales como «apocalipsis nuclear», «guerra termonuclear», «escenarios», «primer golpe», «escalada», o «megatoneladas», se deben por entero a sus trabajos.
Herman Kahn, estratega militar, difícilmente pasaba desapercibido. Su cociente intelectual era de 200, pesaba 136 kilos, y derrochaba personalidad allá donde quiera que fuese. Nació el 15 de febrero de 1922 en Bayonne (Nueva Jersey) y creció esforzándose en superar su intensa tartamudez, lográndolo con el tiempo. A los doce años se trasladó con su madre y sus dos hermanos a los Angeles, donde por fin comenzó a dar rienda suelta a su ávido interés por aprender y conocer cada vez más. Era un habitual de la biblioteca pública, pero como no podía sacar más de tres libros al día, muchas veces se veía obligado a utilizar tarjetas prestadas. Sus preferidos eran los libros de historia, filosofía, física, y especialmente ciencia ficción.
Aunque su mente era distraída, su poderosa memoria fotográfica y su enorme capacidad para asimilar contenidos desde diferentes fuentes a la vez, le hicieron destacar a edad temprana frente a sus compañeros. Ya de niño, adicto a las revistas pulp, en una ocasión su profesor le cazó en plena lectura, y ante toda la clase le recriminó. Herman kahn no dudó un instante, y de inmediato presentó su réplica: una perfecta explicación de todo cuanto había dicho el profesor. No pasó mucho tiempo, y pronto la frase «pregúntaselo a Herman», ya era una contante entre sus amigos y compañeros.
Uno de los episodios que más marcó el devenir de sus trabajos fue la Segunda Guerra Mundial. Ferviente patriótico como era, no dejó pasar la ocasión y tras el bombardeo de Perl Harbour en 1941 se alistó en el ejército. Sin embargo, tuvo que hacer trampa para pasar las pruebas: Se aprendió de memoria todos los paneles visuales, sus letras, y el orden de las mismas, ya que no podía verlos. Su vista era pésima, pero no así su memoria fotográfica. No obstante, el asombroso alumno de la UCLA (Universidad de California en los Angeles), cuyos profesores le hubiesen imaginado como oficial de inteligencia, terminó como sargento en Birmania.
No fue hasta 1948 cuando comenzó a dar forma a sus teorías, año en el que entró a trabajar como físico y analista militar en The Rand Corp, una de las principales empresas privadas norteamericanas de investigación, un laboratorio de ideas no exento de crítica.
Años más tarde, en 1960, publicó su primer libro «Sobre la guerra termonuclear». Una obra que causó gran revuelo en la época, inmersa en la Guerra Fría, y que abordaba de forma directa, objetiva y muy precisa, las consecuencias de una explosión nuclear, su nube radioactiva, y las posibilidades de supervivencia, así como una especie de guía práctica en la que se aconsejaba a la humanidad cómo sobrevivir a una guerra termonuclear.
Sus planteamientos fueron muy discutidos. La idea generalizada de que un conflicto nuclear sería el fin de la vida conocida, y de que lo mejor era hablar de ello lo menos posible y así alejar el fantasma, frente a las ideas de Herman, que planteaban el peor de los escenarios post apocalípticos no solo como una realidad, sino que además era posible sobrevivir a ello tomando las medidas apropiadas, supuso una dosis de optimismo inaceptable para muchos de sus colegas. La respuesta de Herman ante esta oleada de críticas fue un segundo libro: «Pensando en lo impensable». En suma, sus postulados se basaban en que «puesto que las armas nucleares no podían des-inventarse, lo mejor era comprender plenamente sus implicaciones, pues si estaban ahí era para algo». La Tercera Guerra Mundial era para muchos la peor de las pesadillas en aquellos momentos.
En el año 1961 creó a su propia imagen y semejanza el Instituto Hudson, un centro de investigación científica que se hizo famoso por destruir prejuicios e ideas preconcebidas, rodeándose de caóticos y desorganizados eruditas «Los Hermitaños de Herman», de los cuales Yuri Andropov, presidente soviético, llegó a calificar como «el grupo pensante más fecundo de Norteamérica».
Falleció a la edad de 61 años a causa de un fallo cardíaco. En sus dos últimos libros «Los próximos 200 años» y «El auge venidero» resumían mejor que ninguno otro su filosofía de vida, su concepción optimista de la misma, y su confianza acerca de las ilimitadas posibilidades de prosperidad que estaban por llegar.
Herbet I. London, decano de la Universidad de Nueva York, fue quien redactó su epitafio: «Aquí yace Herman Kahn; dio todo lo que tenía, y eso es dar más que nadie».
Herman Kahn fue el primero en trabajar de forma clara sobre las implicaciones de la Tercera Guerra Mundial; una guerra nuclear que quizás ya se hubiese producido de no existir sus trabajos. Unos trabajos que a buen seguro, y desde la perspectiva literaria que le es propia, habrán supuesto la semilla de muchos títulos posteriores basados en esos mismos escenarios post apocalípticos que él describió, como ningún otro, ya que fue el primero en hacerlo, al menos de una forma tan minuciosa.