SA20

La oportuna explosión deja a la turba de nazis sorprendidos, sin saber qué hacer. De nuevo no hay tiempo que perder. Supones que la mejor forma de llegar al submarino es colarte en uno de los vehículos como parte de la carga. Lucy y tú os movéis con cautela arropados por el ruido de la alarma contraincendios, hasta llegar a la camioneta más cercana a la salida, dentro hay sacos y depósitos de agua potable de grandes dimensiones.

—Tendremos que meternos en uno de estos contenedores —susurras a tu compañera.

—Pero están llenos de agua, además las tapaderas son bastante estrechas como para...

El ruido de las botas se acerca tras el toldo que cubre el furgón. Salir en busca de otro escondite es muy arriesgado. La única solución es sumergirse en los depósitos cilíndricos dejando las armas y el equipo dentro de otro. Os desvestís a toda prisa y os metéis a duras penas en el interior de los recipientes impermeables. El agua se desborda con el volumen del cuerpo de Lucy que entra semidesnuda.

Tú, tras ocultar la ropa y las armas, te metes en el agua hasta la cintura. De repente escuchas las voces de un soldado ante la entrada de carga del vehículo. Tus anchas espaldas se quedan trabadas a la altura de los hombros. La improvisada puerta de lona se abre dejando entrar la luz de los focos que iluminan el búnker, recortando dos siluetas.

Las prisas hacen que fuerces las articulaciones de tu hombro derecho hasta descolocarlo como un contorsionista. El ruido del agua saliente no ha llamado la atención de los soldados que cargan apresuradamente más contenedores.

La furgoneta, tras unos interminables minutos de trajín en la parte de atrás, se pone en marcha. Escuchas como el sistema de suspensión absorbe los baches de un camino de tierra durante el largo periplo, hasta llegar al puerto. Tu cuerpo está engarrotado y tienes calambres debido a la baja temperatura del líquido, a pesar de haberlo templado varias veces durante el trayecto con tus propias reservas urinarias. No has hablado con Lucy durante la marcha por miedo a delatar vuestro escondite. Sin embargo ella tampoco ha hecho ningún ruido, y eso te preocupa.

Los barriles de agua son conducidos sin delicadeza, a veces rodando por el suelo o transportados sobre carretillas. Tu sentido del humor se diluye en el último centrifugado antes de llegar a tu destino. La cabeza no deja de darte vueltas a pesar del silencio.

Cuando estás completamente seguro de no escuchar ningún alemán cerca, abres con cautela la tapadera. Un compartimento lleno de sombras se materializa a tú alrededor: cajas, barriles, sacos y varias estanterías repletas de tarros etiquetados. La luz de la luna se abre paso por una de las válvulas de sobrepresión, la cual se cerrará en cuanto el submarino se sumerja.

Sales de tu prisión, estirando los músculos, reanimándolos. La piel está tan arrugada que no tienes tacto ninguno. Buscas entre los demás contenedores de agua a tu prometida, susurrando su nombre y golpeando con los nudillos las paredes de fibra. Nadie responde.

De uno de los contenedores, tras revisarlos uno por uno, ves restos de agua que conducen al fondo de la habitación. En la penumbra sigues las huellas, algo se mueve al fondo.

—¿Lucy, eres tú?

La silueta se gira al escuchar tu voz y echa a correr hacia ti, torpemente, como un ser malformado cuyas piernas asimétricas lo sacuden como el badajo de una campana.

—Ray, lo hemos conseguido —tus sentidos se relajan al sentir los brazos de Lucy rodeándote el cuello—. Ahora joderemos a esos malditos hijos de la gran puta.

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