Django, la “D” es muda, hasta que deja de serlo, Yango, el demonio negro
El adusto esclavo, que supuestamente debería tener las tres marcas de sumisión en su cráneo, una vez desencadenado, no habrá quien pueda con él. ¿Sumisión? Sí, claro, pero no al amo blanco, sino al irrefrenable deseo por rescatar a su amada, o lo que es lo mismo, toda una epopeya en la que Don Yango, o Mister Yango, tarda menos en desencadenar su instinto asesino, que un chupito de whisky en desaparecer sobra la barra de un bar, y todo por un buen revolcón de alcoba, o de choza, con su maravillosa princesa de ébano. De habilidoso asesino caza recompensas, a experto en mandingos ¿qué demonios significa esta palabra?; de exclavo nato, a erudito, y todo ello pasando por actor, cuya interpretación haría palidecer al mismísimo Paul Newman, o Robert Redford, en El Golpe.
No soy crítico de cine, pero sí sé lo que me gusta, y la mayoría de las veces (no siempre), también sé la razón. Quentin Tarantino llamó a la puerta de Hollywood con una sorpresiva cinta llena de tacos e infinita verborrea titulada Reservoir Dogs, que si bien es cierto que en su día supuso un soplo de aire fresco dentro del género, a un servidor no le levantó las pasiones suficientes como convertirla en un hito dentro de la historia del cine actual, pero lo cierto es que a su director le dio el crédito necesario para rodar la que sería su ópera prima: Pulp Fiction. A partir de ese momento, y a excepción de Kill Bill, pienso que su carrera no hizo otra cosa más que ir en picado. Ni Death Proof, cuyo guión parece escrito por un niño de cinco años tras haber aprendido sus primeras palabrotas, que como todos sabemos repetirá una y otra vez, hasta Malditos Bastardos, con un guión demasiado estúpido y ridículo, como para tomarlo en serio; y como parodia de las hazañas bélicas de la segunda Guerra Mundial, pues tampoco funciona.
Al público se le agotaba la paciencia, y si Django oliese a pólvora mojada, Tarantino quedaría defenestrado para siempre. Pero no, ése no es el caso. Todos sabemos de la gran importancia que tuvo la Western Pulp Fiction en la evolución de los pulps en general, un tema del que tengo pendiente hablar para otra entrada, y todos sabemos cómo Pulp Fiction (no la película, sino la ficción pulp como tal) y Tarantino, suelen ir de la mano. El objeto de Django no es otro que homenajear a los clásicos spaghetti western, como son los de Sergio Leone, y Clint Eastwood, y así traer de nuevo las viejas historias pulp de revistas míticas como Western Story Magazine o Cowboy Stories. De hecho, el título de la cinta coincide, y no por casualidad, con una película dirigida en el año 1966 por Franco Nero, excesivamente violenta según la censura: Django (1966), la cual tiene ya su remake a manos del director Takashi Miike: Sukiyaki Western Django (2007), y donde Quentin Tarantino prestó su colaboración. Si bien ninguna de estas cintas guarda una relación directa con la que ahora destripamos, las influencias son obvias.
Tarantino sabe mucho de pulp, algo que no oculta en ningún momento. Si alguien espera encontrarse con un guión serio y bien construido, que se olvide del tema. La historia de Django es menos creíble que una alfombra voladora. Si la clave del buen pulp es el entretenimiento, sin importar el cómo, Django lo consigue. El mayor riesgo que se corre en estos casos es terminar con un guión demasiado rocambolesco, tanto que deje de ser entretenido, pero no es el caso. Por un lado tenemos a un extraño dandy alemán metido a caza recompensas que no se le ocurre mejor idea que rescatar a un esclavo negro para identificar a su presa. Christoph Waltz borda el papel, igual que hizo en Malditos Bastardos bajo la piel del coronel Hans Landa, solo que en este caso la vis cómica no es tan profunda e hilirante, lo cual redunda en una mayor credibilidad del personaje, suponiendo que en algún momento tanto el uno como el otro sean creibles.
La fortuna se pone de su parte, y el esclavo pronto se convierte en el pupilo deseado, y vaya pupilo. Django es un personaje lacónico, bien llevado por Jamie Foxx, aunque siempre a la sobra de su mentor. En ningún momento le temblará el pulso, tiene claro lo que quiere, el citado revolcón con la princesa de ébano. Es lo único que le interesa. Una muchacha que curiosamente habla alemán. Cosas de un guión pulp. Rescatarla no será sencillo, está prisionera en la mansión de otro dandy, un sureño interpretado por el venido a más Leonardo DiCaprio. El duelo de dandis podría ser la excusa perfecta para introducir monólogos interminables marca Tarantino, aludiendo de forma constante a los atributos femeninos; pero no, son dandis, y por fortuna, esta vez si tenemos diálogos más o menos de interés. Absurdos, pero interesantes.
El clímax de la película, y su resolución, viene de la mano de un curioso personaje, oscuro de piel y de corazón; un negro que no muestra demasiada simpatia por los esclavos que le rodean, y no duda lo más mínimo en traicionar a los suyos. Hablamos del personaje interpretado por Samuel L Jackson, y aunque con pocos minutos en pantalla, sí determinantes. De todas formas, a uno siempre le quedará la duda de porque no le hicieron una oferta irrechazable al esclavista (un hombre de negocios, al fin y al cabo) por la muchacha, digamos unos 5.000 dólares, cuando en la cena, sin la pretensión de cerrar el acuerdo, el caballero alemán llevaba 12.000 dólares encima. ¿Acaso no sería razonable comprarla, justificando que sabe alemán, y que deseaba una esclava que hablase ese idioma? En fin, si hubiesen comprado a la esclava, no habría película.
La acción, entendida ésta como puñetazos, tiros y explosiones al uso en cualquier spaghetti western que se precie, es realmente escasa, sobre todo si tenemos en cuenta la duración de la cinta, casi tres horas, y además, las escenas en cuestión no son precisamente espectaculares, ni logran transmitir la épica necesaria como para emocionarnos, pero ahí están; lo que importa es el conjunto, y el conjunto funciona. Como és lógico, no podía faltar algún sello tarantiniano, y probablemente el más inconfundible sea la secuencia de las capuchas tipo ku klux klan, que más bien parecía sacada de una película de Bud Spencer y Terecen Hill, estilo Le Llamaban Trinidad, de hecho me suena, aunque no recuerdo muy bien por qué.
Veredicto: Si te gusta el buen pulp, te gustará Django. Si te gusta las buenas películas con poso filosófico acerca de la esclavitud en Estados Unidos, mejor ve Lincoln (2012), o pídele consejo a Spike Lee. Pienso que habrá que devolverle a Tarantino el crédito, tras los fiascos a los que nos tenía acostumbrados (pero que no se confie, que ya sabemos todos lo cansino que puede resultar cuando quiere). Al fin su verborrea ha madurado, y ofrece algo más que un mismo taco repetido de diferentes formas, lo que no quiere decir que en ciertos momentos resulte cargante.
Lo mejor: El personaje de Samuel L. Jackson y el de Christoph Waltz, ambos excepcionales. La ambientación, y el desenfado, al mostrar una historia inverosímil, sin tapujos, netamente pulp.
Lo peor: Carece de épica en las secuencias de acción, sobre todo en la más importante, la del tramo final, y esto es así porque los personajes principales interpretados por Christoph Waltz y Leonardo DiCaprio, mueren, y en ese momento la película cae en picado. También se echan en falta escenas de dos rombos, para caldear un poco más el ambiente. El personaje de Django a veces resulta un poco soso, y tanta destreza en todo lo que toca, puede resultar irritante. Si le pusiesen a las teclas de un piano, seguro que sería capaz de entonar la novena de Beethoven.