El Tunel. Un relato de ficción en el subsuelo de Madrid
David Villanueva no necesita presentación. Es un colaborador habitual de la web y probablemente ya tengas conocimiento de sus trabajos. Administra el blog Pop Culture, y entre sus obras más destacadas -que hasta la fecha ha compartido con nosotros-, tenemos su participación en Amanecer Pulp. Volumen 1, con los relatos titulados «Un trabajo enfermizo»; «Historias de bar»; y «Un signo de inteligencia». También, es el autor de reportajes especializados como Herbert West, Lovecraft y el Prometeo desencadenado, donde nos acerca su particular visión sobre las influencias de Lovecraft en el mito zombie.
El relato que nos presenta a continuación, de fantasía introspectiva, invita al lector a un ejercicio de interpretación, donde todo es posible, y donde quizás no todo es lo que parece. Una sucinta narración que nos traslada a los subsuelos de Madrid, a lo más profundo y recóndito de la ciudad, a sus entrañas, a sus misterios y sus pecados; y a todo lo que sucede más allá de los sentidos. Una ensimismaste alegoría de lo que no se ve, pero que todos sabemos que está ahí, pues forma parte esencial de la vida. Después de leerlo no olvides comentar tus interpretaciones. Así comienza…
El Tunel, por David Villanueeva
Echo la mirada hacia atrás y me vienen a la mente imágenes de mi persona descendiendo a las entrañas de la bestia que se esconde en esta ciudad. Veo mis gastados pasos bajando una planta tras otra, cayendo de la conciencia al reino de lo sugerido y el ánima.
Sin pretenderlo, mis viajes diarios a través del Metro de Madrid me facilitaron con el paso de los años el encuentro con la parte subterránea de la psique urbana, abriendo extrañas ventanas de percepción, llamando a puertas sin dueño.
Poco a poco el mundo a mi alrededor se volvió menos real, más etéreo y numinoso. Fue así que cierta noche andaba yo borracho en un andén desierto, pasada ya la una de la madrugada, cuando mis ojos vieron salir del túnel frente a mí la encogida figura de una bruja achaparrada acompañada de un par de gatos pardos, a la que causé cierta simpatía y tuvo a bien ponerme bajo su tutela, guiñándome un ojo y prometiendo enseñarme los misterios de las sombras y los espejos empañados…
—Las brujas siempre necesitamos un ayudante para extendernos por la espalda el ungüento que nos sirve para volar, mi niño —me susurró en confianza.
¿Volar? ¿Volar a dónde? pensé yo… ¿Al cielo o al infierno? Aunque escuchándola hablar aquella noche, me convencí de que poco importaba un lugar u otro, si la voluntad era firme.
Ella, mi madrina, me enseñó que la brujería era un sendero para rebelarse contra la dictadura solar que presume de saber quiénes somos y que es lo que nos conviene. «A la mierda con esas mentiras y esos falsos mesías, mi niño. ¡Ia! ¡Ia!» —gritaba apasionada, al tiempo que me miraba de manera sardónica—. «Júntate con esta pobre vieja, y aprenderás los verdaderos secretos del mundo…»
Así sucedió, y me convertí en su ayudante. Y desde entonces me veo interpretando mi papel en la oscura historia de esta ciudad, untando de aceites la arrugada espalda de la vieja, y dando de comer a sus mascotas con mis insignificantes pecados, escuchando las historias turbias que narra mi maestra e imaginando en sueños los horrores y portentos con los que asegura comunicarse.
Y sé con certeza que lo que resta de mi persona avanza día a día de vuelta al siniestro túnel del que salió mi madrina, pero no temo mi destino, pues sé que en la oscuridad bajo esta ciudad me aguardará siempre la sonrisa desdentada de mi vieja bruja guardián, la que me da jabones contra el mal de ojo y me escribe canciones para atraer a las mozas. Aquella que no me miente ni me engaña. O al menos no más de lo que haría cualquier mujer madura…