Clásicos

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Las estrellas, mis hermanas. Edmon Hamilton - Capítulos 3 a 5

Índice del artículo

3.

Las luces se atenuaron hasta la casi oscuridad y la grave vibración se volvió aún más fuerte.
—¿Qué está pasando?
—Maldita sea, ¡suéltame!
Esa expresión de furia humana le resultó tan familiar que casi empezó a sentirse atraído hacia ella por primera vez. Pero siguió agarrándola aunque sabía que su actual falta de fuerzas no iba a permitírselo durante mucho más tiempo.
—Tengo derecho a saberlo —declaró.
—Está bien, puede que tengas razón —le concedió Paula—. Nosotros, nuestro grupo, estamos operando en contra de la autoridad. Hemos quebrantado la ley yendo a la Tierra y reviviéndote. Y ahora la autoridad nos está dando alcance.
—¿Otra nave? ¿Va a haber un combate?
—¿Un combate? —Ella se le quedó mirando fijamente mientras su cara empezaba a mostrar primero conmoción y luego una ligera repulsión—. ¡Pues claro! Tú provienes de la antigua era de las guerras, pensarías que…
A Kieran le dio la impresión de que lo que acababa de decir había hecho que ella le mirara como él habría mirado a un noble y decente salvaje que casualmente había resultado ser un caníbal.
—Siempre supe que devolverte a la vida sería un error —le espetó ella en un tono mordaz—. Suéltame.
Se zafó de su agarre y, antes de que él pudiera detenerla, llegó hasta la puerta y la abrió. Kieran se espabiló justo a tiempo para alcanzarla tambaleándose y meter su hombro en el hueco de la puerta antes de que ella pudiera cerrarla.
—Ah, muy bien. Ya que insistes no me voy a preocupar por ti —aseguró rápidamente. Acto seguido se dio la vuelta y se marchó corriendo.
Kieran quería seguirla pero sus rodillas cedían. Se agarró al marco de la puerta. Estaba cabreado y la ira era lo único que lo tenía en pie. No se desmayaría, se dijo. No era un niño y no toleraría que se le tratara como a tal…
Asomó la cabeza por la puerta. Había un largo y estrecho pasillo de metal blanco con algunas puertas cerradas a sus lados. Una puerta, al final del pasillo, se estaba cerrando en ese momento.

***

Empezó a caminar por el pasillo recostándose contra la lisa pared. Antes de que hubiera dado unos pasos, la ira que le había empujado comenzó a desvanecerse. De pronto, el enorme e increíble hecho de estar ahí, en ese lugar, ese momento, esa nave… se le vino encima como una avalancha de la que el precondicionamiento hipnopédico ya no le iba a proteger por mucho más tiempo.
Estoy tocando una nave espacial. Estoy en una nave espacial, yo, Reed Kieran de Midland Springs, Ohio. Me merezco volver allí, a mis clases, a parar de camino a casa en la tienda de Hartnett a por un refresco. Pero estoy aquí, en una nave huyendo a través de las estrellas…
La cabeza le daba vueltas y tenía miedo de volver a dormirse. Llegó a la puerta, la abrió y más bien cayó dentro de la habitación. Oyó una voz sobresaltada.
Ésta era una habitación más grande. Había una mesa con una superficie traslúcida y la cual mostraba una masa alborotada de luces fugaces cambiando constantemente. Había una pantalla en la pared de la habitación que no mostraba nada. Una superficie vacía, oscura.
Vaillant, Paula Ray y un hombre alto de mediana edad y con pinta de tipo duro estaban alrededor de la mesa y habían alzado la vista, sorprendidos.
La cara de Vaillant mostró enfado.
—Paula, ¡se suponía que tenías que mantenerle en su cabina!
—No pensé que tuviera suficiente fuerza como para seguirme —se disculpó ella.
—No la tengo —confirmó Kieran y se desplomó.
El hombre alto de mediana edad le alcanzó antes de que se golpeara contra el suelo y le colocó en una silla.
Oía, aunque a mucha distancia, la irritada voz de Vaillant diciendo:
—Deja que Paula se ocupe de él, Webber. Mira esto… Vamos a atravesar otro claro…
Pasaron unos minutos durante los cuales todo empezó a amontonarse en la mente de Kieran. La mujer le estaba hablando. Le estaba diciendo que le habían preparado tanto física como psicológicamente para la conmoción de ser reanimado y que estaría perfectamente pero que tenía que tomarse las cosas con más calma.
Oía su voz pero le estaba prestando poca atención. Estaba sentado en la silla y miraba sin comprender a los dos hombres apoyados en la mesa ni los símbolos que había en ella. Parecía que Vaillant se estuviera poniendo más tenso a medida que los minutos pasaban. Además su mirada daba la impresión de que este hombre fuera una bomba de relojería a punto de estallar. Webber, el hombre alto con cara de duro, observaba los símbolos fugaces y su expresión era fría.
—Allá vamos —murmuró, y tanto él como Vaillant miraron hacia la pantalla negra en la pared.
Kieran miró también. No había nada. Entonces, en un instante, la negrura desapareció de la pantalla y apareció un panorama de tal esplendor cósmico y sorprendente, que Kieran era incapaz de comprenderlo.

***

Las estrellas brillaban como si fueran fuegos atravesando la pantalla. Eran círculos, cadenas y coágulos brillantes. No era muy diferente de cómo se veían desde Wheel 5, pero sí se diferenciaba en que el cielo estrellado estaba parcialmente oculto por enormes murallas oscuras, riscos negros como el ébano que se levantaban hasta el infinito. Kieran había visto fotografías astronómicas como ésa y sabía lo que era aquella negrura.
Polvo. Un polvo tan fino que su porcentaje de partículas en el espacio sería un vacío en la Tierra. Pero aquí, donde se extendía en pársecs a través del espacio, formaba una barrera contra la luz. Había una estrecha fisura entre los riscos titánicos de oscuridad y él… la nave en la que estaba… huía a través de esa fisura.

***

La pantalla se apagó de golpe. Kieran permaneció sentado mirándola fijamente. Esa breve pero increíble visión había finalmente logrado concienciarle de la realidad y grabársela en su cabeza. Ellos, esta nave, estaban lejos de la Tierra… Muy lejos, en una de esas nubes de polvo cósmico en la que estaban intentando perder a sus perseguidores. Esto era real.
—…los tendremos encima de nuevo cuando hayamos cruzado, seguro —estaba diciendo Vaillant en un tono amargo—. Nos habrán tirado la red. El patrón se debe de estar formando ahora y no podemos colarnos por ella.
—No podemos —dijo Webber—. La nave no puede. Pero el flitter sí, con suerte.
Los dos miraron a Kieran.
—Él es el importante —declaró Webber—. Si dos de nosotros pudieran pasarle…
—No —interrumpió Paula—. No podríamos. Tan pronto como capturaran la nave y se dieran cuenta de que el flitter no está, irían directamente tras él.
—No a Sako —comentó Webber—. Nunca pensarían que lo hemos llevado a Sako.
—¿Tengo derecho a decir algo sobre todo esto? —masculló Kieran.
—¿Qué? —preguntó Vaillant.
—Esto: Mierda para vosotros. No iré a ningún sitio con o por vosotros.

***

Sintió una satisfacción brutal al decirlo. Estaba harto de estar sentado ahí como un bobo mientras ellos discutían sobre su persona, pero no recibió la reacción que había esperado. Los dos hombres simplemente continuaron mirándole pensativos. La mujer suspiró:
—¿Veis? No ha habido tiempo suficiente para explicárselo. Es natural que reaccione con hostilidad.
—Duérmele y llévatelo —soltó Webber.
—No —contestó Paula con brusquedad—. Si se duerme ahora es probable que no se vuelva a despertar. No me haré responsable de ello.
—Mientras tanto —dijo Vaillant algo crispado—, el patrón está formándose. ¿Tienes alguna sugerencia, Paula?
Ella asintió con la cabeza:
—Esto.
De repente le metió algo a Kieran en la nariz. Algo pequeño que había sacado de su bolsillo sin que él se hubiera dado cuenta mientras estaba ocupado en su cólera contra los dos hombres. Olió un dulce y refrescante aroma y le apartó el brazo de un golpe.
—Ah, no, no vas a drogarme más… —Entonces se quedó quieto, pues de repente todo le pareció irónicamente cómico—. Un puñado de malditos incompetentes —dijo riéndose—. Esta es la última cosa que me habría podido imaginar… Que un hombre pueda estar dormido, se despierte en una nave espacial y se encuentre con que la nave está tripulada por ineptos.
—Eufórico —declaró Paula dirigiéndose a los dos hombres.
—Puede que haya algo de cierto —opinó Webber con amargura— en lo que está diciendo.
Vaillant se volvió contra él y le reprendió con vehemencia:
—Si eso es lo que piensas… —Entonces se controló y expuso severamente—: Las peleas no son buenas. Estamos atrapados pero quizás podamos arreglarlo si conseguimos llevar a este hombre a Sako. Webber, tú y Paula llevadle al flitter.
Kieran se levantó.
—Bien —dijo alegremente—. Vayámonos al flitter, sea lo que sea eso. Ya me he aburrido de las naves espaciales.
Se sentía bien, muy bien. Un poco borracho, aunque no lo suficiente para impedirle procesar mentalmente pero sí para darle una despreocupada indiferencia hacia lo que estaba por venir. Era solo por el spray que Paula le había dado…  Pero hacía que su cuerpo se sintiera mejor, eliminaba la conmoción y preocupación y conseguía que todo de repente le pareciera más bien gracioso.
—Vamos a Sako en el flitter —comentó—. Ya que estoy, podría ver el espectáculo completo. Estoy seguro de que Sako, esté donde esté, estará tan lleno de disparates humanos como lo estaba la Tierra.
—Está eufórico —repitió Paula, pero su cara se mostraba afligida.
—De toda la gente en ese cementerio espacial, tuvimos que recoger a uno que piensa justamente así —dijo Vaillant  conteniendo algo su furia.
—Fuiste tú mismo quien dijo que el más antiguo sería el mejor —le reprochó Webber—. Sako le cambiará.
Kieran caminó por el pasillo riéndose con Webber y Paula. Le habían traído de vuelta de la nada sin su consentimiento, violando la privacidad de la muerte o casi muerte y ahora algo que había dicho les había decepcionado amargamente.

—Venga —les dijo alegremente—. No perdamos el tiempo. Cuando estemos a bordo del flitter la chica es mía.
—Por Dios, cierra la boca —exclamó Webber.

4.

Era ridículo estar volando entre las estrellas con una mala resaca, pero Kieran la tenía. Su cabeza le dolía débilmente, tenía un desagradable sabor metálico en la boca y su entusiasmo inicial había dado paso a una ligera depresión. Miró amargamente a su alrededor.
Estaba sentado en una pequeña y limitada cabina en la que apenas se podía erguir una persona. Paula Ray estaba durmiendo en una silla unos metros más allá con la cabeza recostada sobre su pecho. Webber estaba sentado delante en lo que parecía ser el puesto del piloto con una complicada mesa de control delante de él. No estaba haciendo nada con los controles, parecía como si también estuviera durmiendo.
Eso era todo… Una pequeña habitación de metal con paredes vacías. Silencio. Estaban presumiblemente volando entre las estrellas a una velocidad increíble pero no había nada que lo demostrase. No existían pantallas como la que había visto en la nave que revelaran, a través de ingeniosos detectores, la magnífica panorámica de soles y oscuridades que se encontraban en el exterior.
—Un flitter —le había informado Webber—, simplemente no tiene el espacio suficiente que esos detectores requieren. La capacidad para ver es un lujo del que hay que privarse en un flitter. Volveremos a ver cuando lleguemos a Sako.
Después de un momento añadió:
—Si es que llegamos.
Kieran se había limitado a reír entonces y se había dormido de inmediato. Cuando se despertó había sido sin la euforia anterior y con la actual resaca.
—Al menos —se dijo a sí mismo— puedo decir en serio que esta vez no ha sido cosa mía. Ese maldito spray…
Miró resentido a la mujer que seguía durmiendo en la silla. Entonces se acercó y le sacudió el hombro.
Ella abrió los ojos y le miró, primero adormilada y luego cabreada.
—No tienes derecho a despertarme —.
Entonces, antes de que Kieran pudiera replicar, se dio cuenta de la monumental ironía de lo que acababa de decir y se echó a reír.
—Lo siento —dijo—. Adelante, dilo. Soy yo la que no tenía derecho a despertarte a ti.
—Hablemos de eso —propuso Kieran después de un momento—. ¿Por qué lo hiciste?
Paula le miró con remordimientos:
—Lo que necesito ahora mismo son diez volúmenes de historia sobre el último siglo y tiempo suficiente para que los puedas leer. Pero ya que no tenemos ninguna de las dos cosas… —Se interrumpió y tras una pausa preguntó—: Tu fecha era 1981, ¿verdad? Eso y tu nombre estaban en la etiqueta de tu traje presurizado.
—Así es.
—Pues bien, allá en 1981 se pensaba que el hombre se extendería por las estrellas, ¿verdad?
Kieran asintió con la cabeza:
—En cuanto tuvieran un propulsor de alta velocidad adecuado. Por aquel entonces se estaban haciendo pruebas con varios propulsores.
—Uno de los propulsores, el método de Flournoy, finalmente funcionó —explicó Paula. Entonces frunció el ceño—. Estoy intentando resumirte esto y no hago más que irme por las ramas.
—Solo dime por qué me despertasteis.
—Es lo que estoy tratando de hacer —Y entonces preguntó con sinceridad—: ¿Siempre fuiste así de odioso o el proceso de reanimación te ha hecho esto?
Kieran esbozó una sonrisa burlona:
—Muy bien. Empieza.

***

—Todo ocurrió prácticamente como las personas en 1981 habían anticipado —empezó ella—. El propulsor fue perfeccionado. Las naves salieron rumbo hacia las estrellas más cercanas. Otros mundos fueron descubiertos. Se establecieron colonias aprovechando los excedentes de superpoblación de la Tierra. En algunos mundos se encontraron razas humanas aborígenes, todas ellas a un nivel tecnológico bajo. Así que se les educó. Desde el principio se determinó la unión en un único universo. Sin grupos nacionalistas, sin opción a guerras. El Consejo de Gobierno se estableció en Altair 2 con representación diplomática de todos los mundos. Ahora hay veintinueve. Se espera que se siga desarrollando así hasta que haya doscientos noventa mundos espaciales representados, luego dos mil novecientos y así sucesivamente. Pero…
Kieran había estado escuchando atentamente.
—¿Pero qué? ¿Qué desbarató esta particular utopía?
—Sako.
—¿Ese mundo al que nos dirigimos?
—Sí —dijo con seriedad—. El hombre encontró algo diferente en este mundo cuando lo alcanzó. Había gente… humanos… prácticamente incivilizados.
—Bueno, ¿y cuál era el problema? ¿No podíais educarles como lo habíais hecho con otros?
Ella sacudió la cabeza:
—Nos habría llevado demasiado tiempo. Pero ese no era el verdadero problema. El problema era que… Verás, lo que pasa es que hay otra raza en Sako aparte de la humana, una raza realmente civilizada. La cosa es que los sakae no son humanos.
Kieran la miró fijamente:
—¿Y qué? Si son inteligentes…
—Hablas de ello como si fuera la cosa más sencilla del mundo —le espetó.
—¿Y no lo es? Si esos sakae son inteligentes y los humanos de Sako no, entonces los sakae tienen los derechos sobre ese mundo, ¿no?
Ella se le quedó mirando sin decir nada con la mirada afligida de alguien que lo ha intentado y ha fracasado. Entonces desde la parte delantera, sin girarse, Webber preguntó:
—¿Qué piensas ahora de la maravillosa idea de Vaillant?
—Todavía puede funcionar —respondió ella, pero su voz no mostraba convicción.
—Si no os importa —exclamó Kieran con un tono de crispación en su voz—, aún me gustaría saber qué es lo que tiene que ver todo este asunto de Sako con revivirme.

***

—Los sakae gobiernan sobre los humanos en ese mundo —contestó Paula—. Algunos de nosotros no creemos que esto deba ser así. En el Consejo se nos conoce como el Partido de la Humanidad porque creemos que los humanos no deberían ser gobernados por no-humanos.
Kieran se había distraído de nuevo de su siguiente pregunta… Esta vez por la expresión «no-humano».
—Esos sakae… ¿Qué aspecto tienen?
—No son monstruos, si es eso lo que estás pensando —aclaró Paula—. Son bípedos… pero más reptiloides que humanoides… Son una especie bastante inteligente y cumplidora de la ley.
—Si son todas esas cosas y además están más desarrollados que los humanos, ¿por qué no deberían de poder gobernar en su propio mundo? —preguntó Kieran.
Webber soltó una carcajada sardónica y, sin girarse, preguntó:
—¿Debería dar la vuelta y poner rumbo a Altair?
—¡No! —gritó ella. Sus ojos enfocaron a Kieran y habló casi sin aliento—: Te crees que lo sabes todo sobre cosas de las que acabas de oír hablar, ¿verdad? Sabes muy bien lo que es correcto y lo que no, ¡a pesar de que llevas en esta época, en este universo, tan solo unas horas!
Kieran la observó detenidamente. Pensó que estaba empezando a vislumbrar el verdadero cariz de las cosas.
—Vosotros… Los que me habéis reanimado ilegalmente… Pertenecéis a ese Partido de la Humanidad, ¿verdad? ¿Lo hicisteis por alguna razón relacionada con esto de lo que estáis hablando?
—Sí —respondió Paula con tono desafiante—. Necesitábamos un símbolo en esta lucha política y pensamos que uno de los antiguos pioneros del espacio, uno de los humanos que empezaron la conquista de las estrellas, podría serlo. Nosotros…
Kieran la interrumpió:
—Me parece que ya lo entiendo. Ha sido muy considerado por vuestra parte. Sacáis a un hombre de lo que podría considerarse la muerte para un mitin político. «Antiguo héroe espacial condena a los no-humanos»… Iba a ser algo así, ¿no?
—Escucha… —empezó ella.
—Y una mierda escucha —le soltó Kieran. Estaba rojo y temblaba de rabia—. Me alegro de comunicaros que no podíais haber elegido peor símbolo que yo. De la idea de la superioridad innata y sagrada de una especie sobre otra pienso lo mismo que pensaba entonces sobre la de un tipo de hombre sobre otro: No me interesa.
La cara de Paula cambió: La mujer enfadada dio paso a la psicóloga profesional observando reacciones fríamente.
—La cuestión política no es lo que te molesta en realidad —dijo—. Te has despertado en un mundo extraño y que te asusta, a pesar de toda la preparación previa que le dimos a tu subconsciente. Tienes miedo y por eso estás enfadado.
Kieran se calmó. Se encogió de hombros:
—Lo que dices puede que sea cierto, pero eso no cambia cómo me siento. No pienso ayudaros una mierda.
Webber se levantó de su asiento y vino hacia la parte trasera encorvándose. Miró a Kieran y después a la mujer.
—Tenemos que resolver esto ahora mismo —sentenció—. Ya estamos lo suficientemente cerca de Sako como para salir de la conducción. ¿Vamos a aterrizar o no?
—Sí —confirmó Paula—. Vamos a aterrizar.
Webber volvió a mirar la cara de Kieran:
—Pero si es así cómo se siente…
—Vamos, aterriza —ordenó ella.

5.

No se parecía en nada al aterrizaje de cohetes. Primero estaba el asunto referido como «salir de la conducción». Paula hizo que Kieran se abrochara el cinturón de seguridad y le explicó:
—Puede que te parezca algo desagradable pero quédate bien abrochado. No dura mucho.
Kieran estaba en su asiento tieso como un palo y poniendo muy mala cara, preparándose para cualquier cosa. Estaba decidido a no mostrar sus sensaciones pasase lo que pasase. Entonces Webber tocó algo en la mesa de control y el universo se desbarató. El estómago de Kieran subió hasta su garganta y se le quedó ahí atascado. Estaba cayéndose… ¿hacia arriba? ¿Hacia abajo? ¿A un lado? No lo sabía, pero fuera lo que fuera no todas las partes de su cuerpo estaban cayendo a la vez o quizás era que no todas iban en la misma dirección. Tampoco sabía eso, pero era una sensación espantosa. Cuando abrió la boca para protestar de repente todo había vuelto a la normalidad: estaba en su asiento en la cabina y gritando a todo pulmón.
Se calló.
Paula le recordó:
—Te dije que sería desagradable.
—Sí que me lo dijiste —admitió Kieran. Estaba sentado, sudando. Sus manos y pies estaban fríos.
Por primera vez era consciente del movimiento del flitter. Parecía que éste se precipitaba a la velocidad de un cometa. Kieran sabía que esto era irónico pues aunque ahora avanzaban a una velocidad dentro de lo normal, ésta le había sido incomprensible momentos antes. Ahora sí que la comprendía. Podía sentirla. Se movían como alma que lleva el diablo y en algún punto enfrente de ellos se encontraba un planeta. Sin embargo él estaba encerrado y no podía ver nada, se sentía como un ratón en un cono nasal esperando a que le fuera administrada la anestesia. Se le retorcían las tripas por la mezcla de sensación de impotencia y una inminente colisión. Quería volver a gritar con todas sus fuerzas pero Paula le estaba mirando.
En escasos instantes ese deseo se volvió imperativo. Un chillido parecido a un silbido empezó a oírse débilmente fuera del casco y creció rápidamente hasta el punto de no poder oírse nada más. Atmósfera. Y en algún lugar debajo de la pared ciega del flitter estaba la faz de ese mundo dura como una piedra y a la que se estaban precipitando dando tumbos a toda velocidad, brincando para que se les diera la bienvenida…

***

El flitter redujo la velocidad. Parecía como si estuviera flotando inmóvil, vibrando levemente. Entonces descendió. Se parecía a uno de esos ascensores rápidos en uno de los edificios más altos del mundo, de arriba abajo… Solo que era como si el ascensor fuera una burbuja y el viento lo sacudiera de lado a lado mientras iba cayendo y no hubiera fondo.
Volvieron a flotar, dando saltitos en el viento invisible.
Otra vez abajo.
Y otra vez arriba.
Y abajo.
Paula exclamó de pronto:
—Webber. Webber, creo que se está muriendo —Empezó a desabrochar a Kieran.
Kieran susurró:
—¿Me estoy poniendo verde?
Ella le miró, frunciendo el ceño:
—Sí.
—Es una antigua dolencia. Me mareo. Dile a Webber que deje de jugar al yoyó y aterrice esta cosa.
Paula hizo un gesto impaciente y se volvió a abrochar el cinturón.
Flotar y caer. Otra vez, dos veces más. Un pequeño balanceo, un ligero golpe y entonces el movimiento cesó. Webber giró una serie de interruptores. Silencio.
Kieran dijo:
—¿Aire?

***

Webber abrió una escotilla a un lado de la cabina y la luz la inundó. Tenía que ser la luz del sol, Kieran lo sabía, pero era de un color extraño, un tono de naranja tostado que traía consigo una agradable y cálida temperatura. Se soltó con ayuda de Paula y se dirigió tambaleándose hacia la escotilla. El aire olía a polvo limpio calentado por el sol y a algún tipo de vegetación. Kieran salió apresuradamente del flitter trepando. Quería tener tierra firme bajo sus pies y le daba igual de quién o dónde fuera.
Fue en el momento en que sus botas golpearon la arena de color rojo ocre cuando se le ocurrió que había pasado mucho tiempo desde la última vez que había pisado tierra firme. Vaya que sí…
Sus entrañas volvieron a retorcerse y esta vez no se debía a un mareo sino al miedo. Volvió a sentir escalofríos a pesar del ardiente sol.
Tenía miedo, no del presente ni del futuro sino del pasado. Tenía miedo de aquel ente llamado Reed Kieran. Ese rígido, ciego y silencioso ente que orbitaba la luna lentamente, compañera de mundos muertos y del espacio silencioso.
Empezó a temblar.
Paula lo sacudió. Le estaba hablando pero no podía oírla. Solo podía oír el torrente de esa oscuridad eterna penetrando en sus oídos, el fino crujido de su sombra rozando las estrellas. Tenía la enfadada e indignada cara de Webber sobre él, mirándole. Éste estaba hablando con Paula, sacudiendo su cabeza. Le daba la impresión de que estaban muy lejos. Kieran los estaba perdiendo, alejándose de ellos con la marea oscura. Entonces de pronto hubo algo como una explosión, un destello carmesí atravesando la oscuridad, una explosión de calor contra el frío. Furioso y asustado, su parte física le hizo volver a la realidad.
Sintió dolor, algo le amenazaba. Se tocó la mejilla con la mano y cuando la retiró estaba roja.
Paula y Webber estaban tirando de él, intentando que se moviera.

***

Una piedra pasó rozándole la cabeza y golpeó un lado del flitter produciendo un agudo chasquido. Finalmente, las neuronas de Kieran se conectaron. Saltó para llegar a la escotilla abierta y, sin pensarlo, empujó a Paula delante de él intentando protegerla. Ella le miró totalmente sorprendida. Webber ya estaba dentro. Una de las piedras que seguían cayendo rasguñó el muslo de Kieran haciéndole daño. De su mejilla salía sangre a borbotones. Rodó dentro del flitter y se dio la vuelta para mirar por la escotilla. Estaba furioso.
—¿Quién está haciendo esto? —preguntó.
Paula señaló con el dedo. La rareza del paisaje le desconcertaba. El flitter se ocultaba entre una inmensidad de arena rojo ocre con algunas plantas de corta altura que brillaban con color oro metálico a la luz del sol. La arena disminuía progresivamente alzándose una cordillera de montañas a la derecha y descendiendo gradualmente hasta el infinito por la izquierda. Directamente enfrente del flitter y, muy literalmente, a tiro de piedra comenzaba un grueso cinturón de árboles que crecía al lado de un río. Aparentemente éste era bastante ancho aunque no podía ver mucho más que el reflejo del agua de color ámbar oscuro. El curso del río podía seguirse en dirección a las montañas gracias a la línea sinuosa del bosque que bordeaba su cauce. Los árboles no se parecían a nada que Kieran hubiera visto antes, parecían ser de diferentes variedades, todas de formas grotescas y exóticos colores. Sin embargo, había algunos que eran verdes con largas y finas hojas que parecían puntas de lanza.
Exótico color o no, servían perfectamente como refugio. Las piedras llegaban silbando desde el bosque pero Kieran no podía ver nada en el lugar al que Paula estaba apuntando, tan solo algunas sacudidas en el follaje.
—¿Sakae? —preguntó.
Webber resopló de risa:
—Lo sabrás cuando los sakae nos encuentren. Ellos no tiran piedras.
—Estos son los humanos —declaró Paula. El tono indulgente en su voz irritó a Kieran.
—Yo pensaba que ellos eran nuestros pequeños amigos —contestó Kieran.
—Les has asustado.
—¿Yo les he asustado?
—Ya han visto el flitter antes. Pero se fijan mucho en modos de comportamiento y tú no estabas actuando correctamente. Han pensado que estabas enfermo.
—Y por eso han intentado matarme. Qué gente más maja.
—Autopreservación —dijo Webber—. No pueden permitirse el lujo de la amabilidad.
—Son muy amables entre ellos —exclamó Paula en tono defensivo y añadió para Kieran—: Dudo que estuvieran tratando de matarte. Solo te querían ahuyentar.
—Ah, bueno —aceptó Kieran—. En ese caso no se me ocurriría decepcionarles. Vámonos de aquí.
Paula le fulminó con la mirada y se volvió hacia Webber:
—Habla con ellos.
—Espero que aún tengamos tiempo —gruñó Webber mirando hacia el cielo—. Somos presa fácil aquí. Mantén a tu paciente callado… Si vuelve a gemir o a desplomarse así, estamos perdidos.

***

Cogió un contenedor grande de plástico y se acercó a la puerta.
Paula miró la mejilla de Kieran:
—Deja que te cure eso.
—No te preocupes —dijo él. En ese momento esperaba que los sakae, quienquiera o lo que quiera que fueran, aparecieran y pusieran a estos dos en un lugar adecuado para el resto de sus vidas.
Webber empezó a «hablar».
Kieran se le quedó mirando fijamente, fascinado. Se había esperado palabras… palabras primitivas, quizás un chasquido consonántico sobreviviente de las lenguas de la Edad de Piedra en la Tierra, pero palabras de algún tipo. Webber estaba ululando. Era un sonido suave y tranquilizador que se repetía una y otra vez pero no era una palabra. El traqueteo de piedras disminuyó y luego cesó. Webber continuó con su canto, el cual fue inmediatamente respondido. Se dio la vuelta y asintió con la cabeza mirando a Paula, sonriendo. Rebuscó en su contenedor de plástico y sacó un puñado de objetos parduzcos, los cuales parecía que olían a fruta deshidratada, pensó Kieran. Webber los lanzó a la arena. Entonces hizo un sonido diferente, gruñidos mezclados con sorbos. Se hizo el silencio y entonces volvió a hacer el sonido.
Al tercer intento los humanos salieron del bosque.
En total debían de ser unas veinticinco personas. Salieron lenta y furtivamente, avanzando a pasos muy pequeños, parándose y observando, preparados para salir corriendo. Los hombres en buena condición física salieron primero con uno de ellos tomando la delantera, un tipo atractivo al comienzo de la mediana edad que era aparentemente el jefe. Las mujeres, los ancianos y los niños les seguían saliendo de la sombra de los árboles en un goteo gradual pero quedándose donde pudieran desaparecer rápidamente en caso de alarma. Todos estaban desnudos; altos, esbeltos y de ojos grandes. Sus músculos estaban forjados por velocidad y agilidad más que por una fuerza enorme. Sus cuerpos al sol brillaban con un color bronce claro y Kieran notó que los hombres eran barbilampiños y de piel suave. Tanto las mujeres como los hombres lucían un pelo largo, limpio y brillante. Su color oscilaba entre el negro y el tostado. Era una gente hermosa, elegante, inocente y salvaje.
Los hombres alcanzaron la fruta deshidratada que había sido esparcida para ellos. La agarraron, olfatearon, mordieron y empezaron a comerla, mientras repetían el canto gruñido-sorbo. Las mujeres, los niños y los ancianos decidieron que la situación era segura y se unieron a ellos. Webber lanzó un poco más de fruta y después salió del flitter llevando con él el cajón de plástico.

***

—¿Qué es lo siguiente que va a hacer? —le susurró Kieran a Paula—. ¿Rascarles detrás de las orejas? Yo solía amansar ardillas así cuando era niño.
—Cállate —le advirtió ella. Webber les hizo señas y ella le dio un empujón para sacarle del flitter—. Lento y con cuidado.
Kieran se deslizó fuera del flitter. Los enormes ojos brillantes se giraron para mirarle. Dejaron de comer. Algunos de los más pequeños huyeron hacia los árboles. Kieran se quedó quieto. Webber ululó y sorbió un poco más y la tensión se relajó. Entonces Kieran se acercó al grupo con Paula.
De pronto se dio cuenta de que estaba siendo partícipe de una mentira. Se sentía como el protagonista de una mala película en una escena con personajes imposibles en un escenario improbable. Webber haciendo sonidos ridículos y lanzando fruta deshidratada por ahí como si fuera la caricatura de un sembrador. Paula con su amago de profesionalidad más bien brusca disuelta en sentimentalismo afectuoso. Él mismo, un extraño en esa época y lugar y esta gente con apariencia perfectamente normal comportándose como orangutanes sin pelo. Quería reírse a carcajadas pero se lo pensó dos veces, una vez comenzado a reír, sería difícil parar.
—Deja que se acostumbren a ti —le aconsejó Webber con suavidad.
Paula había estado ahí antes, obviamente. Había empezado a hacer ruidos también. Su ulular era diferente, más parecido al arrullo de una paloma. Kieran simplemente se quedó de pie y callado. Los humanos se movían a su alrededor olfateando y tocándoles. No había conversación ni risas o risitas, ni siquiera entre las niñas pequeñas. Una mujer joven especialmente guapa estaba de pie detrás del jefe mirando a los extraños con sus felinos ojos amarillos. Kieran supuso que era la hija de aquel hombre. Le sonrió y ella siguió mirándole fijamente con sus ojos inexpresivos que parecían enfocar al vacío. No percibió ningún atisbo que pudiera intuir una sonrisa, era como si la chica nunca hubiera visto a alguien así. Kieran sintió un escalofrío. Todo ese silencio y pasividad empezaban a parecerle inquietantes.
—Me alegra poder comunicarte —le murmuró a Paula— que tus mascotas no me impresionan demasiado.
No podía permitirse mostrarse claramente enfadada, así que se limitó a decir en un susurro:
—No son mascotas, no son animales. Son…
Se interrumpió. Algo había alarmado a los humanos desnudos. Todas las cabezas se habían alzado y los ojos se habían apartado de los extraños. Estaban escuchando, hasta los más pequeños estaban callados.
Kieran no podía oír nada excepto el viento en los árboles.
—¿Qué…? —empezó a preguntar.
Webber hizo un gesto imperativo pidiendo silencio. El cuadro se mantuvo por unos breves momentos más. Entonces el hombre de pelo castaño que parecía ser el líder hizo un ruido breve y áspero. Los humanos se dieron la vuelta y desaparecieron entre los árboles.
—Los sakae —anunció Webber—. Escondeos —corrió hacia el flitter y Paula agarró a Kieran por la manga empujándole hacia los árboles.
—¿Qué está pasando? —preguntó a la vez que corría.
—Sus oídos son mejores que los nuestros. Una nave patrulla se acerca, creo.

***

Se ocultaron entre las sombras salpicadas de colores anaranjados y dorados bajo los extraños árboles. Kieran miró hacia atrás. Webber estaba saliendo del flitter por la escotilla y empezaba a correr hacia ellos. Ésta se cerró tras él y el flitter despegó por sí solo, zumbando.
—Lo seguirán un rato —dijo Webber jadeando—. Puede que nos dé una oportunidad para escapar —él y Paula se encaminaron tras los humanos que corrían.
Kieran se opuso:
—No sé por qué estoy huyendo de nadie.
Webber sacó un instrumento chato que podría haber sido perfectamente un arma y apuntó a la cintura de Kieran.
—Razón uno —comenzó—. Si los sakae nos encuentran a Paula y a mí aquí tendremos un problema muy grande. Razón dos… Esta es un área cerrada y tú estás con nosotros, así que también tendrás un problema —Miró fríamente a Kieran—. La primera razón es la que más me interesa.
Kieran se encogió de hombros:
—Bueno, ahora ya lo sé —empezó a correr.
Fue entonces cuando notó la pesada vibración a baja altura en el cielo.

Sobre el Autor

Irene A. Míguez Valero

Filóloga, traductora y correctora.

Artículos: Últimos comentarios

Vicente Ruiz Calpe posted a comment in Noche Infernal
Muchas gracias por compartir el relato, espero que os guste. Feliz Halloween a todos! 🎃
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Agradezco tus palabras Alfredo, pero viendo que enlazas un curso de pago, lo edito, ya que no se per...
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Hola a a todos/as. Llevo tiempo intentando escribir pero necesito una guía o cursos y he aparecido e...
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Un artículo impresionante. Sin duda aún queda mucho por descifrar de Lovecraft, pero para mi, un vis...
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Emilio Iglesias posted a comment in Maestros del Pulp 3
Me alegro mucho de que te haya gustado Borja. Y es cierto, los relatos clásicos tienen un "algo" mar...
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