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Replicante

REPLICANTE. Un relato de ciencia ficción por Alexis Brito Delgado

«REPLICANTE. N. Ver también ROBOT (antiguo): ANDROIDE (obsoleto): NEXUS (genérico): Humano sintético con habilidades parafísicas y cultura carnal. También: Rep, Pellejudo (argot); Utilización en otros mundos: Combate y exploración espacial de alto riesgo. Prohibida su utilización en el mundo madre. Datos y especificaciones: información clasificada». New American Dictionary.

1

El hedor de la carne quemada llenaba el pequeño vertedero. Dos obreros uniformados con monos naranjas apilaban a los androides, formando una montaña de cadáveres que esperaban su turno de incineración. El primero se dirigió al segundo:

—Peter... ¿Qué hora es?

Su compañero comprobó su Zodiac:

—Las dos menos cuarto.

Eddie lanzó un suspiro.

—Aún quedan dos horas.

Peter soltó una risa seca.

—¡Supéralo!

Cansados, volvieron al trabajo con expresiones consternadas. Ambos cogieron a un replicante, uno por los brazos y otro por las piernas, colocándolo sobre la rampa que descendía hasta los hornos de fundición. El calor era espantoso: sudaban bajo las ropas ignífugas; suerte que faltaba poco para ser relevados. Peter señaló el cuerpo inerte que se deslizaba boca abajo hacia las llamas.

—¿Habías visto a uno como ese?

Eddie se subió las gafas a la altura de la frente.

—No.

Peter sonrió, triunfante.

—Nexus-6.

Eddie enarcó las pobladas cejas.

—¿Cómo te has enterado?

Peter hizo un gesto de superioridad.

—Tengo mis contactos.

El androide entró en la caldera. Su piel ardió, consumiéndose, mostrando los huesos blanqueados por las altas temperaturas. Sus restos se convirtieron en cenizas y desaparecieron sin dejar rastro. El sistema anunció con voz metálica: Replicante Nº 156 eliminado.

Eddie sufrió un escalofrío.

—¿Por qué los retirarán del mercado?

Peter se secó el sudor de la frente con una gamuza sucia.

—Son modelos obsoletos —explicó—. A los cuatro años se les acaban las pilas.

Eddie gruñó:

—Las Casas Madres no quieren perder pasta, ¿verdad?

Peter arrojó el trapo sobre un cadáver.

—Claro que no —dijo con cinismo—. Los crean con fecha de terminación para que compres uno nuevo cada cierto tiempo. Los negocios son los negocios.

Eddie sacudió la cabeza.

—Tengo sed —comentó—. ¿Quieres una Coca-Cola?

Peter se quitó los guantes.

—Te acompaño.

2

Cuando los obreros desaparecieron, los cadáveres se agitaron y una replicante surgió entre ellos con los labios apretados. Metódica, Takako comprobó su entorno; el crematorio estaba vacío. Después, auxilió a sus compañeros: tres androides emergieron entre los muertos. La Nexus-6 susurró en voz baja:

—Disch, vigila la entrada.

El gigante se acercó a las dobles puertas metálicas que conectaban el vertedero con el hangar principal. Su cuerpo de dos metros de altura parecía esculpido en un bloque de acero. Vance se aproximó a su compañera.

—¿Qué hacemos con los obreros?

Takako fue pragmática:

—Matarlos.

El androide esbozó una mueca.

—¿Es necesario?

—Si los dejamos vivos darán la señal de alarma. Tendremos a la policía detrás de nosotros. —Señaló los cadáveres con la cabeza—. ¿Quieres terminar como esos pobres bastardos?

Vance suspiró, la visión de los muertos le agitó el vientre; no deseaba aquel destino.

—Supongo que tienes razón.

La Nexus-6 le apretó el hombro para darle ánimos.

—Confía en mí.

Bear inspeccionaba una consola, buscando la forma de escapar, pendiente de las imágenes tomadas por las cámaras de seguridad. La replicante inquirió:

—¿Tenemos alguna posibilidad?

El androide asintió.

—Sí.

Takako inspeccionó las pantallas.

—¿Podrás conseguir un vehículo que nos lleve al espaciopuerto?

Bear afirmó:

—Yo conduzco cualquier cosa que tenga gas.

La Nexus-6 esbozó una sonrisa cálida.

—Eres el mejor, Bear.

Disch murmuró con urgencia:

—Tenemos compañía.

El grupo se ocultó. Peter atravesó las puertas acompañado por Eddie. Ambos charlaban, relajados, ignorando el peligro que corrían. Peter preguntó a su compañero:

—¿Qué harás esta tarde?

Eddie respondió:

—Saldré con mi mujer y los críos a...

Aquellas fueron sus últimas palabras. Disch lo embistió por la espalda, le agarró la cabeza y le quebró las vértebras cervicales; su cuello crujió siniestramente al romperse. Horrorizado, Peter intentó huir, pero fue demasiado tarde, el replicante saltó sobre su cuerpo, estrangulándolo. Takako observó los asesinatos, impávida.

—Arrojadlos al fuego —ordenó—. Es lo único que merecen.

3

Bear aparcó el todoterreno. Los replicantes abandonaron el vehículo bajo una cúpula deteriorada y recorrieron el muro exterior del espaciopuerto. Hipnotizada, Takako contempló Marte: el planeta rojo llenó su campo visual. La androide levantó la cabeza: las estrellas destellaban, lejanas, imbuidas en un misterio imposible de definir. Un temblor sacudió su anatomía. Era la primera vez que vislumbraba la galaxia; nunca hubiera imaginado que fuera tan hermosa. Vance le apretó la mano.

—Espectacular, ¿verdad?

La Nexus-6 musitó, impresionada, con los ojos vidriosos:

—Así es.

Bear interrumpió el momento.

—¿Estás segura que puedes pilotar una jodida nave?

El replicante iba a lo práctico; su inteligencia Nivel-C no daba para más.

—¡Por supuesto!

Con precisión, sortearon la valla electrificada y pasaron dentro del recinto. Disch hizo una señal. El grupo se inclinó detrás de un condensador eléctrico mientras una patrulla de seguridad poderosamente armada descendía hacia los depósitos. Los androides no necesitaron hablar, sabían lo que tenían que hacer; habían sido diseñados para el combate extremo por los ingenieros genéticos de la Corporación Tyrell. Como una sola persona, formaron un triángulo ofensivo, atacando a sus víctimas. Bear aplastó el cráneo del primer guardia; el hombre exhaló un gemido de dolor y murió instantáneamente. Vance se ocupó del de la derecha, reduciéndolo en cuestión de segundos, hundiéndole la yugular con el canto de la mano. Disch terminó con el tercero, reventándole los ojos; las orbitas del guardia quedaron cubiertas de sangre. Takako se encargó del último, tumbándolo de una patada; su columna vertebral se partió al tocar el suelo. Habían transcurrido diez segundos exactos, nadie había notado la presencia de los androides fugitivos; podían considerarse a salvo. Tomaron las armas y ocultaron los cadáveres, preparados para continuar adelante. Bear fue despectivo:

 —¡Humanos! —masculló—. ¡No sirven para nada!   

Todos le dieron la razón en silencio, eran conscientes de su superioridad; no volverían a manipularlos. Vance señaló a su izquierda:

—Una lanzadera espacial.

La nave se recortaba entre las luces cenitales de los hangares. Takako volvió a asumir el mando de la tropa.

—Tenemos que llegar hasta ella.

Inclinados, cruzaron la pista de aterrizaje, evitando las cámaras de vigilancia. Un soldado se interpuso en el camino de los androides.

—¡Alto!

Disch levantó la Franchi Spas, las postas trituraron el estómago del hombre, diseminando sus entrañas contra el fuselaje de la lanzadera. Otro agente apareció en lo alto de la escalera.

—¡Replicantes! —chilló—. ¡Alerta Roja!

Vance abrió fuego. Las balas de mercurio lo convirtieron en un colador; su cuerpo rodó escalones abajo dando tumbos. La Nexus-6 aulló:

—¡Bear, cierra la compuerta!

El androide pulsó un interruptor del tablero de mandos; la puerta descendió acompañada por una vaharada de nitrógeno líquido. 

4

Disch franqueó el pasillo tubular con el dedo en el gatillo del arma sin perder de vista los recodos traicioneros. Un soldado apareció de improviso. La andanada estuvo a punto de volarle la cabeza; la pared situada a su espalda quedó cubierta de agujeros. El Nexus-6 contraatacó. El agente dio una pirueta; tenía la mandíbula destrozada. Takako miró al resto del grupo.

—Nos veremos en la cabina de vuelo. Matad a cualquiera que se interponga en vuestro camino. ¿Entendido?

Vance protestó:

 —¿Civiles también?

El tono de la replicante no dio lugar a dudas:

—Naturalmente.

Takako siguió a Disch, con una H&K en la diestra, cubriendo su retaguardia. Una azafata apareció delante de su camino. Un balazo le perforó el cráneo; los sesos salieron despedidos en todas las direcciones. Una descarga se escuchó en el otro extremo de la nave: sus compañeros se habían encontrado con nuevos enemigos. Otro estertor llegó a sus oídos. Los androides habían salido victoriosos de la escaramuza. Disch preguntó:

 —¿Has visto los emblemas de los soldados?

La Nexus-6 se encogió de hombros:

—¿Acaso importa?

Disch se mostró preocupado.

—Pertenecen a la Corporación Schneider.

Takako respingó:

—¡Joder!

El replicante continuó:

—Si llegamos a la Tierra, no sólo nos perseguirán las unidades Blade Runners, sino también los Agentes Ejecutores de la Schneider. Estamos metidos en la mierda hasta las orejas. 

La androide procuró tranquilizarlo.

—Todo saldrá bien.

Disch sonrió.

—¡Eso espero!

Takako aparentó más seguridad de la que en realidad sentía. Sabía que su plan estaba condenado al fracaso, tarde o temprano terminarían cazándolos, pero prefería morir como una mujer libre, que tiranizada por los militares que los habían comprado. Descendieron un pasadizo circundado por paredes inclinadas; faltaba poco para llegar a su objetivo. En el caso de permanecer en Deimos, terminarían por descubrirlos y ejecutarlos. Disch percibió un ruido. De una poderosa patada, derribó la puerta de un camarote, arrancándola de los goznes. Un oriental con aspecto de informático berreó:

—¡No dispare!

Sus pulmones quedaron esparcidos en el interior de la lujosa estancia. Curiosa, la replicante registró el cadáver, consciente de que habían eliminado a un hombre importante; la riqueza del compartimiento lo certificaba. Ignoró la sangre fresca y sacó una cartera de polipiel del bolsillo trasero de su víctima.

—¡Mierda!

Disch recargó la escopeta.

—¿Qué pasa?

—Era un tipo importante. Un programador de la Schneider. Se llamaba Miyoshi Hitsukaza.

Su camarada no le dio importancia.

—Un humano menos, entonces.

La Nexus-6 se incorporó, cambió el tambor de la pistola, y continuó detrás de Disch. Una ruidosa ráfaga crepitó delante de los androides. Un agente se derrumbó abatido por la espalda soltando sangre por la boca. Una granada de trinitrotolueno escapó de su mano inerte. Vance pasó encima del cadáver.

—¡Por los pelos!

Bear pateó al muerto.

—Hemos tenido suerte —gruñó—. La granada nos hubiera matado a todos.

Takako fue práctica:

—¿Cuántos quedan?

Vance confirmó las estadísticas.

—Ninguno —dijo—. La cabina está libre.

La matanza no le dio ni frío ni calor. Habían conseguido su objetivo. Era lo único que le importaba.

—Perfecto.

5

Los androides tomaron asiento sobre las butacas forradas con poliuretano. Disch rezongó:

—Ha llegado el comité de bienvenida.

Un batallón de soldados disparó contra la nave. Las balas rebotaron sobre el blindaje, picoteando el cristal de la cabina. La Nexus-6 accionó los controles, agarró los mandos de la lanzadera y apretó el conmutador de ascenso.

 —¡Demasiado tarde, estúpidos!

Movió una palanca. Las ametralladoras de proa giraron, enfocaron a sus contrincantes y lanzaron una ráfaga de trazadoras de nitrógeno. El casco de la lanzadera tembló. Los agentes fueron borrados del mapa. Takako abrió el techo del almacén. Los motores gemelos quemaron la plataforma. La nave ascendió hacia las galerías plagadas de enemigos. La fuerza centrífuga los aplastó contra los sillones. La replicante activó el escudo de protección al máximo. Una docena de proyectiles pesados chocó contra el campo iónico. Bear revisó los paneles indicadores.

—Contamos con tres ametralladoras. No es mucho para enfrentarnos a ellos.

Takako fue mordaz:

—Haré lo que pueda.

Vance indicó:

La Nexus-6 conectó el radar bidimensional. Un rectángulo azulado surgió encima de los mandos. Ningún caza los esperaba en el exterior. La nave se inclino hacia un lado, efectuó un elegante giro y abandonó el espaciopuerto, internándose en el cosmos. Lentamente, la superficie quebrada de la luna, con sus cráteres llenos de carbono, regolito y hielo quedaron atrás, desvaneciéndose en el abismo estelar. Takako conectó la Inteligencia Artificial. Luego relajó los músculos de su espalda. Vance le dio un beso en la nuca.

—Tu plan ha dado resultado.

La Nexus-6 no respondió, preocupada, le inquietaba el futuro que les aguardaba; en La Tierra no tendrían un segundo de respiro.

Ya veremos lo que pasa, pensó. Quizá logremos sobrevivir en Los Ángeles.

FIN

Sobre el Autor

Alexis Brito Delgado

Alexis Brito Delgado

Alexis Brito Delgado. Nació en Tenerife (España) en 1980. Poeta, narrador, reseñista. Autor de las novelas "Wolfgang Stark: El último templario" (Editorial Seleer, 2012) y "Gravity Grave" (Editorial Palabras de Agua, 2014). Sus relatos aparecen en I Antología Monstruos de La Razón, I Premio G...

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