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Jack Grey, segundo oficial. Por William Hope Hodgson

«Jack Grey, second mate» fue publicado por primera vez en la revista Adventure, 1917. Relato escrito por William Hope Hodgson

Para abrir boca, y para que veáis que seguimos a lo nuestro —esto es difundir la literatura pulp en lengua española—, volvemos a la carga con otra maravillosa traducción. La que sigue, de las pocas obras todavía inéditas en nuestro idioma de William Hope Hodgson (corregidme si me equivoco), será una de las más destacadas que incluiremos en el índice de Maestros del Pulp 3 [NOTA: Edición ya publicada]. Por esta vez no vamos a publicar la obra íntegra en nuestra página web, al menos de momento. Esto es porque si bien la tenemos finalizada, todavía no está corregida (es una traducción muy compleja, con demasiado términos naúticos que debo repasar), y además es muy larga. De hecho, no se trata de un relato, sino de lo que en inglés se denomina como «novelette». Así pues, seguidamente os ofrecemos el primer capítulo, y así mantener viva la expectación por ese tercer recopilatorio en papel, que está por venir, y estoy convencido que os gustará muchísimo. Y bien, ¿de qué va esta historia? Jack Grey es el segundo oficial de la bricbarca «Carlyle», (velero o bergantín de acero con tres palos); un tipo duro cuya tripulación no tiene interés alguno en acatar sus órdenes, especialmente cuando una bella dama embarca en San Francisco… ¡muy mala idea! Un relato ágil y con mucha acción que soprenderá a los fans de este ilustre escritor. NOTA IMPORTANTE: Obra traducida por EMILIO JOSÉ IGLESIAS FERNÁNDEZ ©, sujeta a derechos de traducción (Todos los derechos reservados); y que será incluida en el próximo número impreso de «Maestros del Pulp». Si alguien sabe de alguna traducción previa a la nuestra, por favor, decídnoslo; y si la estás leyendo en otro sitio, que no sea este, o en nuestras publicaciones, también. 

JACK GREY, segundo oficial. Por William Hope Hodgson.

CAPÍTULO I

Ella subió a bordo desde uno de los embarcaderos de madera que se proyectaban a lo largo del viejo muelle de Longside, donde los veleros solían atracar, a la altura de Telegraph Hill, San Francisco. Y, con cierto desdén, rechazó la gran mano que el segundo oficial le extendió para ayudarla a cruzar la pasarela.

El hombre, de gran envergadura, mostró un ligero sonrojo bajo su piel bronceada, sin embargo, no parecía ser del todo consciente de aquel desaire. Ella, por su parte, se desplazó gentilmente hacia popa para encontrarse con la esposa del capitán, bajo cuyo pabellón debía realizar el pasaje de Frisco a Baltimore.

Al principio, parecía como si ella fuera la única pasajera en la gran bricbarca de acero; sin embargo, aproximadamente media hora antes de zarpar, se presentó otro individuo en el pequeño muelle, acompañado por varios sirvientes que portaban su equipaje y, tras depositar la carga al inicio de la pasarela, les pagó y despidió. A continuación, el nuevo pasajero, un hombre de aspecto burdo y corpulento, entre los cuarenta y los cuarenta y cinco años de edad, embarcó.

Era evidente que conocía bastante bien los navíos, pues sin vacilar fue directo a popa, bajando después por la escotilla de la cabina principal. En pocos minutos regresó a cubierta. Miró hacia el muelle, donde su equipaje permanecía apilado como lo había dejado, y luego se acercó al segundo oficial, que permanecía de pie, junto al larguero de la toldilla

—¡Aquí, usted! —dijo bruscamente, hablando un buen inglés, pero con un acento desconocido.

—¿Por qué no traes mi equipaje a bordo?

El segundo oficial, desde su posición elevada, se volvió y lo miró fijamente.

—¿Me hablas a mí? —preguntó con voz serena.

—En efecto, me dirigía a usted.

Se detuvo, y dio un paso atrás. Había algo en la mirada del gran oficial que lo tranquilizó.

—Si baja a la cabina, entonces haré que traigan su equipaje a bordo —le dijo el segundo oficial.

El tono era cortés, educado, pero tras aquellos ojos grises había algo extraño. El pasajero observó con inquietud la mano de este, grande y temblorosa, que yacía amarrada suavemente a la barandilla. Entonces, sin mediar palabra, se dio la vuelta y desapareció.

EL CARLYLE llevaba dos días echado a la mar y navegaba bajo una delicada brisa. En la popa, el segundo oficial paseaba de un lado para otro, fumando pensativamente. De vez en cuando se detenía y dictaba alguna orden al contramaestre, para luego regresar a su rutina, moviéndose sin descanso.

En ese momento, escuchó un paso que provenía de la escotilla y, al instante, vio a la pasajera salir a cubierta. Era muy pálida de piel y caminaba tambaleándose, como si estuviera mareada.

Tras ella iba la esposa del capitán, que llevaba una manta y un par de cojines. Y, tras acomodar a la dama, sentándola en la reposera de su marido, le cubrió las rodillas.

De repente, en una de sus idas y venidas, cuando el segundo oficial se había colocado a barlovento de la posición que ellas ocupaban, fue quien de escuchar la voz de la dama y cómo se dirigía a la esposa del capitán, sin importarle lo más mínimo quién pudiese escucharla.

—Desearía que ese hombre llevase su horrible pipa a otra parte. ¡Su olor me resulta nauseabundo!

El se dio cuenta de que la mujer del capitán estaba haciéndole señas, a espaldas de la dama, pero decidió ignorarlas. Dio media vuelta y regreso a popa, al punto de inicio de su paseo, aunque con un gesto incómodo entre sus labios.

Entonces cambió el trazado de su rutina. Dejó de caminar a lo largo del barco y comenzó a moverse de forma transversal. De esta forma podía evitar la dama que, dada su insolencia, había logrado irritarlo en dos ocasiones.

Continuó fumando; pues su personalidad era demasiado fuerte como para sentirse ofendido por la falta de modales de semejante dama, pensando además que, tras haber suspendido su presencia junta a ella, no existía razón lógica alguna por la que no pudiese continuar disfrutando de su pipa.

A medida que caminaba de un lado a otro sobre los tablones de cubierta, trató de reflexionar acerca del asunto desde la calma y la comprensión. Resultaba obvio que ella lo consideraba algo así como un sirviente y, desde este punto de vista, era absurdo suponer que su comportamiento fuese en modo alguno maleducado con la intención de molestarle o, al menos, no más de lo que suele ser habitual en el trato con los sirvientes, acostumbrados a recibir órdenes. De tal forma, y puesto que había surgido la ocasión de bajar a la cubierta principal para ajustar las velas, decidió olvidarse del asunto.

Cuando regresó a popa, la chica estaba sola, sentada. Alguien había requerido la presencia de la esposa del capitán en su camarote, para atenderle, donde él se encontraba confinado a causa de una enfermedad que le mantendría postrado en su litera durante, al menos, una semana.

De vez en cuando, mientras paseaba por las tablas de cubierta, lanzaba miradas furtivas a lo largo del navío. Sin duda aquella muchacha no solo era un tanto peculiar, sino también muy atractiva, especialmente para un hombre como él, que no dejaba de observarla, sin que ella se diese cuenta. Y, ahora, se hallaba recostada sobre la silla, mirando fijamente a través del mar.

Permaneció un rato así, tal vez media hora, y luego sonaron unos pasos; una pisada fuerte que provenía del salón. El segundo oficial los reconoció de inmediato; sin duda pertenecían al otro pasajero. Sin embargo, la muchacha no se había percatado, y no retiró su mirada sobre el mar. Lo miraba fijamente, como si estuviese atrapada por la tranquilidad de sus pensamientos.

La cabeza del hombre asomó fuera de la escotilla y, a continuación, su voluminosa figura, torpe y de aspecto grosero, seguida por sus extremidades inferiores, gordas y repugnantes. Se dirigió hace ella, deteniéndose a un par de metros de la silla.

—Y, ¿cómo está la señorita Eversley? —oyó preguntar el segundo oficial.

Al oír esa voz la muchacha volvió en sí de inmediato y giró la cabeza bruscamente, en esa dirección.

—¡Tú! —Eso fue todo lo que ella dijo; pero fue tal el tono que había empleado, como si estuviese asustada, que en modo alguno pasó desapercibido para el segundo oficial.

—Usted creyó… —comenzó el hombre, tratando de hacer una broma.

—Pensé que nunca más volvería a verte ¡jamás! —sentenció ella.

—Pues te has equivocado.  Y si tus mareos no tu hubiesen mantenido lejos de cubierta durante estos dos días, no tendrías que lamentar mi ausencia durante ese tiempo.

—¡Qué dices!

—Mi linda muchachita…

—¡Vete! ¡Vete! ¡Fuera de aquí! —Ella sacudió sus manos atenazadas en un claro gesto de repulsa.

—Vamos, ¡no te pongas así! Durante las próximas semanas nos veremos a menudo. ¿Por qué…?

Ella se puso en pie, tambaleándose mareada; y entonces él, de forma instintiva, dio un paso adelante, tratando de cogerla.

—¡Déjame pasar! —dijo ella, con un grito ahogado.

Pero él, con la mirada ardiente, parecía no haberla escuchado. Ella se llevó las manos a la garganta, como si le faltase el aire.

—Permítame que la ayude.

Era la voz profunda del segundo oficial.

Su porte, siempre serio y correcto, no dejaba entrever que era consciente de la situación tensa que se había creado en ese momento.

—Ya me ocupo yo —protestó el pasajero, con insolencia

Pero el oficial hizo como que no lo había escuchado y condujo a la dama hacia la escotilla, llevándola escaleras abajo, hasta el salón. Allí la dejó a cargo de la esposa del capitán, diciéndole que el aire del mar no le había sentado del todo bien a la joven.

Al regresar a cubierta, se topó con el pasajero de pie, junto a la apertura de la escotilla. Y, aunque estaba dispuesto a resolver la situación a su manera, lo cierto es que el pasajero, aunque estaba lleno de ira reprimida, ya le había tomado la medida al oficial, por lo que decidió no incidir en el problema, y le dejó pasar; sin más.

En cuanto al segundo oficial, éste reanudó sus paseos en cubierta, haciendo uso hasta en dos ocasiones de su pipa, mientras permanecía inmerso, absorto en sus pensamientos acerca de la muchacha que había acompañado al nivel inferior. Se preguntaba el porqué de esa repulsión hacía el otro pasajero, y era evidente que ambos ya se conocían de algún otro lugar; quizás del puerto en el que permanecía atracado el Carlyle. Pero de lo que no cabía la menor duda era que ella no deseaba tener relación alguna con él, en modo alguno.

Acerca de todo esto, y mucho más, el segundo de a bordo estuvo meditando durante un buen rato, hasta que, al fin, logró sosegarse.

CONTINÚA EN... Maestros del Pulp 3

NOTA: Arriba, portada del número Adventure, julio de 1917, en la que se publicó este relato por primera vez. Podrás disfrutarlo en papel en nuestro recopilatorio Maestros del Pulp 3. Obra traducida por EMILIO JOSÉ IGLESIAS FERNÁNDEZ ©, sujeta a derechos de traducción (Todos los derechos reservados). Si alguien sabe de alguna traducción previa a la nuestra, por favor, decídnoslo; y si la estás leyendo en otro sitio, que no sea este, o en nuestras publicaciones, también. Números publicados:

Maestros del Pulp 3
Maestros del Pulp 2
Maestros del Pulp 1

Sobre el Autor

Emilio Iglesias

Emilio Iglesias

Escritor empedernido, capitán de ésta y otras aventuras, dirige como puede RelatosPulp.com

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Vicente Ruiz Calpe posted a comment in Noche Infernal
Muchas gracias por compartir el relato, espero que os guste. Feliz Halloween a todos! 🎃
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