Colección de relatos clásicos y relatos enviados por usuarios para su publicación
Desde el otro lado del charco nuestro amigo David Hanna nos envía este pequeño relato para compartir con todos vosotros.
No soy partidario de concursos —sobre todo si hay dinero de por medio—, ni tampoco me gusta escribir ciñéndome a unas normas, creo que es algo que va contra natura; no obstante…, siempre se puede hacer una excepción. Me refiero al X Premio Carlos Casares de microrrelatos organizado por el Liceo de Ourense, mi ciudad, y siendo así, decidí participar. Según las bases del concurso se podían presentar hasta un máximo de tres trabajos por autor, de temática libre y con un tope de 1500 caracteres (sin contar espacios). Aquí lo más goloso sin duda es el premio (único) de 1500€, es decir, a euro por caracter, casi nada. Si tienes la idea, un microrrelato se escribe un santiamén. Quizás lo peor sea el hecho de tener que andar contando las palabras (bueno, eso lo hace el word), pero en fin, las normas son las normas (aproximadamente hablamos de una carilla a doble espacio). Ayer, día 27 de mayo conocimos al ganador, Rafael Laso Lorenzo (ingeniero y escritor natural de Xinzo de Limia y residente en Vigo, con varias novelas ya publicadas), por su obra titulada “Amor de monicreques”, y desde aquí le felicitamos (más info). Una vez concluido el concurso, y puesto que hoy no tengo ninguna entrada mejor para esta web —y sin que sirva de precedente—, publicaré las tres obras con las que he participado. Son tres microrrelatos en gallego, y de pulp tienen bastante poco, pero en fin… Estos son: 1) Xaque mate (una reflexión sobre la vida y la muerte tomando como punto de partida un viejo proverbio); 2) ¡Adiante, meus valentes! (mi preferido) 3) A carraxe dun cheirume (un claro homenaje a Carlos Casares, pero totalmente fallido; este microrrelato estuve a punto de no presentarlo).
El cruzado despertó. ¿No había muerto? Al hundirse su navío en el Mar Mediterráneo, durante aquella terrible tormenta, había estado seguro de que lo próximo que vería sería al Todopoderoso. Sintió su cuerpo mojado y entumecido. Sobre su piel, aún se encontraba su cota de malla, con algunos desgarros que mostraban grandes moratones y heridas manchadas de sangre seca. El tabardo con la insignia de la cristiandad había quedado irreconocible, y ya casi estaba desprendido por completo. Su fiel espada había desaparecido junto a su vaina, y no llevaba el yelmo.