Colección de relatos clásicos y relatos enviados por usuarios para su publicación
Henry Kuttner (7 de abril de 1915 – 4 de febrero de 1958) fue un escritor americano de novelas y relatos pulp. Publicó su primera obra The Graveyard Rats (Las ratas del cementerio) en la revista especializada Weird Tales, año 1936. Kuttner es uno de esos escritores que supieron hacer pareja, buscándose una esposa del gremio. Al igual que el dúo formado por Edmon Hamilton y Leigh Brackett, tenemos a un Kuttner que se casó con Catherine Lucille Moore, escritora pulp de prestigio. Kuttner también es reconocido como uno de los miembros de El Círculo de Lovecraft, donde participio con algunos relatos, conformando lo que se conoce como Mitos de Cthulhu. El relato que os presentamos a continuación —«Donde el mundo está en calma»— lo escribió de forma conjunta con su esposa, aunque ésta lo firmó con el seudónimo C. H. Liddell (Nota de Edición: En cursiva, las palabras que en la versión original están escritas en español). Este relato permanecía inédito en español hasta la fecha, y ha sido traducido por Irene García Cabello para nuestra edición especial Amanecer Pulp 2015. Especial Portal Oscuro.
A continuación os presentamos el relato clásico Las botas de los Médicis «The Medici Boots». Este relato es obra de la autora Pearl Norton Swet, y fue publicado por primera vez en la revista Weird Tales (Agosto - Septiembre, 1936). Pearl Norton Swet fue una de las muchas escritoras que trabajaron para dicha revista, contribuyendo con algunos de los mejores títulos de horror que se publicaron en los años treinta: Tiger's Eye (1930); The Man Who Never Came Back (1932); The Medici Boots (1936). A pesar de todo, se sabe muy poco de la escritora. Tal y como sucede con muchos de los relatos clásicos de autores menos conocidos, Las botas de los Médicis permanecía inédito en castellano hasta la fecha, cuando Irene A. Miguez Valero lo tradujo para todos nosotros con motivo de la edición Amanecer Pulp 2015. Especial Portal Oscuro.
Llevaba tanto tiempo sin un caso entre manos que apenas me quedaba una moneda en el bolsillo. Pensé sacarle partido invirtiéndola en un último trago en el Bikini, pero decidí reservármela para elegir a cara o cruz la sien para un disparo…; si no conseguía un nuevo caso en la próxima media hora.
Me encontraba dándole a la botella en mi despacho mientras repasaba mi lista de famosas con las que me gustaría acostarme, cuando de repente la puerta se abrió y entró una muñeca vestida con una falda marrón, larga hasta los tobillos, muy a la moda del Vaticano. Su blusa, también larga, no lograba disimular la existencia de dos tetas muy juntas y voluminosas. Su única concesión consciente a la coquetería, consistía en una delgada línea de pintalabios de color rosa, que acentuaba su boca pequeña de labios finos.
El detective Ortiz se restregó los ojos y aspiró una bocanada del aire cargado de polvo que se filtraba a través de la ventana. Maldijo el condenado calor que le perlaba la frente y el cuello a pesar de que eran cerca de las nueve de la noche. El aire acondicionado de la estación había dejado de funcionar y era, en aquellos momentos, en que la necesidad de un cigarrillo se hacía más apremiante. No obstante, Ortiz se resistía a la tentación al recordar a su hermano y al enfisema especialmente agresivo que se lo había llevado de este mundo hacía más de un año.
La carretera 90 no era más que una mancha difusa enfrente de las titilantes farolas del viejo Chevy. La lluvia empeoraba y Verdoso tuvo que sumar un ladrillo más a sus preocupaciones. Según la radio, la cola del huracán cruzaría cerca de Bateman Island, pero los truenos y el viento helado que rugía a través de la ventanilla aseguraban lo contrario.