“... la espada de Morkar, la Gran Espada, ha de ser mía”, se repetía una y otra vez sir Rolif. En estos momentos, el caballero se encontraba solo, de pie ante la inmensa montaña cuya siniestra sombra parecía envolver al mundo entero. El viento frío del otoño le susurraba desalentadoramente en los oídos, como desanimándole a emprender la labor que debía llevar a cabo. La Montaña Maldita de Terendur parecía inexpugnable, no sólo por su altura o su inclinación, sino por su aspecto maligno e inquietante, que haría retroceder hasta el más grande de los guerreros. Contemplar aquella cumbre rocosa, que se alzaba hacia el cielo nuboso como una lanza que quisiera ensartar la morada divina de los dioses, causaba una profunda desazón en el interior de cualquiera que lo vislumbrase. Pero sir Rolif, el gran caballero de la sagrada Orden del Temple, el defensor de los débiles y de los oprimidos, el valiente guerrero designado para desarrollar aquella arriesgada empresa, no dudó ni un instante: “he de conseguir la espada”.
Y así, el valiente caballero empezó a trepar. Al principio el ascenso fue fácil, pero tras más de una hora escalando, el viento, que apenas había sido una ligera brisa, parecía haberse transformado en un violento huracán, un fenómeno seguramente provocado por las fuerzas sobrenaturales que intentaban derrotar a sir Rolif. También el frío se había vuelto insoportable, congelando los dedos del caballero hasta hacerlos casi insensibles, provocándole una serie de temblores que presagiaban una caída inminente por la empinada ladera. Sir Rolif se encontraba sólo, herido y hambriento, los músculos de su cuerpo agarrotados y su respiración entrecortada por el cansancio y la baja temperatura. Anhelaba sus ropas lujosas que solía ostentar por su condición de sangre noble, las decoradas paredes de los palacios que acostumbraba a frecuentar en su lejana tierra natal, la suave risa de su prometida, lady Hellen, con su eterna sonrisa pícara y juvenil...
Hollow City es una ambientación que mezcla los géneros de misterio, horror y superhéroes callejeros, diseñada para servir de escenario a una serie de relatos cortos escritos por un servidor (Eihir). Fundamentalmente, Hollow City es una ciudad (imaginaria) donde el misterio, el horror y la muerte acechan en cada esquina.
Esencialmente, Hollow City es una ciudad de dimensiones «variables». Esto quiere decir que en algunos relatos parece una gran ciudad al estilo de New York o similares, y en otros se asemeja más a una pequeña ciudad, como sucede en múltiples ciudades ficticias del mundo del comic, cine y literatura.
Hollow City es una ciudad fría, oscura y siniestra, donde existe un mundo sobrenatural oculto, una realidad poblada de vampiros, demonios, magia y demás elementos fantásticos, pero siempre a un nivel “oculto” (es decir, la gente no implicada en los sucesos sobrenaturales no tiene ni idea de lo que pasa). Además, en Hollow City existe la megacorporación TecnoCorp, una misteriosa empresa de seguridad y tecnología que poco a poco ha ido invadiendo todos los ámbitos de la ciudad, aumentando su nivel tecnológico y científico.
Así, en Hollow City los personajes que protagonizan los relatos son Investigadores de lo Paranormal (como el detective Jack Stone), Justicieros Enmascarados (como el vigilante callejero Espectro), Ninjas (véase Evelyn Chang), Cazadores de Monstruos (Nick Rose), Policías Rebeldes (aquí tenemos a Paul O’Sullivan), Cyborgs (al estilo de Jason Strong), Psíquicos, Hechiceros de las Sombras, etc…, aunque también tienen cabida personajes más mundanos (Billy Jones, el Padre García, o incluso Mike el Arrugas).
Si no fuese por el doodle de anteayer, ni me habría dado cuenta, bueno, ni yo, ni nadie, seguramente. El nueve de mayo fue el cumpleaños de Howard Carter, un arqueólogo y egiptólogo inglés famoso por descubrir la tumba del Rey Tut.
Los trabajos de Howard Carter repercutieron notablemente en la literatura pulp, tanto de su época como en tiempos venideros, donde no son pocos los autores que reconocen abiertamente dicha influencia, algunos tan conocidos como Arthur Conan Doyle, y otros no tanto, como James Rollins, por ejemplo, y, como no, muchos otros de la era dorada pulp, como E. Hoffmann Price.
Sin embargo, puede que lo que hizo verdaderamente famoso a Carter no fuese el descubrimiento en sí, un hecho fehaciente, sino la maldición que le acompañó durante el resto de su vida: La maldición del Faraón. Una maldición que seguro conoces perfectamente, porque resulta muy difícil no haber visto alguna película de las muchas versiones que se han realizado.
Todo comenzó en el año 1922, cuando Howard Carter se encontraba explorando el Valle de Los Reyes en compañía de su amigo George Herbert (Lord Carnavon, quinto conde de Carnavon), quien financiaba la expedición. Al fin, después de quince años de búsqueda, abrieron la tumba del Rey Tutankamón, la tumba más espectacular encontrada hasta la fecha, y ahora conocida como KV62.
Carter estaba emocionado, y tal como le fue posible observó el interior a través de un pequeño orificio, y cuando Lord Carnavon le preguntó si podía ver algo, Carter respondió con una frase que pasaría a la historia: “Yes, wonderful things”. Sin embargo, pronto esas cosas maravillosas dejaron de serlo.
Para este mes de mayo la editorial Valdemar nos ofrece una trepidante lectura en su versión de lujo, la edición gótica. Si te gusta la literatura apocalíptica no deberías perderte una antología de relatos como la que ahora presentamos, cuyo único pero es el precio.
La vida tiene extrañas coincidencias, y esta mañana se dio la casualidad que, tras disfrutar de un agradable café en compañía de Canal Historia, cuyo documental tenía por título «Diez Formas de Destruir la Tierra» (si lo queréis encontrar no os será muy difícil hacerlo), me siento a los mandos de mi internet habitual y me encuentro con esta pequeña sorpresa apocalíptica en la sección de novedades literarias. Claro, la boca se me hizo agua, sobre todo porque es un tema que me encanta. Evidentemente el documental va un paso más allá, y por el momento mejor no destruir el planeta, o de lo contrario poco sentido tendría la presente colección de relatos ¿verdad?
Norbert Wiener (1984 – 1964) fue un matemático estadounidense responsable de la Cibernética, término que acuñó en el año 1948 con la publicación de su libro Cybernetics. A grandes rasgos Wiener llamó cibernética al control y la comunicación entre animales y máquinas, pero fue con su segundo libro “El uso que el hombre le da al ser humano (1950)”, cuando terminó por desarrollar completamente el concepto y sus implicaciones en relación a la sociedad. Con el tiempo se preocupó profundamente por el crecimiento de la automatización y el mal uso que los hombres le estaban dando al uso de la cibernética; y veía el peligro que entrañaba en las fábricas y sus consecuentes proyecciones sociales, entre ellas el desempleo. Wiener, ante lo que había creado, reflexiono y se asustó. Sus palabras, parafraseando una conocida cita bíblica cerraban así una conferencia que dio en Francia en el año 1958, unos pocos años antes de morir. Las aportaciones de Wiener al campo de la ciencia ficción, así como sus influencias son indiscutibles. Sin embargo, por el bien de la literatura pulp, mejor no tomarse al pie de la letra la paráfrasis con la que hemos abierto este artículo.
Wiener causó sensación con sus revolucionarias teorías. Fueron muchos los escritores de ciencia ficción quienes trataron de dar forma a universos imaginarios según los principios de Wiener desvirtuando el término desde un punto de vista literario. La ciencia ficción supone el interés por comprender y visualizar de forma tangible las posibilidades de los descubrimientos científicos y tecnológicos en relación a los individuos y el contexto social en el que se desenvuelven. Como novela científica —ciencia ficción—, Brian W. Aldiss apunta a la obra de Mary Shelley “Frankenstein o el moderno Prometeo, 1818”, como la primera de este género. Sin embargo, podemos encontrar indicios válidos de ciencia ficción en obras mucho más anteriores, tanto que incluso podríamos remontarnos a la mitología griega. En mi humilde opinión, destacaría a Julio Verne y su De la Tierra a La Luna (1865), como una de las obras más representativas, y transcendentes.
Athena Voltaire lo tiene todo para encandilar al público masculino aficionando a las historietas típicamente pulp, y quizás el único defecto aparente sea el nombre, que a mi no me convence mucho, pero tampoco nos vamos a quejar ¿verdad? Sobre todo porque el asunto pinta bastante bien. Aventura, misterios, y fantasía a raudales, a cargo de un personaje que, a primera vista, semeja un cruce entre Lara Croft (Tomb Raider) e Indiana Jones, nuestro querido Indy.
Tal y como suele ser costumbre no estoy de acuerdo con los críticas que ha recibido este film. En líneas generales pienso que es una buena película, o al menos no tan mala como se dice. La historia de fondo no es nueva, hay muchas películas más o menos parecidas, algo que desde luego le resta puntos, eso es cierto. De hecho dejemos claro desde un principio que se trata de un remake. La original No Temas a la Oscuridad (Don't Be Afraid of the Dark), dirigida por John Newland, data del año 1973, la cual no he visto, así que en las líneas que siguen no habrá comparaciones.
El tema de las hadas, los dientes, y la oscuridad están lo suficientemente manidos para que muchas personas pierdan el interés, sobre todo cuando ya dejas de ser un niño, y precisamente ése es el público a quien va dirigido este film, solo que, tanto los niños como los adolescentes de hoy en día están más que curados de espantos. Más que una película de terror es un cuento de fantasía, y títulos al respecto los hay de todo tipo y condición. El primero que me viene a la cabeza, por nombrar alguno, es «En La Oscuridad (Darkness Falls, 2003)», y nombro éste porque es el que más fácil me ha sido sacar el título. Bueno, también acabo de recordar uno de los relatos cortos de Los Ojos del Gato (1985), donde un duende maligno acechaba a una niña. En este caso en vez de dientes lo que buscaba era robarle la respiración. Otra diferencia es que la niña estaba bien protegida por un gato… ¿gatos? ¿Por qué no había ningún gato en la casa del señor Blackwood.