No era poca la curiosidad que tenía por ver a este Superman en versión nórdica, arreando martillazos en vez de mamporros, y la verdad es que ha estado bastante mejor de lo que me esperaba, aunque quizás diga esto porque esperaba bastante poco.
Las películas de superhéroes no son mis preferidas, aunque siempre hay excepciones, y uno de los motivos principales, perfectamente constatable en Thor 2011, es la trama, tan compleja como el mecanismo de una pastilla de jabón. Y es que sí, los superhéroes son todos muy limpitos, pulcros, y al final, a pesar de los pesares, siempre se salen con la suya. Thor no iba ser menos, y en los primeros compases de la película, aunque no sepas absolutamente nada de sus atribulaciones —algo que no sería de extrañar ya que es uno de los gallitos de la Marvel menos conocidos—, desde el momento en el que ves a los dos hermanos aún renacuajos, Thor y Loki, junto a su padre Odin, ya te están contando el final de la película.
Y ese final, cuando llega, quizás por demasiado previsible, te parezca bastante intrascendente. Hablamos de un final en el que por un lado se confirma la intrascendencia de los personajes secundarios, como son los compañeros de Thor, los cuales se ve que no sirven para nada. También se confirma, no la intranscendencia de esa hermosa muchacha de belleza tímida que se llama Natalie Portman, sino más bien como desperdiciarla cada vez que aparece en pantalla; y llamativo el hecho que en la batalla más dramática de todas, cuando lo del monstruo de hojalata, ni siquiera se sabe dónde se ha metido.
Después de muchos años he podido disfrutar, por segunda vez, esta magnífica película. Me era imposible recordar su título, y la vaga imagen que tenía del actor principal tampoco me permitía ponerle nombre y apellidos, y así, identificar aquella historia épica y romántica donde el señor del castillo debía proteger a los suyos de un terrible asedio, formaba parte de mi lista de imposibles. Gracias a las indicaciones de uno de los amigos de esta web (Mirliton), no solo ya la he identificado: El Señor de la Guerra (1965), sino que ya la he visto, y ha sido como quitarme una espina clavada. El hecho de traer a colación este título era casi una obligación para mí, y es que después de haber visto hace unos días Templario, 2011, quería hacer lo propio con el clásico del que ahora hablamos, y así compararlos. Por todo lo que voy a decir a continuación, casi mejor voy abriendo paraguas, porque algunas cosas puede que sean bastante discutibles, pero es lo que pienso, ni más ni menos.
La estrategia del asedio, tanto desde el punto de vista del que ataca como el que defiende, es uno de los temas más apasionantes dentro de la historia militar. A mí personalmente lo que más me gusta es todo lo relacionado con las técnicas e infraestructuras propias de la defensa. Esto no quiere decir que prefiera defender en vez de atacar, pero de alguna forma que no logro comprender, en muchas ocasiones he tirado un par de líneas sobre una hoja cuadriculada tratando de diseñar algún que otro boceto de cómo debería ser la fortaleza perfecta, con sus fosos, sus bastiones, y demás elementos característicos. Incluso he pasado mis horas con videojuegos de este tipo, por ejemplo la saga Stronghold, de Firefly Studios.
Bueno..., tampoco se trata de fundamentar discusiones en torno a las teorías russonianas y otras filosofías gafapastas, sino más bien comentar una película ochentera bastante discreta, pero con un mensaje tan claro como inquietante: Impulso… ¡el título lo dice todo!
Tanto la literatura como el cine han reflejado de una forma u otra el caos de lo que entendemos como civilización una vez que las barreras éticas y morales se desploman. Los impulsos del ser humano primarios, Eros y Thanatos, como diría Freud, establecen una confrontación en el día a día, que, una vez el campo de juego se queda sin reglas, la fortaleza del segundo prevalecería sobre el primero (¿si, o no?).
Siempre me ha gustado la frase de Thomas Hobbes “El hombre es un lobo para el hombre” (Homo homini lupus), y además resulta bastante acertada. La trama de Impulso (1984) no es nueva, y en lo que a mí respecta, como escritor, al igual que muchos otros también he sucumbido a sus encantos.
Mi primera publicación, Polybius, la máquina del terror, nos presenta exactamente la misma historia de fondo: El impulso asesino y salvaje que todos llevamos dentro, nuestro lado oscuro. E incluso debo reconocer que varios pasajes muestran ciertas coincidencias con la película que ahora comentamos, al menos en lo que a la ambientación se refiere. Un ejemplo de ello es el momento en la cantina, el banco, la locura del sheriff, y alguno otro más, aunque el tratamiento sea completamente distinto. Si te gusta el uno, te gustará el otro.
Impulso (1984), es un film típico de serie B ochentera, de bajo presupuesto pero de altas pretensiones. Los primeros 45 minutos son muy lentos, pero eso no quiere decir que sean aburridos. Minuto a minuto, mientras se suceden una serie de extraños acontecimientos, percibirás como se masca la tragedia en un pequeño pueblecito americano. Si no has leído nada del argumento, es casi imposible que sepas por donde va a tirar la trama, tan solo eres consciente de que allí pasa algo; algo terrible, pero hasta bien adentrada la película no sabrás de qué se trata. Precisamente, cuando comienzan las primeras muertes, y cuando el ritmo se vuelve más ágil, es cuando decae un poco el interés, hasta llegar a la explicación final, tan simple como efectiva.
Resulta bastante sencillo identificar una película de terror de los 70 frente a otra de los 80, y aunque éstas últimas resultan más veneradas, quizás las primeras sean las más cercanas a la concepción pulp de los autores que impulsaron este movimiento. Y el ejemplo que nos ocupa parece sacado directamente de ese papel amarillento en el que solían escribirse semejantes horrores. La torre del diablo (1972) tiene todos los elementos característicos, y los presenta de acuerdo a una historia realmente buena, y lo es tanto, que basta una simple lectura a la sinopsis y ya tienes ganas de verla. Ayuda mucho que toda la acción transcurra en una preciosa y enigmática isla, tanto en la superficie con su faro, como en el subsuelo, a lo largo de unas cuevas subterráneas. Sin embargo, la puesta en escena se muestra demasiado artificial, aunque eso sí, cuidada hasta el último detalle y con una apariencia exquisita (se nota la mano de los británicos). A veces resulta un poco difícil creerte lo que estás viendo, y la sensación de estar ante un bello escenario de cartón piedra es algo que notarás desde el principio.
Cuando vi el nombre de Vinnie Jones entre los actores protagonistas no lo dude ni un segundo -todavía tengo en mente la exquisita El tren de la carne de medianoche (2008)-. Sin embargo…, ¡vaya mierda...! ¡vaya soberana mierda! No os dejéis engañar por las apariencias. Cross es un claro ejemplo de cómo tirar el dinero a la basura y de cómo tomar el pelo al espectador. Me resulta incompresible como algo como esto puede llegar al mercado. Si bien es cierto que los actores disponibles tienen cierto cache como es el citado Vinnie, o esa bestia llamada Michael Clarke Duncan, y que la sensualidad está garantizada con unas cuantas bellezas rubias (siempre tapadas y en segunda plano), como Rachel Miner, también lo es que, el hecho de encontrarte en el papel principal a Brian Austin Green (más conocido como David Silver en la serie Beverly Hills, 90210, Sensación de Vivir, y desde entonces casi un desconocido en el mundo del celuloide), puede echar atrás a más de uno; pero nada que os podáis imaginar es comparable al resultado final: ¡Desastroso!
Tras el éxito de Rambo (1982) llegaron —principalmente al mercado VHS—, innumerables imitadores con más o menos fortuna. Todos ellos cumplían con las exigencias del guión de forma inequívoca, y los torsos medio desnudos, hinchados de hormonas y horas de gimnasio, junto con cara de pocos amigos y una ametralladora M60 como la amante perfecta, atiborraban las baldas de los videoclubes; ¡y vaya como disfrutábamos! Sin bien Sylvester Stallone lo bordó, y sentó las bases de un género cinematográfico tan masculino, también es cierto que pronto tuvo serios competidores que amenazaron su hegemonía.