La idea de base —tomada de una novela de igual título y “presentada” bajo el seudónimo Pittacus Loren (digo “presentada” porque según me ha chivado google parece ser que hay polémica en cuanto a su autoría: Aquí)–, semeja una memez de proporciones mayúsculas, y, además, empieza mal. Los primeros compases son oscuros, luego, de repente, se hace la luz, y lo que sigue no es más que un cúmulo de tópicos, personajes, y situaciones estereotipadas, y lo es de tal manera, que por momentos te dan ganas de quitar la cinta. Si hasta parece el enésimo episodio de Sensación de Vivir…, que si chico nuevo en el instituto, que si friki humillado por el malo malote..., y, como no, mientras tanto, su novia pavoneándose de aquí para allá... Sin embargo, a pesar de los pesares, y una vez superados los primeros minutos, casi sin darte cuenta terminas siendo atrapado por un extraño magnetismo, yendo la trama de menos a más hasta alcanzar el clímax gracias a una batalla final, tan entretenida como trepidante.
Las discusiones entre críticos gafapastas y críticos palomiteros, sin acritud, claro está, a veces resultan de lo más divertidas. En lo que a mí respecta, creo que no encajo en ninguno de los dos grupos, pero si tuviese que escoger uno de ellos me quedaría con los palomiteros —y eso que no me gusta comer palomitas en el cine, ni pizzas tamaño familiar como vi en cierta ocasión, hace ya unos cuantos años—. Sé que más de uno me pondrá verde, pero las películas excesivamente intelectuales no solo me aburren, sino que no las entiendo. Otro tanto me sucede con las denominadas palomiteras. Hoy en día se abusa de forma exagerada de los efectos especiales hechos por ordenador, dejando en segundo plano tanto la historia como los personajes, con lo que, en mi opinión, el bodrio está asegurado. Un claro ejemplo lo tenemos en las últimas películas de invasiones alienígenas, sin duda mi género preferido, y lo que prometía ser un buen año, al final se está quedado en un “bluff”, un pedo sin consistencia. Primero fue SkyLine, luego Battle: Los Angeles 2011, y ahora Monsters, anque esta última nada tiene que ver, eso es cierto.
Ya hemos escrito algunas líneas sobre las producciones de la Hammer y la Amicus: Amicus Productions, y en lo que se refiere a las películas de relatos, igualmente hemos mencionado ya unas cuantas. Ayer noche decidí desempolvar la hemeroteca y le tocó turno a todo un clásico de la Amicus, “Cuentos de Ultratumba, 1973”, y ése es el motivo de esta entrada. Para ser sincero, y a pesar de todo lo que significa, este tipo de películas, y en concreto la que ahora destacamos, pienso que no han envejecido demasiado bien. Para los que ya tenemos unos años y nos hemos criado con dos canales de televisión en blanco y negro, seguramente tengamos la paciencia necesaria, no solo para verlas, sino también para disfrutarlas. En cambio, dudo mucho que cualquier joven de hoy en día sea capaz de aguantar un ritmo tan pausado y una estética tan acartonada, por mucho magnetismo que pueda tener nuestro querido Peter Cushing.
Aquí tenemos la típica película que todo buen aficionado al género, de una forma o de otra, está obligado a verla. Da igual si el amigo de turno ya te ha comentado que no es más que una simple mierda pinchada en un palo; tú tienes que verla…, y esto es precisamente lo que yo acabo de hacer… ¡verla! ¿Y Bien…? ¡Pues un churro, pero entretenida de principio a fin! Me encantan las películas de invasiones alienígenas, y acostumbrado a todo tipo de films de serie b, y amante de las historietas pulp más inverosímiles, pues al menos ésta destaca sobre cualquier otra por sus efectos especiales, aunque dicho sea de paso, lo cierto es que también me esperaba más, mucho más. En ese aspecto creo que está bastante por debajo de otro estreno reciente, SkyLine, aunque sí ésta era algo más espectacular, también tengo que decir que me resulto mucho más soporífera.
Llevaba tiempo tratando de recordar el título de esta película -Three... Extremes-, algo que me resultaba imposible. La vi hace años, antes de tener la web, y sé que en su momento me había impactado bastante, pero también es cierto que pronto cayó en algún lugar perdido de mi memoria. Sin embargo, ayer mismo la encontré en una conocida página de descargas —¡ooops…!—, y de inmediato afloraron algunas imágenes que me han llevado a escribir esta entrada. Tan solo dejo la reseña, para que no caiga en el olvido. Nada más que eso.
Por norma suele darme bastante pereza comentar aquellas películas que no me han gustado, pero en este caso haré una excepción —más que nada porque reconozco que no estuve muy receptivo el día que la vi, y creo que en cierto modo sí merece la pena—. La caseta del terror (Freakshow) es una película de relatos típica y, como es habitual, tenemos un hilo conductor que en sí mismo también es un relato. La particularidad viene dada por la situación, pues el punto de partida para las distintas historias que nos cuenta se halla en una carpa de feria. Este tipo de espectáculos ambulantes constituyen un género propio, y por lo que se ve a los americanos les encanta. A mí la verdad no me hace mucha gracia, pero la cantidad de películas que existen al respecto es ingente. Tenemos desde clásicos como el slasher de Tobe Hooper La casa de los horrores, 1981, hasta la extraña e interesante El caserón de los sueños (2000), y sin olvidarnos, claro está, de la más reciente El circo de los extraños (2010); todas ellas abordan el mismo tema, pero desde diferentes puntos de vista.
Richard Matheson, conocido principalmente por ser el autor de la novela corta “Soy Leyenda” —la cual ha sido llevada al cine en varias ocasiones; la última versión interpretada por Will Smith, y antes que él, primero Vicent Price y después Charlton Heston—, cuenta en su haber con una amplísima colección de relatos, la gran mayoría tan atractivos como inquietantes, donde la fantasía y el terror van de la mano.